Espero que os guste, renacidos. Admito que es algo extraña y puede que no esté dentro de los gustos de muchos de vosotros, pero tiene que haber de todo, ¿no?
Espero que hayáis pasado unas fantásticas Navidades, renacidos. Que hayáis descansado, disfrutado con la familia, que os hayáis enamorado más, que hayáis hecho cosas increíblemente perfectas que nunca olvidaréis y que os toméis este nuevo 2017 como tiene que ser, con una sonrisa y con la esperanza de que SEA VUESTRO AÑO. Porque en definitiva, si seguimos vivos, es nuestro año.
¡Feliz lo que queda de sábado! Ojo en las carreteras, renacidos. Recordad que en la vida real SOLO SE VIVE UNA VEZ.
Y es que hubo un tiempo en que el menor silencio, me taponaba los oídos. Supongo que sería por el exilio de tu cuerpo cerca del mío, de nuestras manos unidas, de aquella risa incandescente que provenía de tus labios, de nuestras palabras indecentes mirando el calendario
pasar, hacerse más pequeño, a cada paso.
Nosotros eramos invencibles juntos. No nos importaba donde ni como, siempre podíamos con todo. Eramos la excepción de dos causas perdidas que se encontraron, que se volvieron a perder,
en el otro,
pero que nunca más se volvieron a encontrar
solos.
Y eso que ahora lo estamos.
SOLOS.
Pero seguimos perdidos, huyendo de lobos, subiéndonos las capuchas rojas que nos muestran los pecados cometidos, las palabras inoportunas. Nuestra solución perfecta era gritar. Cuánto más alto gritabas, más razón llevabas. Y nunca perdíamos, nunca lo hacíamos. Bueno, quizás después de los gritos, apasionados, con lluvia en los zapatos y capuchas en la cama. Eramos esclavos de nuestras vísceras, de lo que tramábamos a espaldas del otro. Nunca nos engañamos, o eso creo. Aunque nunca se termina de decir todo al otro. Nadie se atreve a confesar que el primer beso, no es para tanto; que te da miedo la oscuridad o esperar sola en un banco; que el llanto acude a veces demasiado deprisa; que solamente una vez nos enamoramos. Y eso, nunca avisa.
Hubo un tiempo en que me dejaron de gustar las camisas o pasear por el parque. No olían a tu perfume, no llevaban tu brisa cuando corrías de un lado a otro, nervioso. No escuchaba en los toboganes tu risa resonar en el hierro, después de obligarme a tirarme. Y ya no me tiro. De nada ni a nadie. ¿De qué me serviría? Si es que a alguien le sirve. Quién te asegura a ti, que este no será tu último baile, o tu último gran día a su lado. Y es que el amor está muy sobrevalorado
o eso digo yo ahora, que no me queda
nada.
que no me queda
nadie.
Quizás me queda "un poco yo", y mucho tuyo. Quizás la del espejo sea finalmente mi reflejo. Quién sabe. Yo solo sé que eramos dos cobardes armados hasta las cejas de excusas, de para siempres manchados con vino y aceite. Y ni uno dice siempre la verdad, ni el otro siempre te resbala.
A veces, el vino engaña.
A veces, el aceite frena.
Y creo que esa es mi mayor condena, porque yo sigo esperando.
Sigo esperando el café por las mañanas con olor a crema de manos. Tu pelo alborotado antes de entrar al baño.
Sigo esperando. Sigo esperando que te cruces por mi lado y me robes un beso, un te quiero improvisado. Sigo esperando a que adelantes el tiempo o lo atrases cuando quieras, solo tocando mi mano, porque el tiempo se acelera o frena solo con tu tacto. Y sigo esperando. Sigo esperando una explicación, un último portazo más, un lo siento o volvamos a empezar. Sigo esperando nuevos planes, nuevos viajes o nuevas tardes tumbados sin hacer nada, con tu pecho en mi cara, haciendo latir mis mejillas al compás de tu vida. Ser tu mimada y tú el mío. Ver perder un partido y que me metas goles. Y sigo esperando.
Sigo
esperando.
Y por mucho que digan, que el que espera, desespera; yo te seguiré esperando, hasta que me muera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario