martes, 4 de octubre de 2022

Ansiedad I

 Estoy agotada y la última gota pende de mi vaso. Desbordada pero chapoteo en su saliente, sin mirar abajo, viéndome en el suelo pero demasiado alto. Ya nada me frena. Ya nada me espera. Apuro hasta el último verso que escapa de tus labios como si fuera un acertijo más, pero es menos. Siempre es menos. Menos atento, menos comprensivo, menos entusiasta, menos abierto. Y me cierras. Haciendo pequeño el rincón donde la ansiedad no coge aire; rodeándome hasta tenerla en mis brazos, en mi mente, en mi pecho, en mi pared, entre mis piernas. Bostezo por si el aire entra más fuerte, por si consigue reoxigenar lo poco que aún se salva de este Titanic. Pero un puntito crece en mis pulmones, me dobla, me arquea, me deja quieta. Un tic en la ceja. Una brisa que llega pero no pasa porque la puerta no está abierta...


Estoy agotada y me desgotan las ideas. Ideas de cómo poder hablar las cosas de forma pausada, con tiento, sin pena. Hablarlo con la boca llena pero a traguitos pequeños, que sino bloquea. Sentarnos y sentir la verdad. Calmar las mareas. Yo hablo, escucho; tú hablas, escuchas. Y nos quedamos a ciegas, entendiendo, creyendo que el rumor que vuela dentro puede apagarse. Y lo hará. Durante un tiempo. Hasta que goteen las penas y vuelta a empezar en esa espiral que poco aguanta el que no puede inhalar, 


aunque quiera. 




martes, 14 de junio de 2022

El gusano que se muerde su cola

 A veces no se necesita mucho para escribir. Solo un sentimiento, una revolución, un nudo, o unas ganas de ser escuchada. Otras veces, ni todo esto, te permite sacar lo de dentro. Y te quema. Y te enfría. Pero no aprendes a llevarlo por dentro aunque creamos lo contrario. Se anida mordiéndose su propia cola y te encierra en tu propia necesidad sabiendo que nada de lo que hagas permitirá que salgas de ella.

Qué bendición el poder escribir la pena. Qué tortura el sentirse atada a un lápiz que no escribe.