martes, 29 de noviembre de 2016

Si soy sincera

Buenas noches, renacidos. Seré breve porque es tarde. No es que haya anochecido demasiado pronto, es que me ha venido la inspiración demasiado tarde. Además, últimamente, por culpa de estas fechas y del horroroso Novieciembre no puedo vivir. Literalmente. No me da tiempo a respirar siquiera, voy como una moto para conseguir y hacerlo todo. Y, como no, mi querido renacer se queda a un lado, apartado, solo... Bueno, no muy solo, gracias a vosotros, queridos renacidos. Gracias a vosotros hemos llegado a otra cima, más alta que las anteriores, 3903. ¿Sabéis que está muy cerca no? el 4000. Bendita cifra, benditos vosotros. jaja os adoro.

Bueno, chicos, no me entretendré más que tengo sueño y necesito - igual que lo necesitáis vosotros - descansar. Espero que paséis una fantástica noche, que os guste mi nueva entrada y que vuestro Novieciembre no sea como el mío. 

¡Buenas noches de martes por poco tiempo!

PD: tengo unas ganas de navidad.


Si te soy sincera, creo que faltan números. Me armé de valor para ir sumando cada día la cantidad exacta de besos que te daría, que te quedarías de mis labios. Al principio no me resultó difícil. Empecé con un dígito, pero me sabió a poco. Y eso que eras mucho. Pero no te quise contar. No me malinterpretes, siempre conté contigo. Conté con cada uno de los besos que me robabas, y siempre me faltaba uno más, el que te guardabas entre risas diciendo que era tuyo, que no me lo quedara, que lo necesitabas para procrear más besos. Como pasa con el vino. Pero poco a poco, me vino la sensación de que no me valía solamente con todos esos besos que me dabas y que nos daba tiempo de dar. Me di cuenta que la había perdido, la cuenta. Que ya no sabía la cantidad exacta que te debía de besos, y acabé pidiéndole al mar una respuesta. Pero este solo me dio olas, botellas y pocos adiós, hasta la vista. Por eso sé que faltan números y aunque no lo pongan en las revistas científicas, algún día lo pondrá.

Si te sigo siendo sincera, creo que también me faltan palabras. He buscado en muchos diccionarios, la fórmula exacta que te defina, que me diga cómo eres cuando nadie escucha, cuando te escondes en tus pensamientos. He necesitado varias veces el nombre del medicamento que me explique algunos de tus comportamientos, pero no existe, porque no hay palabras que lo definan. Simplemente, te dejan imaginarte, sentirte, pensarte. Y yo he pensado durante cada uno de mis minutos a tu lado o sin él, la palabra que diga cómo me siento. Quisiera gritarla, que la oyeran los cuatro vientos y si existe un quinto, pero no puedo, porque tampoco existe. ¿Y cómo decirle a ese órgano que late tan fuerte, que teme por su vida cuando te pìensa o te tiene delante, que no sabes explicarte? Y es que faltan palabras. No conozco ninguna que hable de tormentas en la garganta o de retortijones en el vientre. Siento una risa potente cuando me hablas o te recuerdo, dime que sabes como se llama eso. 

¿Sabes qué? También sé que faltan días. Si te soy sincera no llevo la cuenta de todos aquellos que me han visto con vida, de todos aquellos que amanecieron descalzos y mojados, o vestidos y soleados. Pero sé que faltan días como también faltan horas. Pasan en un abrir y cerrar de ojos, y siguen pasando aunque los tengas bien abiertos. Los días pasan cada cierto tiempo y no avisan, no tienen horarios de abertura ni de cierre, no ponen carteles para avisarte, simplemente pasan por delante tuyo. Así que, más vale que estés atento, porque faltan días. Faltan días para reír en el parque de pequeños, para jugar al balón prisionero, para saltar de charco en charco. Faltan días para quedarte sin trabajo, para encontrar atajos, para peinarte con el viento. Faltan días para correr sin movimiento, para sonreír al invierno y tiritar al frío. Faltan días para vivir y restan mañanas para soñar. Porque es mejor sentir que imaginar.


También, puedo asegurarte que sobran kilómetros y fronteras. Yo quisiera pegarme a tu espalda y despegarme cuando los continentes ya no fueran planetas aislados, que chocan por ideales o dinero. Deberíamos vivir en un mundo donde se pudiera caminar desde China hasta San Petersburgo, donde no hubiera problemas de ilegalidades, de razas, de seres taciturnos, de personas cualquieras con nombre y cargo en su chaqueta. Nos sobran números en las carreteras, tanto de víctimas como de kilómetros recorridos. Tendríamos que estar tan lejos como quisiéramos y no como decide nuestro destino. Solamente me gustaría contar los metros hasta tenerte de frente y que estos, sean pocos. No me gustan los muchos si te separan de mi lado, no me gustan los kilómetros que no piensan en los enamorados.

Si te soy sincera me sobran adjetivos, etiquetas. Ya hay bastantes en las camisetas como para recortarlas con tijeras en forma de lenguas. Cada día escucho insultos que provienen de adjetivos utilizados como serruchos, para hacer daño. Y nos duelen. Por eso sobran más adjetivos que motivos para usarlos. 

Me sobran odios, mareas, miserias.

          Me faltan orgullos, sonrisas, ideas.

                       Me sobran guerras, problemas, insultos.

                                  Me faltan besos, pasiones, ilusiones.


Si te soy sincera, creo que pierdo la cuenta de todo lo que me sobra y de todo lo que quisiera. Pero si hay algo que borraría sería la riqueza, pues nos hace empobrecer el alma y ensombrecer la pobreza. Y de todas las cosas, si hay algo que quisiera por encima de todo, es que supieras todo lo que te quiero y lo mucho que te añoro.

Uri, va por ti, como casi todo.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Mírate en el espejo

Buenas tardes, renacidos. Hoy os traigo una entrada deprimente que muestra el carácter cruel y doloroso que tiene la sociedad. Una sociedad marcada por los estereotipos, por los metros, por los cosméticos y la crudeza de los cuerpos. A veces, parece que el valor de una persona se mide en una balanza, en un peso, en una talla. Y no es así. Existen espejos que te dicen cómo te sientes esa mañana o toda tu vida: fea, guapa, flaca, gorda. Y no sé cual de todas estas palabras es más cruel y despiadada. Todas tienen un doble hilo que está a punto de cortarse. Y creemos que el espejo es objetivo, que nos dice la verdad y que nunca miente. Cuando en realidad, es el único que siempre oculta el rostro de las personas. El espejo no te enseña como eres por fuera, sino como te sientes por dentro. Da igual que te hayas levantado con mala cara, si el día te sonríe, te verás guapa. Da igual que seas la belleza que todo el mundo espera ser, si no lo ves, serás fea hasta que mires con tus ojos hacia dentro. El espejo es subjetivo. No te mide por fuera, lo hace por dentro. Como pasa con la anorexia. La anorexia distorsiona la realidad, porque la realidad es distorsionada. Lo único que cambia es que añade hipérboles a sus pensamientos, y los mueve. Hace todo más extremo, más exagerado. Y duele. Pero todo no empieza porque sí. De pequeños creemos ser guapos, altos, perfectos. Y vamos creciendo escuchando palabras, comentarios sobre nuestros cuerpos; escuchando apelativos sobre las mujeres del telediario, sobre los presentadores, sobre concursantes que necesitan perder peso. ¿Perder peso? Y dejas de ver las golosinas como algo fantástico, como un tesoro, Lo ves como un pecado, un vicio que pasa factura. Esa factura la mides en la balanza, la cual te dice con números, con algo objetivo, aquello que no lo es y nunca lo ha sido. Y empieza a lloverte dudas, miedos y complejos. A todos nos pasa, todos tenemos. Por estatura, peso, color de piel, nacionalidad, voz, manos, nariz, pies, pestañas, tos, bostezos, por la manera de caminar, de reír, de superarnos; por nuestro barrio, nuestros padres, nuestros amigos, nuestros miedos; por nuestra tendencia sexual, política; por nuestras ideas, por nuestras aficiones...
Todo es objeto de burla y de complejo. Todo tiene su cabida en el medidor de la vergüenza o del miedo. Y sin querer, empezamos a decir las mismas palabras que ellos, a insultarnos igual. POR LO QUE SEA. TODO VALE. Nos insultan e insultamos. De forma explícita, implícita, a la cara o a escondidas. Y nos vamos tragando y tragando más la idea de que el único que siempre tiene la verdad es el espejito, como pasa en Blancanieves. Y del mismo modo que la bruja, cometemos locuras. Locuras por la belleza, por seguir las reglas, tendencias y ataduras. El holocausto del metro. 

Pues bien, mi entrada habla sobre ello, sobre los complejos. Esas malditas líneas que nos hacen deprimirnos y no ver nuestra belleza, aquella que traspasa la piel con una sonrisa.

Con esta entrada, pretendo hacer ver a las personas nuestros propios engaños, como nos martilleamos los dedos y nos pillamos las manos al meternos en berenjenales sobre la belleza. LA BELLEZA ES UNA FARSA, NO SE PUEDE COMPRAR NI VER, SOLAMENTE SENTIR. Así que siéntela cada vez que te mires el reflejo, la sombra o por el espejo. Si tú te quieres, lo demás no importa. Pero quiérete. Nada de tu cuerpo falta o sobra.

Pensad en ello, renacidos y ¡Feliz domingo!




Tengo un metro lo suficientemente largo como para medir todos tus complejos y te puedo asegurar que no encuentro las imperfecciones. Quizás las corté con las tijeras cuando me dijiste que te sobraba cadera y yo vi que te faltaban besos. Quizás desaparecieron cuando el exceso de mimos te hizo olvidarte por completo de esas arrugitas debajo de tus ojos. Yo no veo quilos de más, veo besos de menos. Y por eso voy sembrando te quieros por tu espalda descalza. No desvestida. Porque sigue vistiendo manías y complejos, porque sigues tapando la belleza de tu cuerpo con palabras manchadas a fuego. Y queman. Queman tus sonrisas y las vuelve cenizas, quema tus sábados volviéndolos negros. Haces ver que no lo sabes, pero tus huesos te gritan que pares, que no pulses el botón de debajo de tu vientre que enciende la fuente en la que nunca ganas. Y te ahogas en ella. Como en aquellas palabras que recortaste de la revista y las pegaste en tu muñeca, queriendo ser de porcelana, y siendo más frágil de lo que te hubiera dado la gana. Pero nunca lo haces, nunca ganas. Siempre te escondes en disfraces, en mentiras cobardes. Gritas pero hay alguien que te presiona la garganta, que no te deja respirar todas las cosas positivas que tienes y te hace vomitar sangre en forma de comida. Te vacías. Más como recipiente que como persona. Más como consecuencia que como causa. Y abandonas. Abandonas tus sueños y metas, tus esperanzas. Abandonas el mirarte en la balanza y prefieres hacerlo en el espejo, a oscuras, con lanzas en tus dedos, con dudas en tu cabeza. Y abandonas. Pero yo no lo hago.

Tengo unos brazos suficientemente fuertes como para borrarte los miedos, como para ayudarte a que te escondas en ellos y pases a otro mundo. Pases a otro mundo mientras yo recorro tu cuerpo dejando gotas de chocolate en tu torso desnudo. Cada vez que me dices que no te gustas, yo te subo hasta el techo porque no puedo a la Luna, para que veas lo grande que eres, hasta donde puedes llegar. Después te bajo al suelo, para que entiendas que solamente tú eres dueña y señora, y tú debes alcanzar el cielo. 

¿Un consejo, amor mío? Vive quemando las dudas. Dejando de vestirte a oscuras. Rompe cremalleras, cadenas y ataduras. No aceptes que te digan que eres una talla más o menos, vive sin freno. Pero con cordura, o sin ella; haz lo que tú quieras. Pintándote en el espejo sin miedos, sin vergüenzas, sin complejos. Dibujando tu reflejo en el agua, haz caras largas, pechos pequeños. Enrédate el pelo al tirarte por el tobogán. Grita desde dentro y explota por fuera. Que no te importen tus manos, manchate de barro por completo. Saca la fiera que llevas dentro. Come cuánto quieras sin el sabor ácido en la garganta. 

Sé feliz y conmigo a tu lado, no te harán falta espejos para decirte: lo guapa que estás esta mañana. 

viernes, 18 de noviembre de 2016

Ya no estaba.

Buenos días, renacidos. El frío ha llegado para quedarse, eh. Me encanta el otoño y sus hojas caídas. Me encanta el color de los árboles, el pasar de los días con una bufanda y con el frío colándose por las rendijas de la chaqueta. Me encanta vestir con lana, oler la tierra mojada y que el sol brilla pero helado. El otoño es precioso, renacidos. Creo que es la mejor época de todas, si me permitís decirlo. Es una época mágica, llena de colores y de olores preciosos. Solamente nos hace falta mirar un poco por encima del hombro para descubrirlo. Solamente necesitamos parar los demás pensamientos negativos y creer en la vida, en el resurgir - como pasa con las hojas -. Ellas caen con duelo en sus extremos, pero saben que no será eterna su pena, que volverán a explicarlo de viejas gracias a su árbol.

Así es la vida.

Y bueno, hoy os traigo de nuevo un drama romántico. La sensación de vacío cuando alguien nos deja. Puede extrapolarse al amor o a la perdida, cada uno que renazca como quiera. Con ella os traigo una imagen evocadora, para mí. Y una canción preciosa que hoy he descubierto. Es de Pablo López y se llama: Hijos del verbo amar. Espero que la disfrutéis.

¡Feliz viernes, renacidos!


https://www.youtube.com/watch?v=Xre1ME1Uazs&feature=share 



Y me desperté. Todo había sido un sueño. Tus zapatos no estaban en el suelo, cerca de los míos. Tus calcetines se habían perdido más allá de la cama, más allá de la lavadora que los unía con los míos. Caminé descalza, buscando algo que sirviera de manta, que me cubriese por completo, que ya no me hicieran falta tus brazos ni tus besos. Y no escuché tu voz en el pasillo, no noté el olor a café recién hecho, ni tu cuerpo hecho un ovillo, cubierto de bostezos, con tus parabrisas rodeándote el cuerpo. Me tumbé en el suelo, sintiendo el frío en los huesos, congelándome el alma, con lágrimas en mis cuencos vacíos y sin ganas de nada más que de dormir y llorar todo el mar Mediterráneo. Era raro sentirme drogada por una pastilla llamada nostalgia. Y lo peor de todo es que no existen remedios que te vendan en Farmacias. Todo es llorar y expulsar la rabia, caer y levantarte con ganas de volver a chocarte contra la tierra. Duele tanto la vida, que a veces, parece que no lo sea. Que nos mienta y nos trague, que nos engañe y nos ate con una cuerda al paso de los días. Y nos ahogamos. No con agua ni alcohol, sino con la melancolía de tiempos mejores, de calendarios con menos rencores, con flores en los tapices de color ocre.

 Me sentí mareada, anestesiada. El mundo me daba vueltas y yo seguía parada, estacionada en un lugar donde ni las grúas te echan en falta, donde los papeles te reportan a países sin nombre, a nombres sin países, a lugares dónde las directrices que más cuentan son todas las cicatrices marcadas en el vientre. Y yo no tengo ninguna visible, todas se enmarcan bajo carne, bailando con sangre, aprisionadas. Me pisaba el pelo con las manos para no levantarme, para sentir el dolor. Quería ser consciente de forma física de aquello que llevaba en el corazón, de forma psíquica. 

Me volví loca esperándote, sentada en el umbral de mi casa, con las manos frías y con la bufanda en el cuello, deshilachada. Y la bufanda también lo estaba. Caían hilos y quilos con cada hora que pasaba. Mis vecinos me miraban y agachaban la cabeza. Quizás ellos se quedaron despiertos durante la tormenta, mientras yo dormía bajo tu pierna. 

¡Qué rabia no haber sido testigo de tus dudas! Quizás con mi locura y dulzura hubiera conseguido que lo repensarás, que te quedarás más tiempo en mi cama, amoldado a una almohada que siempre te había esperado, que siempre había estado a tu altura. 

Ahora todos los perfumes de la calle, llevan tu nombre y apellido. Ya no huele en mi pasillo, pero aparecen en mi bolsillo cuando saco tu foto. En ella guardo momentos rotos, como las copas de vino, momentos sumergidos en un pasado que vimos pasar sin pensar en que no volvería a hacerlo. Como todo en esta vida. He puesto un pie la vía y sé que podría hacerlo, dejar pasar el tiempo, esperar el claxon molesto de una locomotora que viene a cien por hora y no piensa detenerse. Y yo no la detendría, la dejaría pasar encima de mi cuerpo mientras mis labios recuerdan tus besos y suspiran tu nombre. ¿Pero de qué me serviría? Seguiría sin verte cada día al despertar, seguiría sintiéndome vacía por las mañanas, abandonada en una realidad que no se ajusta a mi gusto, que no es justa. Y por eso quito el pie de la vía, subo hacia el andén y recorro la vida. Porque es verdad que una vida sin ti no vale nada, pero menos valdría sin la mía.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Cuando la h empezó a sonar

Buenas tardes, renacidos. Hoy estallo en alegría por completo, hoy soy como un bote de confeti agitado, a punto de estallar en nada, a punto de asustar al mundo. Euforia lo llaman algunos, así que me referiré como tal. Es impresionante la bipolaridad de la vida. En nada estás exhausta, sin ganas de levantarte de la cama, con el frío en los huesos y el aburrimiento en el alma; y de golpe, todo lo contrario. Te sientes excitada, eufórica, feliz... Todo depende tanto de cómo focalices el día... Pero es que es casi imposible cambiar nuestra actitud sin nada que lo motive, ¿no es cierto? ¿Cómo vas a pasar de las lágrimas a las risas si no hay motivos para hacerlo o no los ves? Por ello, una nunca puede elegir cuando va a ser un día bueno, aunque haya algo bueno en todos los días, por ejemplo, esa respiración que tienes mientras estás leyendo esto. Esa respiración hace que todo sea posible, y que nada resulte inalcanzable. Ni siquiera la felicidad temporal. Por ello, necesitamos buscar motivos para dedicar cinco minutos del día, aunque sea, en reír, en estallar nuestro bote de confeti. 
Mi motivo de hoy es la persona de la que estoy enamorada y de mis recuerdos a su lado. ¿Sabéis algo? Es increíble, pero creo que cada día estoy más enamorada, subo más la escalera hacia lo inalcanzable. Quizás me entenderíais si lo conocieráis. Es todo lo que cualquier persona pudiese desear. Le quiero muchísimo y sé que nunca lo habré dicho las suficientes veces ni lo suficientemente alto. 

Mi entrada, no obstante, juega con la lengua. Es decir, con las palabras, las frases, los sonidos, las letras... Y el amor, aunque desde una perspectiva más negativa. 

Queridos, renacidos, espero que os guste y disfrutéis de este miércoles, porque recordad:

"Sólo se vive una vez."

Pd: quizás dos si renaces entre palabras ;) JAJA 




Todo se remonta atrás, cuando la h empezó a sonar. Y gritaba. Haciendo tiritar hasta el más fuerte de los muros. Haciendo estallar la guerra de las palabras que no esperan a un futuro, y luchan por romper las reglas y las cadenas con todo el sudor del mundo. 

Pasamos a ser dos lenguas marginadas, clásicas del olvido, sin otro cometido que quemarse en la boca con suspiros atragantados. Ya no teníamos párrafos donde escondernos, solamente un margen demasiado largo, demasiado eterno. 

Manchaste de faltas de ortografía cada uno de nuestros besos y mis labios se quedaron llenos de acentos mal colocados, de B que son V, de signos olvidados, de te quieros forzados. Y mis manos quedaron tiritando por todas aquellos cambios que tienen los diferentes idiomas.

Es extraño enterarte por culpa de un diccionario, que la palabra te amo va sin engaños de por medio, sin comas entre letras, sin zetas ni eses curvadas. Hace mucho que nuestras silabas están separadas, ya no forman solo una palabra, sino sustantivos con adjetivos crueles y adictivos. Adictivos porque con cada uno que se nos ocurría, el otro inventaba uno nuevo. Porque lo más bonito de nuestro duelo, fue cuando el silencio lo inundó todo por completo, junto con las huellas en el suelo. 

Durante un tiempo, conjugamos en presente, pensamos en un futuro. Vivíamos intensamente, sin importar lo que decía la gente de normas semánticas, léxicas y ortográficas. Pero todo eso se delató cuando los verbos ya no eran de acción sino de pasotismo. Hicimos caso omiso a los gerundios, a sus participios. Participamos en mil peleas, por llegar a compromisos inútiles y sin sentido. 

No era disléxica, pero me confundías. Sabía leer entre líneas, pero prefería hacerlo diagonalmente leyendo solamente algunas palabras que veía en tu frente, sin mirarte a los ojos. 

Dicen que las fases con que aprendemos a leer empiezan con la descodificación de las palabras para poder entenderlas, analizarlas y después usarlas. Continuamos aprendiendo con ellas, usándolas como elementos para entender el mundo, para entendernos a nosotros, para perdernos a menudo pero pudiendo encontrarnos. Y, finalmente, las utilizamos para ser libres, para romper las cadenas, para reflexionar sobre los límites. Con el amor pasa algo parecido: lo descodificamos como niños, lo usamos como novatos, lo aprendemos tropezando y finalmente lo dejamos, renaciendo cada vez que lo recordamos.


   es
       por 
            eso           la h
                  que             no                                              estáis
                                         debe                      realmente
                                                 de              si
                                                      sonaros,                     
                                                                                        enamorados.

martes, 8 de noviembre de 2016

Para cuando baje la marea

Buenas tardes, renacidos. Hoy quiero empezar esta entrada con una reflexión importante sobre el tiempo, al menos importante para mí. ¿Nunca os habéis dado cuenta de lo relativo que puede llegar a ser? Hay veces, que pienso en mi pasado y casi todo lo puedo apelar a mis recuerdos de cuando tenía ocho años. Es decir, por mucho que sea un recuerdo de cuando tenía cinco, de cuando tenía once o de cuando tenía seis; siempre lo apelo a que fue con ocho años, y realmente lo creo así. ¿Os ha pasado alguna vez o es que es otra de las razones por las que estoy loca? En fin. Esta es solo una de las muchas razones por las que veo la relatividad del tiempo. Otro ejemplo sería cómo pasa este de rápido en algunos momentos y de lento en otros tanto. Cuando estoy escribiendo, por ejemplo, el tiempo vuela demasiado rápido, cuando estoy en clase despacio (tengo que reconocerlo, sí). En fin, es un tema hiper interesante el tiempo, y demasiado extensivo como para resumirlo en una pequeña introducción, pero quería hacer un pequeño inciso a ello.

En relación a la entrada, hoy os traigo algo sobre el querer a alguien que no te quiere. Creo que es de las peores cosas que puede sentir un corazón en relación al amor, el no sentirse correspondida. Sé que con la entrada apelo a un tipo de mujer que acepta ser "utilizada" en cierto modo porque ella no quiere serlo de esa manera. Ella quiere que le ame, pero hay veces que por mucho que hagamos, no podemos conseguirlo. Con esta entrada, pues, no quiero dar a entender que ella hace lo correcto en todo momento. Nadie hace lo correcto en todo momento. Ella quizás intenta conseguir algo, luchar por conseguir algo que no puede ser. En cierto modo, los culpables son ambos (bajo mi punto de vista): él por no ser claro y ella por dejarse llevar e intentar algo que sabe que no va a funcionar. Pero, bueno, ella arriesga intentando ganar, aunque fracase. No te dejes utilizar, ante nada. Sé egoísta y busca tu felicidad. 

La imagen de la entrada es mía y con ello sigo haciendo crecer la lista de entradas con mis fotos (¡bien!). Y la canción que encabeza la entrada es "A que no me dejas" de Alejandro Sanz. Es preciosa, os recomiendo oírla.

¡Feliz martes, renacidos! Os quero.


https://www.youtube.com/watch?v=kIQtB8uRc2E






¿A quién quieres engañar arrodillándote al mar? Los dos sabemos que no me vas a llegar a amar, porque no puedes hacerlo. Se te han metido recuerdos de otros brazos en las pestañas. Y eso son balazos en mi alma desgarrada. ¿Cómo quieres que no te lo eche en cara? Dejé todo por irme a tu cama, por pasar noches entre tus sabanas. Al principio me imaginaba que seguía su cara en mis ojos, que estaban sus labios pegados a los míos. Pero era injusto intentar hacer arder esos recuerdos en milésimas de segundo. Y lo dejé pasar, como lo hacían las olas chocando con las rocas en el mar; como lo hacían los trenes sin descarrilar. Y los meses fueron pasando, con desencantos cuando no me decías "te amo" después de tanta actividad. 

Mientras leía poesía para olvidar, se me empapaban las mejillas. Era complicado no pensar en ti, cuando mis pulsaciones se aceleraban, cuando el mediodía se acababa y llegaba la tarde. Tú entrabas como si nada, dispuesto a callar las voces que te recordaban a ella, dispuesto a desahogar toda tu pena entre mis piernas. Yo cedía porque quería. Quería que me quisieras, que me desearas, que aquel momento del día te hiciera el hombre más feliz de la tierra. Y no lo eras. No lo eras porque no tocabas su pelo enmarañado, porque no olías su colonia en el baño, porque yo no era ella y tú en cambio, eras el mismo. Todo había cambiado excepto tú. Te negabas a aceptarlo, pero la querías. Recurrías a sus palabras cada vez que discutías conmigo, explicándome que ella no lo hacía, que ella no era como yo, que ella no era lo mismo. Y yo nunca he sido ella. Yo no te abandoné por otro, no te dejé esperándome el ocho de una tarde calurosa, escribiéndote una carta y explicándote que hay cosas que no pueden serlo. ¿Qué hay cosas que no pueden serlo? Aquella era tu frase favorita, la enquistada en un tus mejillas, la que no se limpiabni con el lavavajillas

Había meses que no lo soportaba, que vertía el café y rompía las figuritas de porcelana. Me hacía un mar de lágrimas mientras miraba por la ventana a la orilla. Nada había salido como había soñado de niña y aquello me frustraba. Me sentí utilizada, como un papel quemado. Y lo estaba. Quemada por lo que debía de hacer y por lo que de verdad quería. Quemada por lo que decía la gente, mi cerebro y la vida. Pero mi corazón se aceleraba cuando cruzabas la puerta, y es difícil renunciar a ello. Es difícil renunciar a lo bello de la vida, a los escalofríos de piel de gallina, a las palabras metidas en trituradoras, vueltas pequeñitas. Es difícil limitarse a lo que de verdad merecemos, a lo que de verdad nos pertenece y debemos conseguir. 

Otros meses creía que podía. Me enfundaba en purpurina, en medias sonrisas y sonrisas a medias. Me ponía queratina, me alisaba el cabello, me tumbaba esperando a que llegaras con prisas. Y todo corría con ansias, demasiado deprisa. Sonreías después de todo aquello, borrabas aquellas muecas, me acunabas el pecho con solamente respirar cerca de mi cuello. Y creía que lo conseguía cuando por fin te dormías, en silencio podía verte soñar, podía creer que aquello no era un sueño sino real. Pero te despertabas sudoroso, con ganas de irte a pasear, con la pena arrastrando mi felicidad. Y sabía que todo volvía a empezar, que volvíamos a estar en el principio de la historia.

Así que, ¿a quién quieres engañar arrodillándote en el mar? No te puedes comprometer con alguien a quien nunca amarás. No quiero vivir en una mentira mucho tiempo más, y tú tampoco lo mereces. Mereces cambiar, dejar de ser esa persona de cristal que acepta el blanco de las sabanas como alcohol para olvidar. Te he querido mucho tiempo y sé que tardaré aún más en dejar de hacerlo, pero no podemos continuar. No quiero seguir sufriendo, pintándome las mentiras en los labios cuando estos hayan dejado marcas en tu cuerpo. No quiero esperanzarme cada verano y desesperanzarme cada invierno. No sirve de nada esto que estamos haciendo. Así que búscala, quizás aún estás a tiempo. Si tú no la has podido olvidar quizás ella aún te recuerda. Corre, ves tras ellas y otórgale aquello que a nadie más pertenece. 

Recuerda
              que 
                   el amar
                               duele
pero más aún,
                      no poder hacerlo. 

viernes, 4 de noviembre de 2016

No creo en la ciencia

Buenas tardes, renacidos. Seré breve porque tengo poco tiempo para extenderme con la introducción - en nada tengo que ir a clase -. 
Espero que os guste mi entrada muchísimo y que paséis un buen día. 

¡Feliz viernes, por fin!



No creo en la ciencia. No creo en que no pueda pedir y cumplir mi sueño porque la estrella a la que rezo, hace tiempo que ha muerto. Quiero pensar que todos mis deseos están por pasar y no en el tintero. Las estrellas son de verdad, porque las veo. Sé que quizás han dejado de brillar, pero incluso aquel pequeño resquicio de oscuridad, consigue la más bella luz si tiene motivos para hacerlo. Creo en mis creencias, más que en las ciencias. Y sé que puedo hacerlo. 

Me niego a creer que nunca te llevaré a la Luna porque la gravedad me lo impide. Siempre creeré que es más grave no cumplir las promesas, que dejar de hacer caso a las leyes de la naturaleza. Y sé que tú quieres una pequeña casa en ella, con ventanas de porcelana y macetas en la entrada. No clavaré ninguna bandera ni estaca, pero me proclamaré rey de esas tierras igual que tú eres la reina de mi planeta. La reina escarlata de pies fríos.

No creo en la ciencia. Me niego a pensar que el sol me puede abrasar cuando me acerque o que todo esto acaba cuando mueres. Sé que hay algo detrás del telón de la vida, aunque sea una pequeña cuerda que cuando tiras abre un nuevo mundo. No quiero creer que todo después se vuelve oscuro y no hay salidas. ¿Qué sería de todo lo que he logrado, de todo lo que prometían, de todo lo que he aprendido en esta vida? No quiero pensar que somos polvo y en polvo acabaremos. No quiero creer que todo esto sea cierto. 

No creo en la ciencia porque esta dice que si no lo ves, no existe. Y yo siento el viento levantando mi pelo, la nostalgia arrugarme el pecho cuando me alejo de ti y la pequeña sensación de que sigues ahí, cuando te has ido. Todas esas cosas tendrían que ser ignoradas por la ciencia, tiradas a la papelera. Y lo son. Pero como todo en esta vida, aquello que menos ves, que viene de puntillas, es lo más real que te puedes encontrar mientras caminas. Y caminamos a ciegas, hacia el mañana. ¿Dónde está la ciencia para hablarnos del futuro, de la existencia relativa de un tiempo que nos empuja sin apuro? 

La ciencia odia la inercia, lo subjetivo. Y yo odio lo materialmente rígido y cuadriculado. Siento ese magnetismo cuando pasas por mi lado, y eso no lo explica ninguna ciencia. Siento la electricidad en mi mano cuando la rozas, ese calambre en la espinilla, ese nudo que sube a hurtadillas en mi garganta de piel de gallina. 

No creo en la ciencia ni en los microscopios. Sé que existe algo microscópico, algo pequeño. Sé que todos venimos de algo más enano, de tiempos más lejanos. Dicen que hubo un Big Bang que puso en marcha todo lo posible, y yo creo que un Tic Tac es lo que pone en marcha ahora todo lo que vives. 

No creo en la ciencia porque no creo en las mentiras. Y sé que miente. Yo creo que tenemos un lazo que nos llega del vientre a la mano y nos hace enamorarnos, y la ciencia dice que eso es inventado. Quizás yo no usé ratones experimentados, ni mezclé pociones para lograrlo, pero sé que existe; lo noto en mi mano.

No creo en la ciencia, pero creo a ciencia exacta que la vida depende de más cosas. Sé que lo que existe, no tiene porque verse. Sé que lo posible no tiene que obedecer leyes, no tiene que estar marcado por hombres que creen ser más listos y fuertes haciéndonos creer que lo comprobado es lo que realmente ha pasado. Creo en mis ciencias, en mis análisis improvisados. Creo en tus piernas y en lo que sientes cuando el cerebro se siente apagado. Creo en los sueños más que en lo llegado. Porque si la vida solamente fuera lo que dicen los números, las lenguas y las vísceras se hubieran caducado. 


jueves, 3 de noviembre de 2016

Qué guapo te pones

Buenos días, renacidos. Hoy mi entrada es un grito hacia la belleza. Hacia la belleza de la rutina, de la vida, fuera de los cosméticos que nos reprimen y nos hacen pasar por un sistema de discriminación continua. Cada día somos sometidos al juicio de las personas. Vestimos mal o bien, nos peinamos o no adecuadamente, llevamos o no los zapatos correctos, usamos o no bien el pintalabios. Cada día, si podemos, nos miramos miles de veces en el espejo para gustar, para que los demás puedan decirnos: qué guapo estás. Pero nosotros, no nos lo creemos. Siempre necesitamos más aprobaciones de las personas, más juicios del mundo que de nuestros ojos. Hay veces que ni siquiera sabemos si algo nos gusta y necesitamos la aprobación del otro, el punto de vista de otras personas. Todo es culpa del bombardeo de la vida, de los anuncios, de la búsqueda de la belleza. Todo es culpa de pensar que una persona es guapa cuando alguien dice que lo eres. O cuando muchos lo dicen.Y no es así, aunque lo creamos. Una persona es guapa por cómo piensa, por cómo lucha, por cómo vive. Una persona es guapa cuando come tranquila, cuando duerme roncando o cuando ríe sin freno. Somos guapos por naturaleza. Y sí, podemos maquillarnos y vestirnos como queramos. Pero siempre por nosotros mismos. De la otra forma, es un error.

Y bueno, quiero dejar por escrito que la creación de esta entrada viene inspirada por un texto de Defreds que empieza igual que yo lo hago "Qué guapa te pones". Os animo a leer este escrito, porque es precioso e inspirador. Y, claro, también os animo a leer el mío. La canción que adjunto es La Belleza de Rozalén.

Espero que penséis en estas palabras, renacidos. Mirar al espejo por vuestros ojos, por vuestras opiniones. Sé que no es fácil, en realidad es muy difícil. Pero nadie dijo que la vida fuera fácil, ¿no?

¡Feliz juergues!

PD: La fotografía es de mi guapo, a quién dedico este escrito, claro está. Uri, te quiero.

https://www.youtube.com/watch?v=rQq8Jc6BECg




Qué guapo te pones cuando crees que no te miro y me miras de reojo, viéndome vestida y desvistiendo mis sonrojos. Y cuando te equivocas y en vez de besarme en la mejilla, lo haces en la boca. Como aquella noche perdida en que nos encontramos. Me pillaste desprevenida y aún juro que puedo verlo: el beso llegando despacio, perdiéndose en los margenes de un caluroso verano. 
 Juro que me he enamorado mil veces cuando te he oído reírte. Se me ha acelerado el alma y solamente tenía ganas de desvestirte, para que te sintieras incómodamente observado. Eres guapo hasta recién levantado, y eso tiene delito. Porque no intentas conseguirlo y lo consigues. No te hacen falta dietas absurdas de revistas baratas, mentiras sobre quilos de más o de menos. No te echas cremas para parecer menos viejo, aunque aún seas joven. 

Qué guapo te pones cuando tu equipo termina ganando. O cuando pierdes entre mis brazos. En ambas ocasiones tu sonrisa activa un nuevo escándalo en la prensa. Las noticias vuelan y los periódicos comentan que se han parado las guerras y ahora se hace el amor en las carreteras, a plena luz, en medio de las tinieblas. Hasta las farolas dicen que te queda bien cuando no te peinas. Te hace sencillamente encantador, despreocupado, descarado. 

Qué guapo te pones cuando te cepillas los dientes, cuando comes, cuando cierras la puerta o la abres. Me encanta mirarte leyendo, sumergido en las historias ficticias de cuentos que no se parecen a tu vida pero que te descolocan. O cuando sacas al perro, caminando de espaldas al pasado, mirando de frente al presente, sin importar lo que pueda decir de ti la gente. Y eso te hace además de guapo, inteligente.

Qué guapo te pones cuando lloras, cuando tus lágrimas expresan horas de aguante, romper el esmalte de tu cuerpo. Te resquebrajas sin dejar de ser igual de guapo. Quizás te vuelvas vulnerable, pero eso te hace ser humano. Aunque no lo seas.

Qué guapo te pones cuando piensas, cuando te rompes la cabeza pensando en una solución correcta, la perfecta. O cuando me besas a cámara lenta, dejando que me funda en tus labios y admire tu belleza.

Qué guapo te pones cuando te conozco, cuando no lo hago. Qué guapo te pones cuando me aparto y te acercas, cuando me acerco y te aparto. Qué guapo te pones cuando entiendes mis rarezas, cuando me aceptas y te acepto, cuando ves en mí la luz de tus tormentas. Qué guapo te pones cuando decides quererme, cuando me quieres sin decidirlo. Qué guapo eres sin saberlo ni decirlo. 

Qué guapa me pones por tus comentarios, tus miradas y tus besos. Por como me quieres en exceso, sin trampas ni aciertos. Haciendo de esto, un certamen de belleza dónde no aparecen jueces más allá de la certeza de que te quiero y tú me quieres. Y qué guapos nos ponemos cuando lo sabemos. 


Porque no hay mayor belleza que aquella que se ve cuando quieres que se vea.