domingo, 15 de enero de 2017

El tiempo NO hace el olvido

Buenas tardes, renacidos. Hace mucho tiempo que no escribo una entrada a estas horas de la tarde, aunque exactamente esta no ha sido escrita de forma absoluta esta tarde. En realidad, empezó anoche, con una conversación preciosa. A partir de esta, mis dedos empezaron a teclear y trabajar en esta nueva entrada. Y creo que es muy íntima. Habla de forma exacta de lo que siento, de lo que pasa con las palabras y el tiempo, cuando este pasa y ellas se quedan en un papel y no traspasan el oído. No sé renacidos si habéis pasado por una relación a distancia alguna vez. Esas relaciones que muchos creéis inexistentes o ficticias. Esas relaciones en las que creéis que es de tontos confiar, que hay mentiras de por medio, engaños y todo lo que conlleva. Pero yo estoy aquí para desmentir todo esto. Creo en el amor y creo sobretodo en el amor a distancia. Porque el amor no entiende de barreras de ningún tipo. No entiende de edades, de gustos, de manías, de lugares, de formatos, de tiempo, de rivales, de amigos, de familia... Solo entiende de reacciones. Reacciones en la piel, en las emociones, en el bello de punta que se te pone, en las mejillas sonrojadas o en los nervios antes de verle. Reacciones de euforia por darle un beso, de fuerza por abrazarle y plasmar todo tu amor en ese abrazo, de palabras que tiritan en los labios y de otras que se caen cuando suspiramos. De eso entiende el amor. No de barreras ni de contradicciones. Y por eso es la mayor fuerza que tenemos. Es la que nos permite levantarnos, sonreír en un día apagado, imaginar que todo ha mejorado, y pisar con fuerza la tierra que pisamos. No creo que haya una arma más fuerte que el amor, que el amor en todos los sentidos. 

Y mi entrada es una pequeña representación de lo que significa el amor a distancia, de lo que hace que nos pase por la cabeza y el alma, de la importancia de las palabras cuando las manos no se encuentran cerca. Cuando estas lejos, todo nos hace falta. El abrazar, el besar, el tocar, el escuchar. Y al final, las únicas que nos acompañan son las palabras. Aquellas que decimos escribiendo o hablando por teléfono, aquella que intentan plasmar lo que siente la persona del otro lado. Las palabras hacen un gran trabajo con nosotros, con nuestros sentimientos; pero llega un momento que hacen daño. Si vivís una relación a distancia entenderéis que explica mi entrada, entenderéis la tristeza y decepción que se siente cuando al leer lo que te dice la otra persona, ya no oyes su voz, ya no interpretas esas palabras tan suyas, sino que escuchas la tuya reproduciendo su discurso. Es muy extraño de explicar, pero me pasa a menudo y temo que vuelva. De momento sigo escuchando su voz cuando me escribe pero sé, que cuando pase algo más de tiempo sin verle, se me olvidará. Empezaré a leerlo solamente. Y eso duele muchísimo, porque es en ese momento que eres consciente de que llevas tanto tiempo sin nada de él más que esas palabras.

Y bueno, no me voy a extender más. ¡Cómo se nota cuando una entrada es tan íntima! Soy incapaz de callar.

Espero que os guste, renacidos, que la entendáis, que sigáis conmigo en este pequeño rincón de palabras.

¡Pasad un feliz domingo!






Las palabras son vida. Creo que hay pocas cosas que interactuen tanto con el mundo como las palabras. Son damas que viven entre nosotros y nosotras levantando la espada y empuñando rosas que se marchitan, que dicen ser olvidadas con el tiempo. Aunque jamás olvidan, ni nosotros nos olvidamos de ellas. Las palabras nacen del agua y nunca mueren en la tierra, sino que hacen nacer nuevos bosques, nuevos lugares, nuevas sendas marcadas por ocre en los margenes
aguantados por leña de otros bosques que ya no callan lo que el viento grita. Y este siempre grita demasiado fuerte. 

Las palabras son vida y muchas veces nos las encontramos escritas sobre papeles manchados en tinta, haciendo túneles en nuestras almas, en nuestras vidas. Carreteras heladas, vueltas cenizas. A veces las utilizamos para leernos y nos leemos en ellas. Y creo que leer es lo que más me gusta y me asusta al mismo tiempo. No sólo porque dice verdades a medias o medias mentiras, sino porque oculta información, la distorsiona, la hace más impersonal y pasajera. Pero yo adoro la lectura, no me malinterpretéis. Nunca he sabido leer los ojos, pero con ojos leo palabras en revistas, tebeos o novelas. Leer es lo que más me gusta de las palabras, igual que escribirlas, igual que escucharlas. Escucharlas en las cascadas cuando el agua trae rumores. En los bosques cuando el viento azota los errores con sus ramas. En la calle cuando niños en pijama bajan a comprar el pan y terminan vendiendo palabras. Y se trafican. Son esclavas. Se venden por poco dinero o por otras pocas palabras, sin acentos, con diéresis en los zapatos en vez de en las coronas. Pisándose tanto mayúsculas como minúsculas en las aceras. 

Leer es lo que más me gusta y asusta a la vez. Leer me permite interpretar a mi modo las palabras, pero me impide oírlas en bocas ajenas. En callejuelas engañosas. Y eso me duele tanto como pronunciarlas al eco y que nadie las escuche en sus huecos más que yo. Y de esto, tiene culpa el tiempo. Porque por su culpa, dejo de escuchar las palabras que salen de tu boca y que leo en tu texto, para solamente leerlas. Y os preguntaréis cómo se puede leer la voz de una persona. Y yo os respondo que solamente se logra cuando la tienes cerca, cuando el paso del tiempo ha sido débil y me ha dejado el eco de tu voz en mi cerebro y la habilidad de poder leer los textos que me dedicas escuchando tu voz cerca mía. Creo que es una de las cosas más bellas de la cercanía, el poder escuchar aquello que lees. 

Y repito, de esto tiene culpa el tiempo. Porque con su llegada y sobretodo con su paso, cuando te leo ya no te escucho. No veo los enlaces que haces entre los sonidos, la forma de sonreír cuando me hablas al oído o cómo utilizas las palabras de una forma diferente, como si ellas fueran en realidad las que te utilizarán. Y creo que es lo que más me duele, porque al final, el tiempo puede con nosotros. Nos hace pequeños, nos deja rotos en una esquina, abarrotados de recuerdos que no avisan y aparecen 
dE             vEz          En             cUAndO.

Y a las palabras no les gusta esta tristeza. Ellas nacieron para dar alegría y sabiduría a corazones de hierro. Ellas aparecieron en los peores momentos para dar consuelo, vencer al tiempo o a los kilómetros y entregar un pañuelo. Y este se encuentra doblado en palabras defectuosas que el tiempo ha catalogado de palabras viejas, de palabras sucias, despectivas. Ellas tienen la brújula para vencer el duelo contra el tiempo, pero han perdido su norte y nuestro sur, han sido olvidadas... Aunque yo nunca las olvido.

¿Y sabes qué, amor mío?

Dicen que el tiempo hace el olvido, pero yo no creo en el tiempo. Creo que nos venden una máquina que mide los días para engañarnos y vencernos. Y quizás con muchos lo consiguen, los vencen. Pero con nosotros no pueden. Porque si algo tiene el tiempo es que es efímero, y no puede vencer algo que es eterno.

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