El viernes, en mi despedida, uno de los niños me dijo que si me acordaba de la primera vez que había hablado con él. Le dije que no, que no lo recordaba. Él me dijo que le ayudé a abrir la botella porque no era capaz. Y creo que eso es lo que más miedo me da de todo esto, no acordarme. Y me pasa con todo. Vivo momentos increíbles que cuando pasan, pasaron. No soy capaz de recordar, olvido con facilidad y eso es lo que me da más miedo de todo. Supongo que necesitaba contarlo.
Y bueno, sin ir más allá, os presento mi diario. Porque así me he sentido mientras lo escribía, como en un diario. Os adjunto, además, una de las canciones que adora uno de los niños del cole. Se llama Queco, de jpelirrojo. Cada vez que la oigo, le veo. Y la foto de mi colgador, el que me hicieron.
¡Pasad un feliz carnaval!
https://www.youtube.com/watch?v=QprgxYu27nw
Y se acabó. Escuchando los llantos de los niños, los 'quédate', los 'no te vayas', los 'te necesito'. Palabras que se clavan por venir de manos tan pequeñitas, que tienen un mundo en cada palma, que aprietan la vida tan fuerte.
Y se acabó con ese sabor agridulce del cariño. Con mi colgador todavía gritando mi nombre, esperando que cuelgue en él todas mis dudas, todos los hilos donde tirar, todos los paraguas que eran escudos contra el llanto. Hecho un día antes de irme, estrenado en la misma despedida.
Y se acabó. Con abrazos como tiritas para las heridas. En pleno carnaval. En pleno día de lluvia. Con dos nudos en la garganta. Con dedicatorias, vídeos y álbumes. Con palabras clavadas con agujas en el corazón. Y pican. Y duelen. Hacen llagas que no solo marcan la piel, ni la diferencia. Que te escuecen cada vez que haces memoria, cada vez que miras un dibujo. Siempre que te quedas sola.
Y se acabó. Pisando por última vez aquel pasillo, escuchando sus gritos desvanecerse, deslizando la silla por última vez.
D e s p a c i o
Y se acabó aunque no querías, aunque no querían. Buscaron diferentes maneras de no enfrentarse a la realidad. Diciendo quédate, atándome, pidiéndome, rogándome. Pero me fui, aunque jamás lo hice del todo. En ellos se quedó mi rastro y los suyos en el mío. Sus voces hacen eco. La mía ha dejado un hueco. Creo y espero.
Os echaré de menos, gatos andinos. Esta no es una entrada, es simplemente una manera de tirar el vaso sin mojar a nadie, de llorar escuchando la lluvia y las teclas.
Y es que no he podido conseguirlo. No he logrado quedarme y eso que lo habéis intentado casi todo. Jamás pensé que se podría originar algo tan fuerte, tan bonito ni tan perfecto, cuando entré a esa clase de niños sonrientes. A esa clase de pocos silencios y muchas bromas. De muchos abrazos y pellizcos. De cariño en cada rincón. A esa clase que se quejaba de los deberes cuando eran de inglés pero querían más de catalán. A esa clase que solo hablaba de videojuegos y de retos. A esa clase que me robó el corazón.
De todos modos, gracias por ser. Gracias.
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