miércoles, 6 de julio de 2016

Personajes extraños I: El hombre del bigote

Buenas tardes, renacidos. Ayer fue mi cumpleaños y por su culpa he perdido mis unos... Los busqué en todas partes, pero nadie me quitaba los patitos de encima. Dicen que soy su piscina... ¡Qué le voy hacer! ¿Qué le vamos a hacer? La vida pasa, y pasa muy rápido. Aún no me creo que tenga 20 años. Si hace nada estaba merendando en mi comedor viendo Sailor Moon o desayunando con Pokemon. Pasa tan rápido el tiempo que da vértigo.  Y aquí me veis, con una nueva entrada en el día 6 de julio. Y así iremos pasando los años, perdiendo poco y ganando tanto. 

Bueno, renacidos, ¡se acabó la nostalgia! Hoy os traigo un nuevo personaje con una nueva historia que quizás os haga gracia. Bueno, realmente, no es una historia... Es más bien una descripción del personaje. Como veis, la entrada se llama "Personajes extraños 1" y esto se debe (obviamente) a que mi idea es hacer conocer a nuevos personajes, en este caso, el hombre del bigote.

Espero que os guste, feliz verano, feliz tarde y sobretodo ¡Feliz miércoles!


Encerrado en un agujero oscuro y putrefacto crecía un ser humano. Vivía en lo subterráneo, apartado del frío invierno, atrapado en su propio desierto. Tenía un extraño cuerpo cubierto de negro, a veces se confundía con la oscuridad o con el muerto al cual otorgaba su respeto, pues su negro tendría alguna razón aunque aún no lo hubiese descubierto. Desde pequeño se había alimentado de tazas de café hirviendo que mentían sobre su origen o su paradero. Él había odiado desde pequeño las mentiras aunque sabía que ahí seguían y seguirían en el agujero, cosiendo su propio infierno al traje que llevaba puesto. 

Cada mañana, aunque no supiese la luz que emanaba, se acercaba a una pequeña ventana que había cavado con cucharas. Desde esa podía tomar el sol cuando el verano se acercará o sentir la nieve colarse hasta tocar su palma. Pero de todo esto que pasaba, nada le importaba.

 Él se dedicaba a tragarse tormentas en vasos de cristal. Primero los cogía, después los llenaba, a continuación los miraba esperando que el dolor se adueñara del cristal y por último, se lo tragaba. Era por eso que toda su piel estaba cubierta de arena y miel. Arena por las tormentas que confeccionaban su comida; miel como remedio para que no le picase tanto la piel. 

Él andaba encorvado, pensando que mirando al suelo viviría muchos más años, disfrutando de las baldosas que atrapaban sus zapatos. Nunca corría, porque le hacía daño. Nunca reía porque no le salía siquiera intentarlo. 

Pero quizás lo más peculiar que este hombre tenía estaba un poco bastante más encima de la barbilla, debajo de su puntiaguda naricilla. Era el bigote más espeso que nadie vería. Tenía vida propia y caminaba al compás de una novia. Sus cabellos que se tragaban todo lo bello que podía aportar el agujero, siempre se movían. Señalaban al norte.

Si mirabas en el borde de aquel hombre, te encontrabas fenómenos mayores. Vestía dedales en sus pulgares, tenía dos orejas completamente iguales, pequeñas. Susurraba todo lo que decía y decía poco. Escuchaba todo el rato un disco del barroco. Era tétrico y nadie sabía de donde le venía la electricidad para dar vida al aparato. Pero el caso es que el tocadiscos siempre le hacía caso y cuando él pulsaba el botón de encendido y apagado, la música ya estaba sonando.   

Aquel agujero era como su jardín privado. Nadie nunca había entrado a molestarlo. Él salía solo para buscar lo necesario, lo cual obtenía del monte o de los árboles que tenía al lado. 

Nunca había comido carne, ni la había probado. Él solo se alimentaba de las tormentas en vaso. 

Pero por mucho que nuestro hombre fuera cruel y malvado, siempre mantenía delicadeza con aquello amado. Y ahora os preguntaréis si esto me lo he inventado porque obviamente, parece difícil que el hombre del bigote haya amado. Pero como siempre, nadie está en lo cierto más de lo deseado, y el hombre del bigote amaba algo en secreto que vivía volando. Sus mariposas se acercaban y le volaban girando. Él solamente se atrevía a mirarlas danzando. Cerca de un cubo de agua que siempre estaba congelado, el hombre del bigote les había preparado, un pequeño plato para comer que nunca era usado. De todos modos, él se sentía feliz por tenerlas volando y ni se fijaba en si se acercaban o alejaban de aquella vasija que tenía tranquila. 

Cada vez que una mariposa le visitaba él abría los brazos y la miraba. Parecía que el tiempo se parara y las tormentas pasarán con más fluidez hasta su panza. Sus dedales se volvían grandes, enormes. Su bigote se quedaba quieto, como un monigote.

Y es que todos somos oscuros hasta que la luz nos toque. A algunos les viene de golpe, otros con intermitencias y la gran mayoría vivimos todavía en las tinieblas. 

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