viernes, 11 de septiembre de 2015

Los recuerdos son para toda la vida

Buenas tardes, mi siguiente entrada se trata de una pequeña reflexión sobre los recuerdos, el pasado y el olvido. Nadie debería nunca olvidar aquello que nos ha hecho ser como somos ni arrepentirse de nada de lo pintado durante nuestra vida. Esta es, muy posiblemente la razón de mi reflexión. También os dejo un enlace para escuchar mientras la leéis, que ya parece algo necesario :). Se trata de la canción Recuerdame de Pablo Alborán que me parece una balada preciosa. Espero que os agrade y feliz viernes!

https://www.youtube.com/watch?v=hGCUETIaPyI



Los recuerdos son para toda la vida. Quizás algunas vidas duren más que otras o quizás los recuerdos se evaporicen con más rapidez de la que quisiéramos, pero durante ese tiempo, los recuerdos son así, eternos. Son como escrituras permanentes en tu piel, en tu cabeza, en tu corazón. En cierto modo son como las decisiones que vamos tomando en cada una de nuestras vidas. Poco a poco vamos decidiendo nuestro camino que se va marcando por pisadas, por todas nuestras imborrables pisadas. Nada, ni siquiera aquel ser superior que todos tememos al cual le adjudicamos el nombre de 'el tiempo' acaba con ellas. Los días van pasando, el tiempo va ganando, y las decisiones aumentan. Pasan a otras perspectivas. Cambian de piel, de forma. Se alteran, se amplían. Llegados a un punto sólo sabes mirar hacia adelante, olvidarte de lo emprendido, vislumbrar el camino que te queda por recorrer o fijarte en el que estás trazando.
De vez en cuando te da por mirar hacia atrás, por el espejo retrovisor que nos ha visto crecer, cambiar y que nos ha marcado nuestra personalidad. En ese momento algo en ti se acelera. Se acelera porque encuentras que  hay cosas que han cambiado. Hasta entonces no te habías dado cuenta o no habías querido hacerlo. Ves que hay amigos que ya no están, familiares que se han ido, momentos que no se repetirán. Eso te sirve para pararte y lo haces. Decides pararte, mirar más de cerca esos recuerdos escondidos por el miedo a encontrarlos y decepcionarte de ellos. Piensas en cómo has cambiado, en cuánto te han cambiado, en cómo ha cambiado todo. Las tardes merendando, las mañanas estudiando, las noches descansando. Todos son momentos felices pero muy lejanos para ti. Yendo más allá, recorres tu habitación, tu salón, tu cajón de los recuerdos.Recuerdas aquella carta blanca tintada con cariño por aquella persona que te pedía perdón; recuerdas aquella promesa bajo el manto de las estrellas de una antigua noche de verano; recuerdas aquel beso bajo la lluvia que parecía cambiarlo todo y que lo hizo por poco tiempo; aquel cigarro que parecía que nunca acababa. Recuerdas las manías de aquel chico, de aquella amiga, de aquella prima. Sigues pensando mientras tus dedos acarician una fotografía que pronto recogen de tu escritorio. Sabes que siempre la ves, pero nunca te paras a observarla, a pensar. Solamente te centras en el futuro o muy de vez en cuando, en el presente. Ya no tienes en cuenta esa fotografía pese a que cuando la miras, ahora, te hace sonreír. Involuntariamente no puedes dejar de hacerlo. Quizás es porque en ella todos también lo hacen. Incluso tu yo del pasado lo hace, sonríe. Se mantiene fuertemente abrazada a sus amigos, a aquellas personas increíbles que hace tiempo que ya no están en tu vida. Recuerdas como se marcharon sin cerrar la delicada puerta que os mantenía tan cerca, sin un inolvidable y caluroso abrazado de despedida. Mientras la posas suavemente de nuevo en su polvoriento rincón, una lágrima mezclada por la nostalgia y los recuerdos caen en ella. La limpias rápidamente, intentando no borrar aquellos gestos felices que continuaran siempre presentes en ella y en ti cada vez que la mires.

Es verdad que los recuerdos son eternos. Algunos se quedan en las mentes de las personas y parecen por ello más inmortales. Pero hay otros que se camuflan en lugares, en paisajes, en objetos. Quizás alguna vez tengamos la suerte de mirar hacia un puente y ver cuantas promesas de amor se hicieron en él. O quizás alguna vez, al encontrar una fotografía podamos percibir los olores de aquel lugar, los sentimientos estancados en ella y las personas que ya no existen.
De todas formas, el olvido es inevitable, pero del mismo modo que las estrellas del cielo caen y de ellas solo queda un bonito y fugaz rastro, los recuerdos dejan una marca imborrable que nadie podrá olvidar, aunque los protagonistas ya no sean ni siquiera un rastro en la vida.

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