lunes, 11 de enero de 2016

Cuando el mar ama

Buenos días, renacidos. Hoy se presenta un día frío, un día que quiere congelar las horas y minutos pero que no consigue congelar el paso del tiempo. Quizás fuese interesante conseguirlo, paralizarlo durante unos instantes y poder disfrutar de la eterna espera, del tiempo pausado. Pero también sería confuso no vivir con esas pautas. Creer que es el momento oportuno para hacer algo y decidir no realizarlo porque de repente, ya ha pasado dicho momento. Quizás esa sea la razón de limitar nuestra vida en parámetros idénticos cada año. En cierto modo me tranquiliza, pero solamente en cierto modo. La otra parte de mí quiere vivir al margen del tiempo y su eterna prisión. 
Bueno, dejando de lado estas observaciones sobre el día, hoy os traigo algo diferente, renacidos. No tan diferente como el cielo y la tierra, pero algo diferente a lo visto anteriormente. Se trata de un cuento, un cuento que trata sobre el mar cuando ama y que está escrito atendiendo a la rima - por lo tanto a los sonidos - y a las sensaciones. Os he aportado para leer esta entrada, música sobre el sonido que produce el mar al chocar con las rocas.  Aparte, os he de comentar que esta entrada ha producido una sensación extraña en mí; algo así como mariposas, desahogo y satisfacción. He logrado plasmar lo que quería y de la forma que necesitaba. Estoy feliz por ello, y entonces, el día se presenta más bonito de lo que parece. 

Bueno, renacidos, os dejo con la entrada. Espero que os guste y paséis un fantástico martes. Ah, y nunca olvidéis que los cuentos no son sólo para los niños. 

https://www.youtube.com/watch?v=JZkh08s3a34

PD: va para ti, Simón.



Fue un efímero sueño, un parpadeo de los días que con un suspiro y pestañeo desapareció para dejar paso a la realidad. Creyeron que duraría una eternidad y resultó ser una eterna mentira. Su amor se evaporó entre la espuma del mar dejando olor a salitre en cada uno de los rincones de Barcelona.

Todo empezó en aquella playa desierta donde un pescador se enamoró de una sirena. Era un hombre robusto, cicatrizado por el paso de los años en su joven piel, por los errores que había ido pescando y creando él. No creía en el amor, la felicidad o el cariño, solamente en pescar con un sedal los peces que caían del precipicio de la vida hacia la muerte, hacia la sartén de aquellos que viven inertes ante su suerte. Utilizaba cada mañana, cada tarde y cada noche la misma técnica para pescar, sin imaginarse que el pez más grande que vio en el mar, le atraparía con sus redes obligandole a nadar para siempre. Tenía labios carnosos, extremidades vertiginosas y una flexible cola que movía sin parar. Le llamaba en susurros, gritaba silenciosamente su nombre, le pedía entre murmuros aquello que calla el alma y grita la calma:

-Pescador, tú, con tu sedal y yo con mi penar, alguien nos unió. Quizás fuera el mar, quizás fue un señor, pero de lo que sí estoy segura es que el mal se apoderará de nuestro final.

El hombre la escuchaba hablar, acercándose poco a poco al mar, sin dejar de ver aquella mirada que más que unos ojos que miran parecían cantar. Sabía lo que decía, pues de pequeño le enseñaron a entender y a hablar, pero no comprendía cuan ciertas eran sus palabras hasta que rozó el mar. La furia se despertó desde las profundidades más insólitas hasta las superficies más inhóspitas. El mar rugía su odio hacia el pescador enamorado de la sirena, aquella que había amado en secreto durante largas y largas primaveras. 

-Pescador, odiado ser que destruye todo aquello que toca y ve. Tú que eres humano, que has acabado con el paraíso que se había fundado. Tú que dañas a otras personas, que quemas bosques y matas las bellezas de este reino, que acabas con los seres que nosotros, la naturaleza, queremos. Tú que no sabes lo que es amar, te atreves a pensar que enamorado estás de ella, de su bella cola y de sus cantos de sirena. Y yo, que he vivido enamorado de su encanto desde que el cielo es cielo, y los pájaros han volado; me tengo que quedar parado mientras muere por tus palabras injuriosas y arpías. De ninguna manera, pescador, la sirena es mía y tú nunca lograrás destruirla.

Las olas sumergieron al pescador con su bravía prepotencia, condenando al buen hombre por los pecados que otros cometían. Luchó con uñas y dientes por levantarse de aquella marea, pero el agua le absorbía toda energía, y poco a poco se fue dejando llevar por su desdicha. La sirena, presa del pánico por la muerte de su amado, se lanzó en su búsqueda, aleteando entre los gritos salados que el mar escupía sin reparo. Lo encontró tirado y ahogado sobre conchas fragmentadas, sobre piedras escarpadas. Las lágrimas de la amada se confundían con las gotitas del agua salada. Nada podía hacer por aquel pobre mártir que entre sangre y corales dejó de pescar para ser pescado. 
La sirena con rabia, desesperación y tristeza se dejó llevar por la marea sabiendo que esta la llevaría hasta aquel lugar donde su amado la esperaría. Cuando el mar  se dio cuenta donde estaba la sirena, fue testigo del error que había cometido, pues durante unos momentos había sido humano y condenado a muerte a un pobre pescador por los abusos que todos los demás habían cometido. No pudo evitar tampoco, odiar. 

Odiaba al pescador y odiaba a la sirena, porque juntos, finalmente, habían llegado hasta las estrellas.

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