martes, 9 de febrero de 2016

Todo pasa

Buenas noches, renacidos. Llevo demasiado tiempo sin hablar en mi blog, lo sé y lo siento. Lamento haber dejado tanto tiempo pasar sin escribir nada, pero mis razones son muy razonables, lo juro. Seguramente pensaréis que me inventaré una excusa o que directamente os da igual el tiempo que haya pasado sin decir nada. Acepto toda clase de pensamientos - bueno, en realidad todos no, pero eso es otro tema - pero juro que tengo mis razones. El amor, renacidos. El amor es el causante. Después del duro mes de Enero con su cruel manto de trabajo y estudio constante apareció mi dulce recompensa con forma de un maravilloso nombre que llena de perfume mi vida. El amor es el culpable, renacidos; no yo. He pasado una de las mejores semanas de mi vida viviendo experiencias irrepetibles y descubriendo cosas que no conocía. Me siento como la protagonista de un libro, uno de esos tantos que me encanta leer sobre el amor, y que llena mis estanterías de historias que parecen ahora mucho más reales que antes. Soy muy feliz, renacidos, mucho. Pero bueno, después de los sueños toca despertar ¿verdad? por eso estoy aquí. Mi siguiente entrada se titula todo pasa. En cierto modo me recuerda a mi maravillosa semana de Febrero, y sirve como chasquido de dedos de mi sueño. En esta entrada explico que todo pasa pero todo deja algo, todo significa algo. He añadido también la música de Taylor Davis que es una interpretación en violín de Colores en el viento (Pocahontas) y una imagen de película Perdona si te llamo amor - más que recomendada-.

Espero que os agrade y que me hayáis echado un poco de menos, queridos lectores. ¡Seguimos al mando del timón! Buenas noches.

https://www.youtube.com/watch?v=RzJhDEoUWs8


Y todo pasa.
Como ese tren que se pierde en su andén buscando sin sentido pasajeros en el almacén de caricias inoportunas, de declaraciones inconfesables, de parajes oscuros e irritantes. Pasa sigiloso, entre gritos silenciosos y ocultos bajo la nieve que se deshace en otoño. Pasa sin avisar, sin esperar nada a cambio, destrozando todo a su paso y fingiendo que repara todo los daños; pero no es así. El tren lo aniquila todo como el invierno, ese cruel tormento de niebla, de miseria, de frío en las aceras. El tren lo repara todo como el verano, ese dulce pecado de sudor, de pasión, de calor en el sillón. El tren pasa sin pasar, pasando sin descarrilar y descarrilando todo a su paso. 

Y todo pasa.
Como el amor a primera, segunda y tercera vista, que nos ciega, que nos aprisiona, que nos asesina. Pasa con pies de plomo, esperando a ser ceniza en los labios del viento, a ser espuma en el cabello del mar, a ser todo aquello que nunca más pasará. Pasa sin miramientos, sin contratiempos, sin avisar. Encontrando lo perdido en una vida, perdiendo lo encontrado en la muerte. Nos da veneno, nos quita antídoto y se vuelve como el heno del mendigo, que ni ayuda a comer ni sirve de abrigo. El amor lo realiza todo como los sueños, esos que aparecen antes de hacerte desaparecer, esos que te hacen creer en la magia de un tal vez. El amor pasa pasando sin pensar en pasar y si piensas cómo nunca pasará, pasa sin pensarlo por tu casa una vez más.   

Y todo pasa.
Como el café a medio tomar que sueña con descansar en tus labios de cristal pero que se congela viendo las horas pasar. Pasa con miradas fugaces entre botellas de champagne, entre martinis y copas de coñac. Pasa hoy, pasó ayer y volverá a pasar porque el café de la tarde, de las tres y después de desayunar es el estimulante para volver a empezar, que todos necesitamos tomar y que nadie es capaz de dejar. El café pasa pasando una vez más, pasando entre pasados y presentes que nadie dejaría pasar.

Y todo pasa.
Como las vistas al mar que todo el mundo quiere mirar pero que nadie es capaz de fotografiar, que siempre aparece movido o creando una imagen diferente a la realidad. Pasa con susurros a gritos, con latidos en el oído, con apuestas entre los más vendidos. Pasa con aciertos y errores incluidos, haciendo nudos en millas y millas nudados entre el ombligo. Nos pacta una tregua con el olvido, con los amores perdidos, con el mar que se ha tragado a los náufragos del submarino. Pasa engañando a la mirada, haciéndonos creer que seguimos en la lancha y que el mar bravío nos lleva hasta su alma, aquella que separa las piezas del rompecabezas y pierde los calcetines en la marea de tu colada. Las vistas al mar pasan sin pensar en su pasada, paseando cuando pasan en medio de tanta alboroto como pasaría Pedro Calderón de la Barca. 

Y todo pasa. 
Como los nervios en forma de latidos que expresan un destino, un sentido o un nerviosismo. Pasan tropezando con los caídos, removiendo los remolinos que se originan en tu intestino, que confunden Navidad con todos los demás festivos. Pasan aquí, pasan allí y pasan en todas partes porque los nervios pueden parecer distantes pero son seres penetrantes que te inyectan inseguridad en forma de desesperantes contratiempos, de tiempos en tu contra. Pasan en Francia, pasan en Pakistán y pasan en Madagascar porque los nervios quizás nunca nacen pero jamás dejan de pasar. Los nervios pasan entre pasos aplastantes, paseando sin ser más que los pasos que pasan en un instante.

Y todo pasa.
Como los amores en verano, como los sueños en forma de retoños, como los focos que dibujan tus ojos. Pero nunca hay que quedarse con la tristeza de lo pasado, pues hay que pensar que si algún día pasaron puede volver a pasar, y que, en cambio, si no pasa es que lo más sensato es que no debe regresar. Todo pasa, algo queda y pocas cosas se van, porque lo pasado hace historia y eso nadie lo puede cambiar. 

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