lunes, 22 de febrero de 2016

Jugando el amor a las cartas

Buenos días, renacidos. Es tan bonito pensar que todo lo que has vivido puede volver a ser vivido en otros cuerpos, en otras mentes, por otras personas. En cierto modo, en eso pensaba cuando me encontraba de nuevo en un cole - esta vez haciendo en cierto modo del otro lado, "de maestra" -. Es increíble la cantidad de vivencias, experiencias y sueños que hemos ido recolectando. Es increíble poder ser testigo de como un niño aprende aquello que has aprendido y que él siempre recordará aunque no sepa el momento en que ha llegado a alcanzar dicho conocimiento. En eso pensaba mientras veía resolver a niños problemas matemáticos, realizando fichas de cuatro columnas en un tiempo determinado y resolviendo enigmas en la hora del recreo. Había algunos que pasaban un poco más de ello o que les costaba llegar a entenderlo, mientras que otros nunca bajaban la mano del aire porque conocían todas las respuestas incluso antes de hacerles las preguntas. La diversidad, la querida diversidad. Y en el colegio de Terrassa que estuve, la diversidad impregnaba las paredes, las horas y el timbre. De verdad que es imposible describir lo que he sentido durante esos días. Creo que con las lágrimas que bañé mi último día es la mejor manera que puedo hablar de ello. La tristeza de separarme de ellos, de no ver como avanzan en Lengua, en Medi o en Educación Física, me entristece. Quizás por esa razón he necesitado volver de nuevo a verles, aunque solamente sea en la hora del recreo. Mañana será el día en que me reencuentre con esos niños que me dijeron antes de irme cosas como: "cuando te vayas ya no volveremos a jugar todos" o "tú has ganado, te has ganado a todos". Frases dedicadas de niños de seis años que han  hecho que entienda para lo que he nacido y lo que pienso hacer en un futuro, si el destino lo permite. Gracias, gracias a todos. 

Y dejando de lado esta experiencia que nunca dejará de impregnar mis escritos de un modo u otro, os presento mi siguiente entrada. Esta habla del amor, pero viene inspirada justamente por uno de los niños que conocí en la escuela. Caio, un niño que adoraba los puzzles y que consiguió sorprenderme con un truco de cartas. Tan pequeño y tan mágico, ha sido el culpable de hacerme pensar en el tema de mi siguiente entrada. Junto con esta entrada, he adjuntado una interpretación de The Piano Guys que ha conseguido mezclar una composición de Beethoven "Lacrimosa" con una canción de Adele "Hello".

Bueno, renacidos, espero que os guste y paséis feliz lunes. ¡Hasta pronto!

https://www.youtube.com/watch?v=WZjFMj7OHTw




Eran dos jugadores del tiempo. Vivían apostando las horas, perdían los segundos con las sotas; soñaban con pisos barajados, con trajes de pica, con caballos que la sangre ardía.  

Él era un jugador honrado, que caminaba por la vida con su mano apretada a un dado. Se había confeccionado una americana con forma de baraja española, que quizás no olvidaba sus trucos pero que perdía conejos a cada hora. Ganaba por minutos, los minutos le ganaban porque él era un jugador que siempre tardaba. Jugaba a esconderse, a ganar, a perder con dignidad. Era el jugador que todos adoraban, que todos esperaban y con el que nadie se quería enfrentar.

Ella era una dama con aires de trébol, que volaba entre los comodines y que engañaba al rey que los manejara. Saltaba cuando ganaba y ganaba siempre que saltaba. Perdía vuelos entre las cartas, pero planeaba como un avión en plena llegada. Jugaba al póquer, vendía el as y ganaba a las cartas. Era la dama de pies de plata.

Ambos desayunaban cartas de trébol, corazones en lata  y fichas de color de rojo que se perdían en sus tazas. No les gustaba el parchís, la oca o nada que no fuese jugar a las cartas. Se sabían todos los trucos, se sabían todas las trampas. Eran jugadores de nacimiento sin lo cual no vivían ni respiraban. Y quizás por este hecho murieron esparcidos entre números de cartas, barajas de pisos de palabras y sentencias con forma de diamante, con forma de corazón electrizante.

Fue una fatídica noche con la luz del alba. Lo cual ya parecía extraño, lo cual ensuciaba el alma. Ambos jugadores se encontraban en plena batalla. El amor les había unido junto a un montón de cartas. Sonreían mientras apostaban, apostaban sin quitar la sonrisa de sus caras. Él era honrado jugador de cartas, ella dama de pies de plata. Tras cada turno, el final se acercaba. En este juego que esconde la vida; que encuentra la muerte; que trae la partida, ninguno de los dos ganaba, ninguno de los dos perdía. El inicio del final comenzaría cuando uno de los dos renunciaba a su valía, dejando ganar al otro, haciendo ver que uno de los dos perdía. Una carta cayó al suelo, el dos de corazones parecía. Que sin querer se partió por la mitad haciendo cumplir la profecía, tirando al honrado jugador al suelo como sota perdida en su avenida. La dama de pies de plata fue tras su caída, intentando hacer recuperar su aliento con cada beso que el honrado jugador recibía. Él no daba señales de vida, y como el juego de la dama de plata era enamorar a su rival, se quitó la vida destripando lo que quedaba del dos de corazones, pretendiendo hacer con él lo que Romeo hizo con su Julieta en tiempos de arpones. 

La policía, cuatro cartas más allá, llegó haciendo sonar la bocina, descubriendo el fatídico final que mataba a sus dos homicidas, que acababa con sus vidas. No encontró sangre en sus heridas, solo cartas esparcidas con forma de pirámides de huidas y con diamantes clavados en sus pupilas.

Se dice que nadie más pudo igualar la partida que mató a ambos jugadores, que acabó con sus vidas. Tras varios comodines después, muchos intrépidos intentaron repetir la jugada, inyectándose oro en vez de palabras. Pero por muchas trampas que pierdan los jugadores, por muchas batallas que libren en sus honores; siempre quedará la marca de aquella perdida que confundió a dos enamorados con naipes, que confundió a dos individuos: un jugador honrado y una dama con aires de trébol en la partida que siempre recordaremos; donde el amor se jugó a la cartas, donde las cartas jugaron al amor perdiendo el as en la primera jugada, sentenciando a la perdida a aquellos que querían ganarla. 





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