lunes, 10 de julio de 2017

El hombre que bronceaba su corazón

Buenas tardes renacidos! Hoy que quería un poco de sol, ha durado nada y menos. Vaya con el verano, se ha puesto graciosito! Y yo me he levantado con muchas exclamaciones!!!!¡¡¡¡Así que voy a controlarme.
Ya que el día va de playas y de veranos, a partes iguales, os traigo una entrada que habla sobre... TACHÁN-TACHÁN... El amor. No digáis que como siempre, porque a veces vario. Y además esta entrada es algo diferente, no os quejaréis. Habla sobre el amor y utilizo la playa y el verano como recursos para explicar una corta historia de amor. 

Y bien, además os traigo una canción que me encanta desde que la oí y que creo que va muy acorde con la entrada: Malibú, versión Bely Basarte. Os la recomiendo.

Espero que estéis pasando un bonito verano, pequeños renacidos. Os merecéis un verano eterno.

PD: La foto soy yo en Mallorca. Bonito lugar.

https://www.youtube.com/watch?v=chLwsFeFB_A&t=57s




Y me invitó a bañarme en las costas de su playa como quién ofrece café tras la batalla, en son de guerra, en son de empezar a luchar con las palas aun sin saber las reglas, aun sin saber las bandas. Y juro que naufragué en el minuto que toque con un dedo su iris, en el minuto en que se hizo más eterna la frontera entre el mar y el río; la lluvia y el cielo; el arroz y el trigo. 

Busqué sombra entre sus hombros pero lunas de otras noches me avisaron que no quedaba grano de arena sin conquistar, que todo se había reducido a un absorbente sol, que pronto absorbería al mar, el amar y toda la vida a su paso. Que se derramaría el vaso que yo sostenía. Que no servirían algunos 'quizás' pasados por agua. Que más valía un NO, que un puede pasar. Y que yo pasaría y terminaría de pasar, como las olas que rompen el mar en mil pedazos. 

Acurruqué mi palidez en su espalda, por si el sol decidía acariciarme, contando las quemaduras y cicatrices que cosechaba, que hacían de ella una tabla para saltar crestas, una roca para las sirenas, y una pequeña amordaza para el alma. Bebí la espuma salada que salía de su piel quemada, y me llenó de nostalgia. De una nostalgia que una no puede librarse ni con crema solar, ni esperando cuatro horas y medio después de 
                                                desayunar-
                                                       -te.

Le pedí que bronceara su pecho, que buscara el anclaje perfecto para unir nuestros dos cuerpos, que yo podía hacer más agua en aquel desierto, más lunas en aquel infierno. 

Pero poco se puede esperar de un hombre que deja conchas en su camino para no perderse, que se quita la arena de sus chanclas y que nunca deja ni rastro de sal en sus labios, olvidándose de otras bocas, de otras promesas. Que quizás la orilla se lleva la marea pero siempre deja un rastro agridulce tras su partida. 

Y es que, a fin de cuentas,  poco se puede esperar de un hombre que se broncea el corazón para no quemarse, para pasar de puntillas y no tambalearse en el trampolín de la vida. 
Poco se puede esperar de aquel que se pierde en el mar siendo tan océano...


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