miércoles, 7 de septiembre de 2016

Despedirte

Buenas noches, renacidos. Hoy os vuelvo a hablar desde mi nido, en aquella ciudad de aviones catalanes que esperan llegar hasta vuestro destino. Me entristece regresar por el hecho de tener que partir de mi segundo hogar. Mi querido pueblo es la segunda versión de mí misma. En él he vivido momentos y hechos que de no ser allí, jamás habría vivido. Estoy segura de ello. Pero del mismo modo que todo empieza, todo acaba. Y para mí, el verano acabó el lunes. Así que a partir de ahora estamos en la franja entre el verano y el otoño, algo así como el veroño. Aunque suene horrible... Pero bueno. Bienvenido, veroño. 

Os traigo una despedida. Aunque no será la única que haré. La escribí la última semana que estuve allí y por eso quiero escribir otra que empape de sentimientos de nostalgia, la entrada de este blog. Espero que os guste, renacidos. Vengo con las pilas cargadas y espero que vosotros igual. ¡Empieza la nueva temporada! ¡Feliz miércoles!





Despedirte y marchar. Marcharte lejos, fuera de aquellos prados amarillentos, de aquellos ríos con los que sueñan en el desierto. De aquellas miradas que invitan al frío a colarse por tu abrigo. En verano. Arrastrar recuerdos, momentos y pasados. Como una cadena que se va enganchando por donde pasas, que se queda anclada en las palabras que dijimos. Y que se marchan.


Despedirte y no callar porque de nada serviría mentirte. No callarte todas las lágrimas que anidan en tu pecho, desnudo o envuelto; lo que querías decirle; o el blanco de tu techo, el que habla de momentos irrepetibles que tú piensas repetir, pero que ellos no quieren llegar. A ninguna parte, a ningún sitio. Que se pierden en las vías, intentando un reencuentro que no llega a buen puerto. Porque hay barcos que se hunden antes de aprender a zarpar. Porque hay despedidas que llegan y no se pueden callar.


Despedirte con el arrepentimiento en los bolsillos, a punto de caerse, de perderse en aquel orgullo que cosiste a tu espalda. Para que nadie viera pero que te lleva de cara a decisiones que no te aportan nada. Y te apartan, porque te dejan a un lado como cuando quitas una coma al cero que llevas delante. Dejándolo aparte, insignificante. Y te arrepientes de no haberte despedido antes.


Despedirte y caer. Caer en la cuenta de no saber contar más que los latidos que bombean tu corazón, de no encontrar la razón del porqué te fuiste sin revolver la ecuación. Caer sin caparazón, con capa, multiplicando por diez el error. Y te equivocas, cayendo de nuevo en el dolor de la nostalgia. Despidiéndote caída con la capa. 


Despedirte y voltearte. Moviendo el cabello para despeinarte y sentir la pena amaestrarte; para saber que sigues viva y que sea cual sea la parte que aún te anima, seguir adelante. Porque la vida no está hecha para cobardes y a veces es mejor hacer mil despedidas necesarias cuando te das cuenta de que no te aportan nada.


Despedirte y acabar. Sin acabar tarde.


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