sábado, 28 de mayo de 2016

¿Llueve por fuera o por dentro?

Buenas tardes, renacidos. ¿Qué pensáis de la tristeza? ¿De la nostalgia? ¿De las despedidas? Son duras y tristes ¿verdad? Sin querer, nos va matando poco a poco, nos va agujereando. Supongo que las malas noticias sirven para algo. Por ejemplo, para reconocer las buenas, para disfrutarlas. Pero a mí, sinceramente, me sobran. Hay veces que vivimos asustados, a la sombra. Esperando una mala señal o cerrando los ojos cuando la ola se acerca. Muchas veces estamos esperando tanto tiempo en la orilla con los brazos cruzados que al final nos hundimos y ni somos conscientes de ello. Es malo anclarse en la arena, esperar que la tristeza no nos vea porque esta tiene unos ojos grandes color perla. Y nos observa todo el tiempo. Es peor que nuestras peores pesadillas porque ella es quien las crea. Pero bueno, supongo que va así la vida. La tristeza nace para demostrarnos la importancia del día a día y del sol. 

Dentro de este tema encontramos mi nueva entrada que habla sobre las lágrimas relacionándolo con la lluvia y el amor. Para añadir sentido a la entrada he adjuntado la canción de Luis Fonsi llueve por dentro y el cuadro de DalíEs algo triste pero tiene un mensaje positivo si sois capaces de encontrarlo. Hay veces que se necesita conocer lo que el otro piensa incluso si es tristeza. Hay veces que hace falta conocer la otra cara de la luna y quererla. En fin, renacidos, espero que os guste.

¡Feliz sábado!

https://www.youtube.com/watch?v=01Klp2fArc8




Está lloviendo. El tintineo de las gotas me hace verlo más que oírlo, como copos de nieve que caen desde el olvido hacía el paraíso de los recuerdos. Hubo un tiempo en que yo misma llovía. Escupía lágrimas que caían de mis cuencos hacia la cama. Hubo un tiempo en que yo le amaba y aquello me partía el alma y los huesos. Escuchaba el sonido al romperlos. Se partían por dentro haciendo que cayese polvo en el desierto. Hubo un tiempo en que él me amaba y lloraba por dentro porque temía que su agujero me absorbiera. Sufría en silencio y yo gritaba por querer conocerlo. Pero de esto hace ya mucho tiempo, antes de que el hielo se descongelará, el cigarro se apagara, cortarán el hilo de nuestros dedos y el libro se acabara. Recuerdo cuando y como lloraba. Abrazada a las palabras que recordaba sin quererlo, escuchando canciones tristes que acunaban mis lágrimas. Me gustaba martillearme por todas las cosas que me pasaban. Hablaba mucho más de lo que callaba. Y ahora solo callo por no decir ninguna palabra, por el miedo de volver a partirme algo que no sea la cara. Ojalá mi muerte se acercara y lloviese el cielo de añoranza. Ojalá el rojo pintase mi alma de nuevo. Hace tiempo que los grises y las hojas caducadas no me dejan ver el cielo ni la esperanza. Es verdad que ya no lloro ni por fuera ni por dentro, pero si rozas lentamente aunque sea muy poco mi mano, notarás que escuezo. Hay algo que se rompe cuando ya no lloras por dentro y te lleva a la soledad del agujero en el que existo, en el que habito.  Como también habitan todas las gotas de lluvia que se acumularon de mentira, porque no cayeron, porque nunca lo hacen, porque son secuaces del agujero. Vivo presa en un abismo de mentiras, de recuerdos. La lluvia ya no llama a mis parpados, ya no brilla con las estrellas, ya no me acerca al arco iris, ni me mece en su trenza. La lluvia ya no me visita por las noches o después de una mala noticia. No me sirve para leer escondida  los domingos. La lluvia no me arropa ni es mi cobijo. Pero está lloviendo. Y a mares. Un llanto acude a mi pecho y me ahoga. No soy yo quien llueve o llora, eres tú ahora. Y pensaste que nunca te oiría porque cerraste la puerta de la cocina. Y pensaste que no te descubriría porque hace mucho tiempo que mis pestañas están cosidas. Pero sé que está lloviendo por tu cielo y veo como tu pecho se contrae. A veces es bueno llover por fuera, dejarse la puerta abierta y acudir a las tormentas de quien amas. Te besaré el alma si así llueves con nostalgia. Te abrazaré los miedos si así consigo poner un sol entre nuestras palmas para evitar llorar de nuevo si la vida nos separa. 

viernes, 27 de mayo de 2016

Manuel de supervivencia

Buenos días, renacidos. Se acerca el verano, eh. Ya se va notando el calor en algunos puntos del país - como diría el del tiempo - y las playas cada vez más llenas. La verdad que ya apetece mojarse los pies y llenárselos de arena; poder tomarse un refresco o hablar con los colegas en un chiringuito. Apetece, vaya que si apetece... Pero todavía queda la recta más difícil: los exámenes finales. Me quedan 4 y bastantes trabajos y exposiciones por delante. Pero bueno, todo valdrá la pena cuando me tumbe en la arena y cierre los ojos. ¡Qué ganas!

Mi siguiente entrada se llama Manuel de supervivencia y habla sobre el pobre Manuel, un muchacho que no ha aprendido muy bien de que va la vida y no ha hecho más que tropezarse con las piedras - como la mayoría hacemos, pero bueno-. Espero que os guste y os saque alguna sonrisilla, renacidos. Porque ese es mi objetivo. Os adjunto con la entrada una composición de Yiruma titulada Dance (me mega encanta). 

¡Feliz viernes/juernes!

https://www.youtube.com/watch?v=a5eiF_ozVEU





Manuel era un soldado que se perdió en una guerra, donde las trincheras eran las casas y donde las palabras acunaban las banderas. Él salía cada día con su batalla perdida pues no encontraba su valía ni sabía para que servía. De pequeño le dijeron que fuese policía, pero los ladrones le daban lástima y en los controles preventivos siempre palidecía. Era un muchacho legal, solamente en tres ocasiones mentía: cuando soñaba, cuando amaba y cuando amanecía. Cuando soñaba porque al despertar todo desaparecía y entonces mentía tanto que se creía sus mentiras. Cuando amaba porque sabía que si decía cuanto amaba le dejarían. Él siempre fue un romántico y las mujeres le huían. Cuando amanecía por esto último, porque después de mentirlas temía sus respuestas. Él siempre fue un hombre cobarde y deshonesto allí donde caía. 

El problema de Manuel es que era tonto sin quererlo. No hacía caso a las advertencias que leía en cada aeropuerto. Cuando lo conocí entendí que necesitaba algo de tiempo, para leer entre líneas lo que todos aprendemos al momento. Pero el tiempo le pasaba factura y se fue perdiendo en aquella guerra que le mató por dentro. La realidad tenía otra cara, no tenía miramientos y golpeó al pobre Manuel de misería y sufrimiento.  

Desde entonces escribí en un texto todo lo que Manuel debería haber hecho: aprender a vivir, a querer, y a morir sin tanto tormento. Lo escribí con tinta azul recordando su cabello pues durante una guerra inesperada se lo tintó enseñando así como había vivido por dentro. 

Aquí os dejo los consejos, para el que quiera tenerlos. Estoy segura que vosotros tendréis más de cientos, pero quizás os ayude algo el leerlos. Nunca viene mal leer consejos:

Manuel de supervivencia

1. Escucha bien lo que cuento, si notas mariposas recorriendo tu cuerpo no las caces o las extingas, quiérelas sin pretenderlo. Ellas te enseñarán a volar o a coger las cosas al vuelo. 
2. Si un hilo cuelga de tu dedo no lo cortes o lo enredes, el amor está corriendo entre tus manos y tienes que mimarlo cuando viene. Acéptalo aunque no demasiado. Quiere para ser amado. 
3. Olvídate de las frases que lees en las revistas, porque a veces de listas, se pasan páginas y nos hacen caer en la cuenta de que ni la tapa era tan verdadera. 
4. No busques pareja en la sección de belleza, lee otros géneros que no sean fantasía o guerra. Disfruta de tus páginas, baña de tinta tus nostalgias. Busca a una princesa que no sea tan fantástica.
5. Visita la peluquería pero solo cuando creas que tus mentiras se enredan en tu coleta y necesitas resolverlas.  
6. Añade días a tu calendario. Que no te importe si es otoño o verano. Brinda con los segundos pasados. Que ni el presente es ahora ni el futuro mañana. Estamos en un continúo ahora que jamás se acaba.
7. No hagas zumo de ti mismo para encontrar el recipiente estereotipado. Quiere a tu media naranja siempre demasiado y no busques otra mitad para igualarla o cambiarla. Las naranjas son ácidas, busca mejor una media manzana. 
8. Sáltate las deudas con aquellos que no te aceptan o sino ellos terminarán pagándote con una mala moneda.
9. Utiliza el espacio como medio de transporte porque entre blanco y blanco no existe pasaporte que nos separe. Sepárate de lo que te ahogue, ahógate separado.  
10. Añade ceros a tus sueños. Que ni todo lo negro es negro, ni todo en verdad es blanco. 
11. No desesperes con preguntas sin respuestas. Hay quienes con una sonrisa encuentran las certezas.
12. No te ancles a la vida, acepta que puedes perderla. Por ello vive como si nunca terminases de pisar la tierra. 
13. Intenta olvidar las sumas y aprende mejor las restas. Porque casi todo lo que harás siempre será quitarte lo que esperas. Por eso no esperes nada de nadie y nadie esperara que vuelvas. Aunque quizás eso no ayude a veces, a volver a tropezar con la misma piedra.
14. Nunca cambies tu carácter, tus manías. 
15. Ama la vida.
16. Sueña vivirla.
17. Y vívela como si fuera tu último día.

Si sigues todo lo que digo no serás como Manuel que perdió sus pasos y vida cuando cruzó el anden. Pobre Manuel que no encontró su manual, quizás gracias a él hubiese aprendido a andar y no tropezar cada vez que la realidad tocaba su portal.

sábado, 21 de mayo de 2016

El tren de mi vida

Estoy subida en un tren. Sé que iré algo oscura en él, pero casi no me doy cuenta cuando se empieza a mover. Supongo que hace tiempo que siento que vivo en un andén, a la espera de aquel tren que me lleve hacia el futuro o a la superficie. Me ahogo en unos recuerdos que me estancan al pasado y me hace daño, como a todos; aunque algunos prefieran negarlo. Nadie puede evitar los recuerdos, son pequeñas imágenes que vuelan por nuestros cerebros en forma de nubes, que nos nublan; en forma de arboles, que nos aíslan. Somos bosques talados, perdidos o encontrados. Somos burbujas que se estallan cuando las usas. Y nos usamos.

Me ha tocado la ventana y desde ella puedo ver una playa lejana, perdida en los siete mares que manejaba en mi niñez: la consola, la tele, las palabras, los amigos, las series, los hermanos Grimm y los pinceles. Las olas mueven mis recuerdos y los hacen chocar contra las rocas donde espero que una sirena los acoja. Y lo hace. Los mece, los adormece y los tumba. Mis recuerdos duermen en medio de los mares y yo recuerdo entonces, que nunca aprendí a nadar y que posiblemente mis recuerdos tampoco puedan siquiera flotar. Y se hunden; apareciendo en mi mente mojados, confundidos y liados. 

Me cambio al pasillo, para mirar de frente hacia atrás o hacia delante. Buscando mi objetivo. Por inercia miró que tengo a la espalda. Veo puñaladas, lágrimas secadas y pañuelos. A veces fui consolada y otras veces consuelo. Nunca usada como el pañuelo. Muchas veces mojada por los recuerdos. Y me mojo. Me zambullo en un verano del 96, naciendo como un retoño. La flor de julio casi en agosto. Y quizás esa sea la razón de que solo quiera el verano; las noches que conlleva; puede que los regalos; los amigos, casi como hermanos; los abuelos; nuestro patio. Correteo detrás de mis recuerdos porque el vagón es grande y largo. Hay espacio para que juegue con el pasado. Y juego. Me divierte tirar el dado, mover la ficha. Huele a gasolina, a tierra mojada que pisamos, a fregonas que limpian las paredes del patio, a higueras, a amapolas, a música pasada, a ensaladas que no me gustan, a guisantes, a esperanzas. Vislumbramos deseos, cambios y años que pasan. El tren se colapsa por tantos recuerdos y entonces entiendo porque iba casi vacío. Mis recuerdos ocupan los asientos sin pasajeros, en ellos enganchan chicles, fotografías, agujeros. Cae de uno de los pasajeros, una mora. Es la más grande que he visto nunca y entonces escuchó un ascensor que se cruza y detiene; la sangre cayendo de una herida, una aguja, bastantes despedidas. Me duele la cabeza pero alguien me la cura. Lleva medicamentos, tiritas y su formula secreta. Después me ponen una crema sedosa.     

Me levanto de mi asiento, para conocer a los pasajeros. Algunos tienen números en vez de manos. Veo un 24, un 18, un 14, un 28. Son manos que sostienen algo entre sus dedos. Manchas de pintura, pelos y plastilina. Uno de los pasajeros agacha la mirada y cruza el vagón. Quiero correr detrás de él pero el futuro me lo impide, me pone una barrera, me lo prohíbe. Recuerdo una sonrisa siniestra en un circo y empiezo a enlazar los porqués. Huele a póquer que no terminaré de entender, escucho un tubo de escape, un "no podremos volver". Hay pasajeros que me preguntan: ¿Qué esperas hacer? ¿Pretendes acaso conseguir resolver el problema que te trajo al andén? Y yo desconocía el porqué vine. Simplemente me trajeron mis pies.

Los recuerdos se empiezan a calmar, mientras una luna de queso quiere recitar. Pero alguien la calla. Es el sol que pretende iluminar el río con piedras que parecen de cristal. ¿Qué hace un río en el tren? ¿Qué lugar es este? ¿Dónde me hallo? Veo cuentos de romanos, de un niño y un extraño. Encuentro fotos, tazos, recortes y lazos. Me entretengo coleccionándolos, investigándolos. Mojamos un mando con agua. Impermeable. Mojamos nuestras manos con la lluvia. Resfriado. Escucho golpes, lágrima, portazos. Alguien se va del vagón sin poder siquiera pararlo y de eco se escuchan las promesas que prometió en vano. Hacía calor pero las estrellas se comían el verano. Recuerdo declaraciones, gusanos que se pierden, desprecios, canciones que nos dedicamos. Y me dedicaste. Veo flores, rosas y un pasajero con cara de amapola. Es curioso porque no me recuerda a nada. Quizás a un pequeño jardín improvisado de donde cogíamos los tallos. Jarrones o vasos para mantener viva la muerte de las flores cogidas. Oigo pasos, el pasajero vuelve y me pide que le siga amando. Muy tarde, el tiempo ha pasado. 

Me siento de nuevo, como queriendo entender porqué en este tren no viaja nadie. Son solo recuerdos de papel. Veo nacimientos, con o sin s. Veo entrometimientos, mentiras, arrepentimientos. Una chimenea, la carne en el asador, la paella. Una pelota que bota en un patio cerrado. Escucho el agua resbalando. El frío llegándome a los parpados. Ataques de ansiedad, dolor en los días, fotos vacías que no dicen nada cuando antes decían. Escucho su voz, la mía. Borramos paseos, deseos, sueños con colores variados. Pasa página, pedían. Quemar el libro era la única salida. Y nos separamos, separando recuerdos. Solamente quedan entradas que nos entran al alma. Solamente hay trenes vacíos de personas que se aman. 

Y el tren se para sin llegar a nada, dejándome donde me recogía porque no tenía marcado destino ni parada, solamente trayecto. Ningún pasajero se baja porque espera a otro viajero con gafas y colilla quemada. Yo le reconozco pero él me ha olvidado. Es lo que pasa cuando no practicamos recuerdos, cuando olvidar ya no es solo una palabra. Me meto las manos en el bolsillo para ver que pasa. Pero ningún foto sale disparada. Perderemos los trenes, te bajarás sin querer en alguna parada en la que yo esté, pero como soy del pasado y tú ya eres futuro, nunca podremos encontrarnos juntos. Y es triste, porque el tren pasa pocas veces por una misma superficie a la misma hora y ni tú has sido nunca puntual ni yo una tardona.

Los recuerdos nacen para seguir un camino pero siempre viajan en un tren con destino hacia ninguna parte. 

lunes, 9 de mayo de 2016

Manifiesto de la sangre

Buenos días renacidos, de nuevo hoy amanece llovido y no podría estar más agradecida. Ese soplo del aire frío en la cara, esas gotitas que caen en tu almohada cuando te dejas la ventana medio abierta... Las nubes son las madres de la lluvia y me parece precioso que muestren sus crías con tanta facilidad. Son hermosas y perfectas gotas. 

En fin, renacidos. Hoy os traigo un manifiesto de principios para recordar mis pensamientos y deseos. ¿A alguno de vosotros le gusta la sangre? Si vuestra respuesta es que no, pero en cambio sois taurinos os replanteo de nuevo la pregunta: ¿A alguno de vosotros le gusta la sangre?  Si de nuevo repites que no y eres taurino, te recomiendo que dejes de leerme. No me gusta que manchen el arte con sangre porque los cuadros se hacen con pintura o con lapices. No me gustan las lanzas o los trajes de asesino. No me gustas, directamente. Así que, que pases buen día y poco más. Sé que soy bastante intolerante con estas cosas, lo asumo. No tolero la violencia o el maltrato animal, soy intolerante a los asesinos. Me entran escalofríos y unas ganas repentinas por vomitar. Supongo que es como una alergia, no lo tengo claro. Lo que sí tengo claro es que no los tolero y por eso no voy a irme con rodeos o con mentiras. Si eres taurino, no puedes renacer entre mis o tus palabras. Es así. No tenéis solución. Así que, si no lo eres, aquí tienes una entrada dedicada a la sangre. Esa que no gusta pero en realidad sí, a los que mancillan el arte. 

Junto a esta entrada, os adjunto una canción de Porta titulada Animales Racionales. No permitáis que la sangre manche vuestra conciencia. 

¡Feliz lunes!

https://www.youtube.com/watch?v=eNXGjHEpdbk


La sangre, un arte. La sangre, un sufrimiento. Porque hay sangres que duelen llevando lamentos y otras que son torneos llenos de festejos. La sangre, un líquido. La sangre, un veneno. Espesa cae de su agujero, perdiendo batallas contra los cimientos de la carne, ganando sufrimientos. Derrame como vino de su copa; como hizo la cólera contra los que devoran. Atroces soldaditos que caen como gotas. La sangre, una tradición. La sangre, una traición. Porque traiciona. Hermanos contra hermanos, sangre. Primos clavando cuchillos. Niños que son heridos. Sangre. Cuerpos ensangrentados por dentro y por fuera. Sangre. Porque tenemos tradiciones que conmemoran más sangre, que la honran. Sangre. Ensangrentar las despedidas, escupiendo palabras impías, maldiciendo el sufrimiento, los lamentos, el tormento que conlleva la sangre. Más sangre. La sangre, más sangre. Cortarme con el papel, rajarme con un lamina y sangrar. Porque la sangre mata, porque la sangre se derrama. Luchas, guerras, batallas. La sangre acude a su llamada. El rojo hipnotiza, engaña. Parece que estáis sonrojados, hasta que la sangre empieza a llamaros. Sangre y sangre. Recorre nuestras venas y se sale. Recorre sus venas y las sacamos. Con venas incluidas, sin reparo. Es arte. La sangre. Es arte, la sangre. Unimos la tortura con la pintura. Comparamos una escultura con la infortuna de un animal. Sangre, sangre y más sangre, nada más. La sangre, una verdad. La sangre, una crueldad. Vestimos asesinos con tapices y sonrisas; con cornadas y miradas. Bailamos con sus palabras, incultas, devastadas. Sangre que se derrama, sangre que se lanza. Vidas acuchilladas en la arena. Sangre que quema, que mata. Sangre, más sangre; sangre, más sangre. Bebemos de la copa cuando triunfa el hombre, cuando una cabra, esclavo, toro, manada muere agonizada. Sangre y sangre y sangre y sangre. Cuchillos de plata. Tenedores de oro para aquel que mata. Comemos la carne que fue maltratada. Sangre para desayunar, sangre almorzada. Podemos hacernos un colgante con la sangre derramada, quizás de aquella manera esa sangre vuelva bajo la tierra o en la piel de la que fue arrebatada. Sangre y sangre. Igualdad de condiciones, pero con un arma. Ellos tienen cuernos o colmillos o miradas, pero nosotros tenemos lanzas, cuchillos, rifles cargadas. Quizás nacimos con ello en las espaldas. Sangre y sangre que se derrama. Y vivimos con esa culpa en nuestras entrañas. La sangre que cae nunca vuelve a ser tomada, pero ya habrán otras gotas que puedan ser arrebatadas. Sangre, vísceras, estacas. No compares el arte con traspasar pieles, sueños, miradas. Naciste para derramar copas de vino, no te extrañes si se beben la tuya. Porque quizás un día, el arte nos ayuda acabando con la tortura, haciendo sangrar al hombre que acuchilla y que vierte la sangre de otras criaturas.

domingo, 8 de mayo de 2016

Lo siento, Peter Pan

Buenos días, renacidos. ¿Creéis en los cuentos de hadas? ¿En ese polvo que se encuentra en tu ventana y que huele a magia? ¿Esos barcos que se pierden en miradas o esas manzanas envenenadas? Yo creo, sí creo. Como también creo para renacer entre palabras. Sin creer no se consigue nada más que perder etapas de tu vida, romperte la cabeza para intentar volar cerca de tu cama. Sé que a veces, la realidad nos estropea la magia, nos rompe la ilusión, la esperanza. Pero todos conocemos las tiritas que cosen el alma y te ayudan a creer, a volar, a intentar no crecer o a hacerlo sin crecer del todo, guardando tu niño en el interior. Esta entrada se la dedico a Peter Pan y también a aquel que sigue sus pasos, conocido también como el Chico de las Estrellas o Chris Pueyo. Él es lo más cercano a un Peter Pan que he podido contemplar. Él ha conseguido hacerme renacer entre sus palabras o perderme en su desván, el del duende. Él ha conseguido que conozca el país de hacia Ninguna Parte volando entre letras tintadas. Él ha sido una experiencia, un renacer, un recordar, un olvidar y aquello que siempre permanecerá en mi memoria.  Su libro es uno de esos que te hacen mirar diferente al sol, descubrir el frío detrás de su calidez. Solamente puedo agradecerle por permitirme coleccionar sus palabras y pensamientos de color azul con estrellas, en mi corazón. Gracias y esto, va en parte por ti, porque he pensado en ti cuando lo hacía y porque Peter no hay más que dos; y a veces, no sé quién de los dos me visitó de pequeña. 

¡Feliz Domingo!
https://www.youtube.com/watch?v=gWFsWHQVENY




Querido Peter Pan, siento no haberte dejado entrar esta mañana, pero las cadenas de mi ventana, me obligaban a hacerlo. ¿Y sabes por qué? He aprendido a como guardar mi niño dentro, sacándolo fuera de vez en cuando, aprovechando marzo y la nieve; agosto y verano; y otoño con un helado. Sacándolo para tenderlo después de que la nostalgia le empapara los sesos, le obligará a detener el tiempo de decir chistes sin sentidos, de guardar sus cromos dentro, de saltar con el viento. Siento haberte dejado con el polvo de hadas colgando de tus manos, sé que tenías muchas ganas de que me perdiera por Nunca Jamás, pero una vez me enseñaron que "si siempre te dices nunca, jamás siempre será. Nunca será siempre". Bueno, algo así decía Rayden entre dientes. También he aceptado que todos necesitamos crecer, que aunque tú no lo veas, te ha empezado a salir acné y un genio repentino para frotar de la lampara todo tu cabreo por haber crecido. No te entristezcas si ves desde el espejito que te decía que eras el más bello del reino, un reflejo de años entre tus dedos. Hay mejillas que dejan de sonrojarse a tiempo y otras que duran como si fuera un color eterno. Hay niños que no pueden permitirse el lujo de tener barba en su cara, que desaparecen bajo la esperanza de sus padres y se pierden en un Nunca Jamás del que nunca vuelven a saber nada. Esos sí son pequeños niños perdidos y no los que coleccionas en tus bolsillos. ¿Cómo decías que era tu apellido, Peter? Ah, sí, Pan. Como cuando disparas una flecha que nunca termina de caer, ni de volar. Como aquella panadera que te utiliza cuando te vas de su corazón, que sabe cultivar una flor sin agua y creer en una campana más que en un hada. Eso me recuerda a Campanilla, tu fiel amiga. ¿Has empezado a sentir algo por ella? ¿A verla más allá que como una cría? Sé que tu respuesta es que sí, aunque nunca me lo digas. Ella es la única que ha aceptado tus sombras, tus matices, el verde de tu ropa. Ella es la única que persigue como una loca a los piratas que son estatuas y que tú crees que tienen barba. ¡No seas tonto, Peter! o te tratarán como al pan. Te querrán para la comida, pero te olvidarán para cenar. 
Siento mucho no haberte dejado entrar. Hubiésemos tenido muchas cosas que contar, más que las horas, los cuentos de Nunca Jamás o las mentiras que seguramente coleccionarás. Incluso me podrías haber enseñado a volar, lo cual siempre querido. Hacer un ovillo con mis problemas o perderme en los mares como las sirenas. Pero todo llega cuando menos lo esperas. Y yo esperé desesperando durante mucho tiempo. Contando cuentos en voz alta, improvisando por si algún día tú me visitaras. Pero ese siempre nunca llegó. Te convertiste en la sombra de mi niño interior que creció, que voló por la ventana. A veces dejó canela en rama en la repisa por si algún día tiene poca prisa y decide hacerme una visita. Quizás se acuerde las tardes cosechadas riendo en la cama, jugando a las cartas o a correr detrás de las ramas. Quizás se olvide de que ya no creo en cuentos de hada y vuelva a mirarme como siempre me miraba. Quizás.

Lo siento, Peter. Te merecías entrar y no chocar contra el cristal. Pero sé que desde donde tú estés leyendo esta carta comprenderás cuan ciertas eran mis palabras. Nunca he sido Wendy, nunca he volado con polvo de hadas, pero aun así, te juro, que siempre pensaré en ti cuando abra la ventana.  

miércoles, 4 de mayo de 2016

Y volvemos a contar

Buenos días, renacidos. Hoy hace un día espléndido, pero no me gusta. Hoy puede ser un gran día, pero no me motiva. Hoy puede tocarnos incluso la lotería, pero no hay suficiente alegría. Anteayer, a estas horas, me encontraba sumergida en abrazos, en te quieros, en un sueño que ojalá se hiciera eterno. La gente odia las rutinas pero ¿sabéis por qué? Porque no les gustan. Me imagino una rutina teniendo como compañía sus palabras, sus miradas; y os juro que me mataría porque existiese. Hacer la comida a medias todos los viernes, sacar a pasear a Yako por el parque, dejando que las horas pasen sin que nos afecten. Imagino estudiar mirándolo, viendo como silencioso se dispone a trabajar o a leer, quizás. Imagino tirando la basura mientras él anuda la bolsa. Imagino cerrar la puerta y que él me preste su llave, que comamos mirando la tele o que nos peleemos en broma por qué equipo ganará la liga. Imagino yendo a votar con él, yendo de cenas, cenando en casa, o votando que estrategia seguir para dividir bien el sábado. Me imagino haciendo visitas, la cama; viendo como él lava los platos y ayudándole a secarlos. Me imagino aburrida entre sus brazos, contándole como me ha ido el día y escuchando como le está yendo a él la tarde. Me imagino comprando el desayuno, peinándome después de una ducha; escuchando siempre su sonrisa detrás de cada rima. Y créeme, entonces, no odio las rutinas. Y creo que nadie las odiaría. Pero, en cambio, aquí me tenéis, a kilómetros de hacer bonitas mis rutinas, a días de cumplir ilusiones, recordando que anteayer eran reales. ¡Y qué complicado es volver a aburrirse con las rutinas, renacidos! Pero no nos queda otra y aquí os traigo una de mis rutinas favoritas: una nueva entrada.

En ella, os hablo de él. Sí, renacidos, soy una pesada, pero soy una pesada porque estoy enamorada. Y estoy enamorada por su culpa, así que si os queréis quejar os toca hacerlo a él. 

Junto a la entrada, os adjunto una preciosa imagen que he hecho este fin de semana en mi querida Sevilla, deshaciendo rutinas. Espero que os guste tanto como me gusta a mí. Ah, por cierto, es del parque de Maria Luisa, por si alguien quiere visitarlo. 

¡Feliz miércoles!



Y volvemos a contar los días con las pestañas, cubiertos de legañas que te enganchan en la cama; cerrando los ojos para que pasen más deprisa; en calma, de puntillas. Cruzando las piernas para que no duela tanto este impulso hacia el verano, el calor que teñirá de reencuentro nuestro tan ansiado abrazo. Empiezo a tachar mayo en mi calendario, porqué no me gusta; ni junio. Serán dos meses absurdos, fríos, tristes y congelados que nunca tendrán por bandera a algún enamorado; que nunca soñarán con hacer vahó en los vagones, montañas de arena o sonrisas forzadas después de una guerra de almohadas. 

Y volvemos a contar los días aún con tu risa de fondo, escuchando tus pasos sobre la tierra y tus palabras cerca de mi vera. Con el olor a canela cubriendo nuestros pulmones, con algo más que canciones haciendo nuestra banda sonora, con unos ladridos que no dicen nada si no los oyes. Soledad, escrita con mala letra. Despedida, agitando sus caderas. Una flor, un adiós, una larga espera.

Y volvemos a contar kilómetros y no centímetros, rompiendo la regla de permanecer tan unidos, cosiendo nuestros costados, nuestras manos a la ladera. Momentos que se vuelan por la carretera; lugares que tardan en llegar; y besos que se pierden en primavera. Plumas, sensibilidad, blanca tristeza.

Y volvemos a contar los días esperando restar sin querer queriendo alguno que me sobre, sobrando todos aquellos en los que tú me faltes. Viendo como faltamos en casi todos los momentos que podríamos estar sumando, como restamos sonrisas sinceras, abrazos. Luces de neón en la calzada, llenando de granizo las fachadas.

Y volvemos a contar de nuevo como un reloj de arena que pierde vida, como una manzana a medias que empieza a ser mordida. Como un caos, estallido o suspiro. Como una mentira, algo que no se ha dicho. Como una verdad suicida. 

Y volvemos a contar y a mí nunca me gustaron los números...