martes, 8 de septiembre de 2015

Adagio in G Minor (Albinoni)





Buenos días, hoy me gustaría dedicar mi siguiente entrada a comentar esta preciosa interpretación de Albinoni titulada Adagio (in G Minor). El hecho de haber elegido esta bonita canción de género clásico se debe a una persona muy especial que vive enamorada de ella. Apuesto incluso que si tuviese que elegir en medio de una catástrofe que canciones pudiese salvar, esta sería una de ellas. Es comprensible, ya que aunque no sea mi interpretación favorita, debo admitir que también me parece preciosa. Tanto ella, la persona enamorada de Adagio, como yo, compartimos la ilusión y el amor hacia la música. Y creo oportuno interpretar algo que me recuerde tanto a ella ya que para mí ella es la sedosa mariposa que da alas a todos mis retos, a todas mis pasiones, a todas mis metas. Sin ella, mi vida nunca hubiese tenido sentido y espero que sea algo que jamás olvide.

Y la música... La música me transporta siempre a lugares increíbles, a momentos que imagino imposibles de vislumbrar en la realidad... Y muchas veces, no somos conscientes de hasta donde nos lleva o cuanto nos transmite una canción hasta que le eliminamos la letra. Esto es un hecho contrastado en mi vida. Adagio es un claro ejemplo. Estoy segura de que no a todo el mundo le transporta al mismo lugar o lo vive de la misma manera, pero para mí ahí radica la magia del arte. Mi consejo para entenderme más profundamente es que escuchéis la canción mientras leéis lentamente mi interpretación. Quizás es un poco locura lo que escribo sobre Adagio, pero todo el mundo está abierto a diferentes reflexiones e interpretaciones y esta es la mía. Amo la locura. Espero que os guste y si podéis entenderme, mejor que mejor. Gracias y feliz martes.

La música empieza a sonar lentamente y camino. La calma irradia mi vida, la llena de felicidad, incesante felicidad. Mis pies siguen el compás de la melodía agitándose hacia un lado, hacia otro. Es el compás que relata mi vida en pocos minutos. Parece que camine bailando, creyéndome una radiante bailarina que expresa su vida bailando, moviéndose, cantando a escondidas. Lentamente un pie, luego el otro. Camino encima de hojas muertas pero yo sigo viva y feliz. Escucho como crujen debajo de mis plantas, suaves y dulces mientras las dejo tras de mí. Ellas están tristes y silenciosas, pero yo sigo caminando. La canción guía mis pies y yo me dejo guiar. No sé hacia donde me dirijo porque mis ojos siguen bien cerrados, y notó como las pestañas crean una singular posición en mis ojos. Sigo caminando, mientras mi corazón late con fuerza, mientras mi respiración sigue permitiéndome vivir, soñar, caminar. Un paso más, y otro. La música va cambiando y notó un cambio de luz a mí alrededor, pero mis ojos siguen bien cerrados. Mi estado de ánimo también se altera levemente.  Intento abrir mis ojos pero me es imposible, siguen cerrados. Ya no puedo hacerlo. Ya no me pertenecen. Ya no sé de quién son. Mis pies continúan pisando a las pobres hojas que cayeron de su gran e imposible sueño. Ahora siento lástima de ellas y un nudo en la garganta me taladra el alma. Mis brazos se agitan al compás del paseo, de la canción, del día o de la noche. Ya no estoy segura de que día es, ni cual es la hora que me permite caminar. Mis ojos llevan mucho tiempo cerrados, mis pies llevan mucho camino andado. El olor a pino me permite apreciar que no estoy en la ciudad. El bosque me guía. Eso explica la gran colección de hojas secas que adornan mi caminar. Un violín parece llamarme a lo lejos. Grita mi nombre en susurrantes silencios. Debería seguirlo y lo hago. No estoy segura de nada pero de eso sí. Mis pies parecen anhelar ese momento, el momento de poder abrazar al violín. Mientras salgo a correr y noto a las hojas muertas que dejo atrás, sufro. Cada vez sufro más por ello. Es el violín. La música me hace sufrir, casi llorar, casi paralizarme. Desesperadamente busco el violín. Lo necesito para vivir, para caminar, para respirar. Ya nada es más importante para mí que ello. Intento abrir los ojos de nuevo cuando empiezo a respirar con dificultad. Algo en mí se ha fundido con aquel violín. Ya no recuerdo que era la felicidad. La tristeza protagoniza mi quieta existencia. No quiero caminar, no puedo hacerlo. Hace mucho que ya no hay calma, ahora solo hay miedo, temor a perderlo, a que desaparezca. Temblando pienso y escucho aquella triste música que me hace sufrir. Sin poder abrir los ojos me voy desvaneciendo, en medio del caos, del terror a que no lo lograré. Una vez en el suelo noto a todas las hojas muertas susurrarme sus tristes canciones, a relatarme sus crueles vidas muertas después de los calurosos días. Ellas no tienen esperanza y yo tampoco. Todo ha acabado. El violín se ha cansado de llamarme y lentamente se va callando, como lo va haciendo la canción que me hacía vivir, respirar, caminar. Todo a mí alrededor está muerto. El silencio y el vacío me recuerdan que ya no soy nada. Y en medio de aquel bosque envuelta en pinos, hojas muertas y el silencio, dejo de existir.






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