sábado, 29 de diciembre de 2018

Imaginándonos enamorados

Buenas tardes, renacidos. Prácticamente dejamos atrás un año y nos acercamos lentamente al siguiente. Qué nos espera en este es un misterio, pero espero que siempre nos queden ganas para averiguarlo. Deseo de todo corazón que tengáis una entrada de año afortunada, en salud y amor más que en dinero, y que salgáis del próximo igual de felices. 2019 solo puede traernos buenas noticias. 

Mi propósito de nuevo año es ponerme más a fondo con mi querido renacer y seguir aportando un pedacito de mí y de vosotros en cada texto. Espero que os hayan gustado todas y cada una de las nuevas entradas que ha traído este 2018. Prometo superarme en el siguiente año y seguir aprendiendo con las palabras, las únicas capaces de renacer sentimientos y recuerdos. Un beso enorme para todos vosotros, mis renacidos. 

¡Feliz sábado! ¡Feliz año!

PD: Sí, vale, sí. La de la foto soy yo. Y me encuentro en Gaztelugatxe, un lugar increíblemente fascinante. 



A veces te imagino. Te imagino desnudo de dudas, sentado en el borde de la cama haciendo ver que pasas páginas mientras las deshaces a cada paso, a cada girar de libro. Haces ver que nada te importa, y sonríes por fuera llevando un chubasquero por dentro. Y me encanta verte tan entero. Nada que ver como te recuerdo, hace apenas unas semanas cuando otro semblante decoraba tu cara, desmaquillándote por completo. 

En ese último tú, más verdadero y sin embargo hiriente, más herido y de tanto en tanto mentiroso, me perdía continuamente. Ya no sabía quién era yo, qué era un nosotros, ni en qué posición nuestros contornos se diluían para formar un solo cuerpo. No sabía cuál era mi lado de la cama cuando tú dormías en ella, cómo me gustaba el café por las mañanas cuando tus despeinados buenos días me saludaban, ni cómo caminar equilibradamente agarrada de tu mano un martes cualquiera. Había desaprendido a quererte, porque ya no eras aquel que me quería. Ni siquiera yo lo era. 

Y, sin embargo, a veces te imagino. Y en mi imaginación me invitas a palomitas jurándome que no has leído el libro, aunque después te pases toda la película riéndote; paseamos aprendiéndonos los dedos del otro; y conversamos alegremente diciendo qué nos depararía el futuro. Eras un lienzo lleno de bocetos azules y verdes y amarillos. Y yo todavía no dibujaba con lápiz. 

Pero cuando te imagino y lo hago continuamente, aún te quiero como aquel día, aunque en realidad no sea así. Quizás, incluso, nunca te quise. Amaba lo que yo era cuando estaba contigo, como ese cepillo de dientes que no conoce pero ama a su compañero de bote. Te quería cómo en mi imaginación, antes de los grises, las gomas de borrar y los resbalones en las calles. Antes de la lluvia que empapa y borra las postales. Antes de volver de París. Antes siquiera de quererte. 

Y por eso, quizás, te imagino. Me hace bien creer o pensar que hubo un tiempo en que te quería. Un tiempo en el que quizás, esas sonrisas desdibujadas me hacían pellizcos en el corazón. Un tiempo en el que tus besos no me dejaban abrir los ojos porque sino el amor se escapaba. Un tiempo de los dos. 

Y ahora, solo me queda querer cómo te quería y lo que quería hace un tiempo. Pero con letra pequeña.

No hay comentarios:

Publicar un comentario