domingo, 18 de diciembre de 2016

La lluvia de las verdades no se secan con mentiras

Buenas noches, renacidos. Me huele todo tanto a Navidad que casi me resulta imposible avanzar en mis temarios. La Universidad se me hace muy pesada en estas épocas. Los finales nunca fueron buenos, porque los que lo son, nunca llegan a ser finales, nunca. Así que aquí me encontráis, metida en mi mundo de letras, otra vez. Porque es lo único que me hace mantener los pies en la tierra - aunque mi mente se vaya a la Luna muy de vez en cuando, pero bueno -. Es que me encanta tanto la Navidad que me parece injusto que dure tan poco y que pueda pasarse tan rápido. No ha llegado y casi soy consciente de que ya ha acabado... Me agobia tanto, renacidos. Tantísimo. Solamente quiero no pensar en el tiempo, durante un tiempo - dicha sea la redundancia -. No, pero de verdad, estoy agotada. Mucho. El tiempo a veces es tan cruel. Una semana, en eso me tengo que concentrar: una semana y todo habrá acabado. 

Y bueno, para hablar un poco más de materia, os enseño mi nueva entrada. Desde mi punto de vista es algo parecida a la anterior, pero quizás menos cruda. He de decir que la última es de mis favoritas, tiene algo especial, diferente. En fin, de todos modos, no voy a despreciar a esta nueva, pobrecilla. Creo y espero que os gustará aunque sigue siendo algo deprimente la idea que plasmo. Aseguro que no estoy pasando por ninguna fase de tristeza o depresión, eh - por si acaso-. Es solo que me encanta el drama, renacidos. Es más, si conocéis de alguna película que tenga mucho drama os aconsejo que me la dejéis como comentario - aunque no sé si encontraréis alguna que no haya visto, ya...-. 

Bueno, renacidos, ni me entretengo más ni os entretengo más. 

¡Feliz lo que queda de domingo y... A POR EL LUNES, QUE NO SE DIGA!





Y llamando a la puerta me desgarré las entrañas. No fue por la sangre de mis nudillos, ni por el nudo de mi garganta, sino por todas aquellas nubes que callé mientras la lluvia ahogaba mis sentidos. Y no me sirvieron paraguas con TE QUISE MIENTRAS DURÓ. La lluvia seguía colándose por cada hueco que se entreabría, por cada alcantarilla que creaba mi piel de gallina. Y se coló. Se colaron atardeceres bañados en oro, noches pintadas en oleo. Se colaron falsos te quieros, que manchaban los folios que antes eran blancos. Ahora solo queda negro y es pintado. Trazados de pinceladas que acuchillan las despedidas, que derraman cafés con malas noticias, gritos que callan a los barrios, que despiertan a los vecinos. 
Gritos...
                      y más gritos.

El cielo aplaca la ira de mis pestañas, volviéndolas limpiaparabrisas con otro papel entre los iris. Les toca levantar cabeza y agachar miradas. Les toca cerrar persianas cuando el sol sea la nada. Y lo será, porque la Tierra se ha cansado de mirar con positividad y la realidad ahora es el plato más frío. Yo que siempre pensé que viviría a tu lado para contar amaneceres, para ver el último y clavarlo con alfileres a mi recuerdo. Pero en cambio aquí estoy, sentada en tu puerta con los nudillos sangrantes de pasar la noche entera llamando como lo hacía antes, con dos suaves golpes y un: aquí estoy, cariño, déjame verte, déjame pasar. Pero pasa el tiempo, pasan los trenes, pasa la vida, y la puerta nunca es abierta porque la tormenta se ha llevado TODO lo que quedaba al otro lado. 

Y mientras te levantas, sin dejar de abandonar el suelo, sin poder mirar al cielo, te das cuenta de que la lluvia de las verdades no se secan con mentiras. Que buscar falsas excusas para tapar las verdades es solo otra manera de no demostrar todo lo que vales. De nada sirven las tiritas, las heridas siguen hasta que cicatrizan. Todo es esperarse. Quizás no sentada en el umbral, en la calle, con la lluvia en los hombros y ojos, con la esperanza de encontrarte de nuevo con los sonrojos bañando tus mejillas. Quizás más bien, esperando en tu vida, haciéndola de nuevo. Curarte las heridas con el paso de los días, con aire a otro enero. Comerte las uvas antes de tiempo, sin contarlo. 

Pero lo importante es que si al final todo termina en charcos,  es mejor saber mil lluvias de verdades, que usar mil paraguas de mentiras. Porque ninguno de los dos te libra de la tormenta

                                                                                          ni de la caída.

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