lunes, 19 de diciembre de 2016

El incendio de sus manos

Buenos días, renacidos. Se aproxima un día lluvioso que enamora, que me invita a querer al invierno un poco más que antes. Adoro sentir el frío en mis pies mientras me pongo unos calcetines. Sé que suena un poco absurdo, pero me encantan los contrastes. Igual que llevar una bufanda mientras la lluvia empapa mi ropa. Es como invitar al frío y huir de él. Es como sumergirte en plena tormenta con un paraguas de papel. 

En cierto modo, de eso trata mi nueva entrada del poder de quemar el invierno, aunque nunca se evapore de nuestras vidas. Una entrada de contrastes donde además hago una crítica a esos hombres que se creen superiores por gritar guarradas a las mujeres. El machismo pasivo, como el que se usa cada vez que gritas o utilizas puta, guarra, zorra... aunque solo sea UNA EXPRESIÓN. Porque no lo es. NO ES SOLO UNA EXPRESIÓN, ES MACHISMO. Y muchas veces, somos tan gilipollas de utilizar nosotras mismas dichas EXPRESIONES QUE SON SOLO EXPRESIONES. Es como insultarte a ti misma, ¿no lo veis? En mi blog intento constantemente mostrar el poder de las palabras, como estas hacen que renazcamos tantas veces como queramos. Entonces, no podemos decir que insultar con adjetivos despectivos a la mujer sean SIMPLES EXPRESIONES. Un poco de juicio. No cuesta tanto evitar según que expresiones que no nos beneficia, sino que nos perjudica enormemente. 

Dicho todo esto, os presento mi entrada como un modo de evitar el frío por unos minutos. La imagen que presento es mía y soy yo jaja. La canción ni es mía ni soy yo. Es de Conchita y Nach, escogida por el título INCENDIOS y por ser preciosa. Espero que os guste, renacidos.

¡Feliz lunes, por vosotros! 


https://www.youtube.com/watch?v=Of7zEbByGrc


Aún guardo el incendio de sus manos en mi retina como el más bonito de los desastres naturales que he visto. El incendio en sus manos como modo de evitar el frío, de encender las alarmas del simulacro de su sonrisa. Un chispeante sonido que provenía de cuevas milenarias, que pasaba por su garganta como los nudos que nunca se terminaban de desatar. Y desataba la furia de los aldeanos, de ancianos que no querían ver a una joven de pies descalzos con calor en sus manos. NO ERA NORMAL, gritaban. ESTAMOS EN INVIERNO. E incluso ahora desconozco el significado de tal adjetivo. 

Es imposible de olvidar el incendio en sus manos, llenando de brasas sus yemas, evaporando las lágrimas de sus ojos, quemando las aldeas que esconden sus uñas. 

El incendio en sus manos como modo de huir del invierno, de toparse de cara con bufandas de hilos deshilachados con el paso del tiempo y del camino que se sigue. Y siguió prefiriendo sopas a helados en verano. Quemándose la lengua con cada nuevo sorbo. Y a mí me encantaba ser el punto frío en su regazo, el cual calentaba con futuros lejanos y con medias medio bajadas. 

Siempre me gustó tenerla de abrigo en noches frías embriagadas por la lluvia que se colaba en las ventanas, sin copos de nieve, pero que parecía helada. Ella nunca lo estaba. Mantenía el calor en sus manos mientras me acariciaba la espalda dejando chispeantes estrellas de calor por mis pieles, haciendo pliegues bajo su falda. Y entonces olvidaba el invierno y me sobraban prendas, no me arropaba con mantas o sabanas sino con su cuerpo desnudo, cálido y prendido en llamas. Orquestaba en mi casa un verano particular de manos calientes. 

Es imposible olvidar el incendio de sus manos como modo de huir de la oscuridad, de llevar siempre una vela entre sus dedos. Había sufrido mucho por el miedo de la noche, de no poder vagar por callejones sin toparse con coches de lenguas desgarbadas SUBE, TE ESPERABA, PELIRROJA. Y corría mientras escuchaba voces en su espalda, mientras su mente decía que nada de lo que hiciera le libraba de aquella batalla. Temía a los gigantes de pies de acero y corazón helado. Aquellos que vendían globos a niños en el mercado pero luego perseguía a sus madres por la noche, bajando braguetas y subiéndolas a coches. 

Quizás era por eso que, pese a su calidez, era fría. Le costaba reaccionar ante la vida, ante sus sueños. Siempre se caía al suelo incapaz de levantarse, con sal en las heridas, con huellas de elefante en su cara magullada por la realidad, por los disparates del sexo opuesto y machista. 

Cuando la encontré aún era de día y tiritaba abrazada a un pino. Yo desconocía su nombre pero empecé a reconocer su voz como si siempre me hubiese hablado, como si hubiera sido aquella que por las noches me hubiese llamado cuando pasaba frío.

Sé que nunca olvidaré el incendio de sus manos como un modo de alterar el orden público, de incendiar el invierno y a los hombres que no la respetaron ni con las miradas o palabras. Sé que nunca olvidaré el roce ardiente de sus manos en las mías, como quemábamos al frío y como hicimos un verano...


 ...en un rinconcito de nuestros cuerpos. 



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