martes, 11 de abril de 2017

Cicatrices

Buenas noches, renacidos. ¡Estamos en Semana Santa! Ay, la verdad es que no soy muy religiosa, pero estas fiestas me tocan el alma. Las procesiones me parecen preciosas. Sé que mucha gente no opinará como yo, y lo acepto, pero me parecen preciosas. Además, estas fechas son muy especiales para mí porque en más de una ocasión me vi en mi bella Extremadura. Este año lo echo de menos, como cada año que me quedo aquí... Recuerdo todavía un 2012, bonito. El año en que cambió mi vida. Nunca lo olvidaré, igual que aquellas palabras y aquellas miradas en una pequeña carpa, con el sol en la nuca y el viento en el pelo. Mi bonito 2012... 

Pero bueno, hay que avanzar. Esta semana santa 2017 la veo muy completita. Llena de faena, mucha... Pero también tendré algún que otro hueco para disfrutar. Siempre los hay, como por ejemplo este pequeño tiempo en que he escrito esta nueva entrada. Me ha encantado escribirla, renacidos. Me encanta sentir la tinta en mis manos y los sonidos en mi cerebro. Hacen un bonito baile.

Mi nueva entrada, habla sobre el amor y las cicatrices. Habla sobre los primeros amores, esos que nunca se olvidan, y los actuales. Personalmente, creo que cada amor es el primero porque en cada uno de ellos vuelves a empezar y a aprender sobre el amor. Por ello, todos mis amores han marcado algo en mí. Aunque sin duda, si tuviese que decir aquel que me ha marcado de verdad, es obvio que no son los del pasado, sino el presente. 

Pero bueno, mi entrada habla de ello. Espero que os guste, renacidos. Sabéis que siempre intento dar lo mejor de mí y esperar lo mismo de vosotros, que lo sintáis, que os desgarréis, que atraveséis la pantalla y me miréis a los ojos.
¡Feliz martes! 




¿Sabes? Hoy me tumbé entre tus cicatrices y escuché el eco de tus heridas. Ellas me pedían que no desvelase el secreto a nadie, que solamente tú y ellas lo conocían. Y ahora alguien más lo sabe. Fue extraño verte lejano, en el pasado, con otro alguien, que no era yo. Sobretodo porque te tenía al lado, abrazado a mi hombro, cercano. Las repasé con mis dedos. Sus siluetas se advertían discretas entre tus pieles, aquellas que había besado en tantas ocasiones, que eran fieles a mis bautizos y confesiones. Seguían procesiones aún sin ser Santas, siendo más bien horas, que Semanas. Ellas me confesaron los accidentes de tus labios en otros labios, los enredos de tu corazón en otra mano, la deshidratación de tu cerebro. 

Te volviste loco, y veneno. Ambas realidades te comprimían el pecho y te hacían agujeros. No sabías de parches ni de tiritas. El otro alguien no curaba tus heridas, las dejaba al aire. Le gustaba salir de bailes y bares, conocer mentiras y detalles de otras vidas que ella nunca viviría. El otro alguien medía metro sesenta, tenía largas piernas y oscura melena. Ceñía sus normas en tus caderas y tú las obedecías con lágrimas de arena. Te volviste tormenta mientras su furia embaucaba tus piernas. Un pequeño barco velero que se mece débilmente en medio de lo que es inerte y afilado. 

Te volviste ciego y desconfiado. No creías en ella pero aceptabas el engaño. Todo te valía si a la noche ella volvía y te plantaba nuevos mapas en tus pecas. Y siempre lo hacía, aunque ella fuera más de soles que de lunares. Te gustaba oler la crema salada en sus hombros, el trabajo en su espalda y el engaño en sus ojos. La bautizaste como la divina. Ella pisaba con pies de plomo y nada de lo que hiciera te aburría. Realmente, te fascinaba. 

Sus caderas, su sonrisa, su barbilla alzada. 

Pero duró poco. Lo suficiente como para dejar un despojo del hombre que conoció en una cafetería tomando té rojo. Lo dejó herido, sangrando, en medio del arcén de unas manos que buscan las otras, de unos dedos que no tienen huecos si no los tocas. Le costó levantarse de aquella fría carretera. Los cristales se clavaban en su cartera y en su juicio. No le importó volver arrastras, mendigar las migajas de un amor de estafa. Pero ella, no aceptaba segundas oportunidades, como la vida. Se tumbó en su isla y te hizo naufragar. Te dejo heridas que costaron sanar.

Y hoy las he escuchado hablar. Me han contado que aquello fue lo que tú consideras amar. Amar hasta el punto de encontrar su nombre en los teclados, en las sopas de letras y en los tejados. Amar hasta dejar todo de lado, y perder la razón. Amar de corazón, sin pensarlo. 

Una vez leí que sólo tenemos un amor verdadero, el primero. Y que después de él, todo lo que haces, es intentar olvidarte de él...
                                                                                                 en otros besos.

Barajando mis posibilidades, ya poco me queda, aparte de resignarme. No es que confirme que no me quieres, es que me duele el pensar que puedas dejarme. He escuchado como es esa carretera, y tiene pinta de ser dolorosa. Ojalá nunca me pierda en ella, pero si algún día llego a acabar por esas tierras, espero encontrarme con aquel de rodillas sangrientas al que tiraron primero. Porque entonces le daré una tirita y mientras desconcertado sangre, yo le diré lo mucho que le quiero. 

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