viernes, 31 de marzo de 2017

Después del amor

Buenos días, renacidos. Tengo nostalgia de vosotros, de mi blog. Paso demasiado tiempo alejado de él y no me gusta, sobretodo si tenemos en cuenta que este año, en la uni, no me acaba de gustar nada. Es como repetir una palabra, 200 veces, al final te quieres olvidar de ella. Pero sin embargo sigues diciéndola. Horrible.

El caso es que entre una cosa y otra, mi renacer está olvidado, y no es verdad. No puedo olvidarlo. De vez en cuando, me paso. Repaso lo que he escrito, las entradas a medio acabar y las visitas que tengo. Y simplemente: WOW! 4588 se dice pronto, eh. Me parece una pasada. Una pasada que puedan haber tantas visitas y que cada día crezca tanto. Y a la vez me da pena que no pueda hacer más y más por vosotros, entradas nuevas, pero me resulta difícil, renacidos. Sé que me entendéis.

Mi nueva entrada, pues, para meternos en el asunto, trata sobre la solitud después del amor. Se titula después del amor, y la verdad es que me gusta mucho cómo se llama, es guay. De forma más concreta, habla sobre ese margen después de las palabras, ese momento de silencio después del ruido, lo que hay después del amor. 
Espero que la entrada se encuentre a la altura de vuestras exigencias y que me perdonéis no estar tan pendiente de vosotros. Lo siento, chicos. 

Por lo demás, ¡Feliz viernes!
PD: la foto es de Sara Herranz que como siempre, desgarra. 



Cuentan que ya no abrazas manos de otros cuerpos, que te bastan las tuyas, aunque estén llenas de grietas y se cuele por ellas la primavera. Que ya no te hace falta contar los días en los lunares de una espalda, que aprendiste a usar el reloj, cuando las agujas se te clavaban poco a poco en la mirada. Que usas pastillas para no dormir, porque te da pena perderte la noche y su luna. Ella siempre te acompaña. Y es la única.

Cuentan que ya no cuentas nada, que la vida te ha hecho mudo, que ya no gastas palabras porque algún día te harán falta usarlas. Como escudo. Que bajas a la calle en chanclas, haciendo ruido. Que no te importa que te llamen aburrido o solitario. Que pasas tus aniversarios sin velas, con libros entre tus piernas. Y lo prefieres. 

Cuentan que has perdido la cuenta de todas aquellas cosas de las que arrepentirte. Que no te valen los parasiempre cuando no muestran su fecha de caducidad, su reserva, o su despiste. Que has sufrido el cólera del amor, la gripe del quédate, el resfriado de tenemos que hablar y la nostalgia del nunca volveré. Y nunca vuelven. En eso no mienten.

Cuentan que te has vuelto sincero, quizás demasiado, de esos que tocan hueso cuando atraviesan las mentiras. Que caminas de puntillas, para alejarte del pasado. Que no te gusta el futuro, ni el presente. Que eres un cuerpo inerte que se mueve por moverse. Y de oca a oca, y tiro porque me toca. Que ya nadie te toca...

Cuentan que dejas la ventana abierta para que los recuerdos se escapen, pero el ancla que los sostiene en el aire, es más fuerte que el viento de la calle. 

Cuentan que ya no cantas, que ya no saltas, que nunca ríes. Que has perdido tu apetito por ser feliz, y por eso ya no devoras ninguna perdiz. Que pasaste de aprendiz a experto. Que ya nada te sorprende, que tu vida se ha vuelto un accidente, pero que no quieres morir. Aunque estés muerto en vida.

Y cuando ellos me cuentan, yo les cuento. Les cuento que en otra vida, con otros cuerpos, no dejabas de sonreír. Que te afeitabas las verdades, por pequeñas mentiras. Que gritabas en la calle y no te importaba que todos mirasen. Que contabas los lunares, antes de ir a cenar. Y después los mirabas para saber cuando te tenías que acostar...
              con ella. Conmigo. 

Y les cuento, qué felices éramos. Con nuestras enfermedades contraídas por el amor, con nuestras noches en el balcón mirando a la luna, que nunca nos abandonaba ni nos abandonó. Con el vino en las pupilas, y con las jarras de bar en bar. Conociendo nuevos lugares, nuevos puertos que guían al mar. 

Y les cuento cómo nos dormíamos a la par, mirando al techo, olvidándonos de la verdad durante aquellos momentos. Porque éramos dos mentiras, que se querían. Y se quisieron hasta que el hilo no se pudo estirar más. 

Y les cuento cómo me marché de aquel lugar, con maletas en los meñiques, dejando lágrimas en la cama, y palabras de no comieron perdices, pero se comieron mientras pudieron. Callando al caminar. Me perdí por despiste en un folio sin margenes. Y ya no volví atrás.

Pero al final todo es un cuento, que real, se tiene que contar. Nosotros no contamos con el final, y nos dejamos varias líneas sin rellenar, que con el tiempo, otros escribirán explicando:

"Fueron amantes que se quisieron demasiado. Y los demasiados siempre terminan en desastre."

Y colorín colorado, ya está todo contado, hasta el último número.

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