martes, 26 de abril de 2016

El soldadito que buscaba la verdad

Buenos días, renacidos. Sé que llevo mucho tiempo sin hablar, escribir o dejarme caer por mi querido blog. Hoy he encontrado un momento perfecto entre estudio y estudio para escribir una nueva entrada. La verdad es que llevo unas semanas bastante ajetreadas entre trabajos, estudios y exposiciones. Me quitan mucho tiempo, renacidos. Ya ni siquiera puedo continuar corrigiendo el libro que estoy haciendo. Pero bueno, lo importante es que hoy he escrito. Y no he escrito algo cualquiera, sino un cuento. Los cuentos son los que me ayudan a continuar siendo aquella niña que se sentaba en una escalera de piedra a escuchar cuentos de los Hermanos Grimm. Algún día escribiré algo sobre ellos, por ser sin querer, los causantes de todo esto - en parte-.

Bueno, mi entrada se titula "el soldadito que buscaba la verdad" y si tuviese que organizar mis entradas a partir de distintos bloques, este sería el de los cuentos. Sé que son algo raros y que también merecen mucha dedicación para corregirlos y bla, bla, bla. Pero de momento los publico como los siento. Espero que os encante, renacidos y recordar: siempre estoy dispuesta a contestar cualquier cosa que me propongáis, cualquier tipo de corrección o de opiniones que tengáis. Creedme, así me hacéis crecer. 

Gracias por ser mi momento de desestrés y mi número 2193. Os quiero. ¡Feliz semana!




Erase una vez un soldadito de cristal, que le gustaba perderse en los montes y echar a caminar. Viajaba con pies de vidrio, tenía una melena de cristal, vivía en una casa humilde de hielo que el verano hacía peligrar. Había nacido en las colinas, cerca de las orillas del mar, por eso llevaba el sonido del agua cada vez que echaba andar. Tenía dos manos blancas, como copitos de Navidad, y con copas donde se vierte el vino, cuando creció, fue a batallar. Su vida pendía de ella, de aquella copa de cristal, pero ni una gota, por suerte, consiguió derramar. La sangre continuaba en su cuerpo, después de que nadie le consiguiera matar. Por ello seguiría vivo y se salvaría una vez más. 
Era un soldadito muy valiente, era un soldadito de verdad que contaba cuentos de luna donde las estrellas se hacían realidad. Tenía cuatro hermanos, los cuatro fueron a luchar. Lucharon en la batalla hasta que no pudieron más. Pero por desgracia de la fortuna, ninguno salió con vida, ninguno pudo regresar. La noticia llegó a las colinas con un grito de crueldad, absorbiendo la noche y el día, convirtiendo el tiempo en un duro esperar.  
El soldadito sintiéndose solo decidió exhiliar, aquel corazón helado que habían fragmentado a la mitad. Ya nunca más los vería, ya nunca más echaría andar. Pues andar era un privilegio que sus hermanos nunca más podrían realizar. Se sentía desgraciado, se sentía un cuerpo más, por culpa de la guerra ya no volverían a hablar. ¿Qué pensaría madre? ¿Qué diría sobre esta triste verdad? 

El soldadito decidió encerrarse en las colinas, en la torre que conectaba la vida con la muerte. Había escuchado decir que muchas veces se presentaban ocasiones en las que la Muerte hablaba con mortales. Él quería conocerla, él quería preguntar, porque se había llevado a sus hermanos sin siquiera avisar. Esperando desesperó durante horas, la Muerte no tiene horarios y le encantan las demoras.

-¿Quién es usted? ¿Qué espera para preguntarme? Soy la Muerte que viene a visitarle.

El soldadito se tragó su lengua, el frío de aquella mujer le mantenía alerta. Tenía piernas delgadas, cabellera descubierta y una triste silueta que detonaba su cansancio y tristeza. El temblor le quemó las palabras, no sabía que preguntarle, no sabía como explicarse, pues lo que tanto tiempo había tardado en prepararse, se esfumó cuando sintió el miedo, de su cuerpo adueñarse. 

-¿A qué espera? ¿Quiere acaso que le mate? Quizás en la otra vida hable más que calle.

-No, por favor, escuche. Necesito preguntarle, ¿por qué se llevó a mis hermanos, por qué decidió matarles?

-Te refieres a los cuatro cobardes-Dijo mirando al soldadito con aires.

-Me refiero a los cuatro soldaditos que salieron ayer tarde. Eran buenos, mi señora. Me salvaron en más de una. Recuerdo que de pequeño, cuando usted se llevó a mi madre, me protegieron de los bailes que trae el aire, de las enfermedades. Me curaron, me alimentaron y me hicieron creer en el hombre. Yo nunca he sido nada, ni siquiera cobarde. Pero ellos me enseñaron que hay males que crecen sin esperarse.

-Entiendo lo que dices, joven. Aprecio los detalles. Pero la muerte de tus hermanos es inevitable. Ellos corrieron a mis brazos, ellos quisieron matarse. No les gustaba la guerra ni todos aquellos desastres.

-Eso es imposible, señora. No es por contradecir lo que dice, no se enfade. Pero mis hermanos fueron los causantes de que yo sea soldadito y luche por salvar, aquel rinconcito de tierra que todos llamamos hogar. Ellos eran leales, son fieles a su bandera, y nunca traicionarían la vida ni por todo el oro de la tierra.

-No es traicionar la vida, lo que hicieron tus hermanos. Fue pedir clemencia a unas manos que buscaban violencia. Fue pedir paz empuñando un arma en medio de la guerra. 

-¿Clemencia?

-Ellos se arrepintieron al ver tanta muerte en los cuerpos de otros compañeros. Sabían que serían los siguientes pues les perseguía por los campos de minas, que antes eran de amapolas, pues me tragaba sus sombras cuando se agachaban para apuntar a la ropa. 

-Usted les amenazaba señora. Normal que se rindieran delante de tanta miseria, pero dudo que quisieran morir en las trincheras.

-Osas llamar mentirosa a la reina de las verdades, a la única que es fiel a sus leales. Yo no miento, soldadito, tus hermanos no quisieron seguir vivos. Se lanzaron a la tierra para luchar en la guerra y al ver tanta miseria, como usted ha dicho, dejaron de querer seguir vivos pidiendo que parasen aquello que ellos mismos habían iniciado, aquello que ellos mismos habían construido. 

-La guerra nos hace libres, señora. Nos ayuda a defender nuestra bandera, nuestra tierra, a pedir conciencia a aquellos que nos saquean y violan. No odiamos la paz, porque la buscamos en toda guerra. 

-Pero no hondeáis el blanco en vuestros trajes, sino armas en cada peaje. 

-Aquello sería rendirse, sería de cobardes.

-¿Cobardes es querer a todos por iguales? ¿Es querer un lugar donde los ideales no maten a hombres como estatuas infames? ¿Es pedir un cielo sin más cadáveres? ¿Una tierra sin más sangre? 

-Habla sin comprender lo que dice. Comprende cosas que no existen. Nosotros no matamos por matar, nosotros liberamos tierras que nadie deja liberar. Quizás la sangre manche la valentía de los hombres y mujeres, quizás la lucha empape de lágrimas las caras de todos los seres. Quizás no seamos cobardes, ni valientes. Pero lo que sí está claro es que si matamos o morimos será por hacer aquello que quisimos.

-Me agrada oír tus palabras, soldadito. Pues tu solo has respondido a la pregunta con la que has venido.

Y con polvo de cenizas, la Muerte desapareció con la brisa. Había intentado de nuevo, avisar sobre lo absurdo de la guerra. Con otros tantos lo había intentado, pero nunca logró lo acordado. Ella es experta en matar sin respuestas, en llevarse a lomos a soldados que caen en trincheras. Ella ha sido consciente del dolor de perder a gente. A veces, ha sufrido matando a algún ser querido, otras ni siquiera se ha movido. Con el dulce Soldadito de cristal pensaba que quizás lo podría lograr, hacer ver a la humanidad que la culpa no es morirse sino repetirse en querer matar más. De nuevo no surgió efecto, y el soldadito continuaría en su maldad, creyéndose dueño de una tierra que nunca sería suya de verdad. ¡Es absurdo luchar por una bandera que pide sangre que derramar! ¡Es absurdo preguntar porque la gente muere cuando esta quiere matar! 

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