domingo, 24 de enero de 2016

El final de la película

Buenos días, renacidos. Es increíble como se supone que cada día tiene 24 horas y que por lo tanto sigue un esquema, y en verdad ninguna hora pasa igual. Llevo un par de semanas abrazada a las horas que se empeñan en escapar de mis brazos. Los días pasan lentos o demasiado rápidos; pero nunca como deberían de pasar. Todo depende del observador que miré, todo depende del autor que lo haga pasar. En fin, así van pasando mis semanas de enero, esperando a un febrero que muestra su mano pero que no te deja agarrarla del todo, sólo sentir sus dedos en tu palma. Supongo que es cosa del tiempo, pero me inquieta estas percepciones tan distorsionadas que tenemos sobre el tiempo. El tiempo no es racional, no sigue un esquema de minutos, es lo más irracional que existe. Como el amor.

Bueno, pese a todo ello, mi siguiente entrada no trata sobre el tiempo - aunque no sería mala idea - sino sobre el amor y el cine. Advierto que no será la única vez que mezcle ambos conceptos pues adoro el amor y amo el cine. Son dos de mis debilidades, ya sabéis. Para no dejar de desvincularlo os he proporcionado una composición de la película Cinema Paradiso (película recomendada) y una imagen que corresponde a la película 3 metros sobre el cielo (película más que recomendada).
Espero que os agrade, renacidos y paséis un feliz domingo. 

https://www.youtube.com/watch?v=Rkk0tItcFjs




Deseando no quererte se acabó la película. Y yo no entendí que aquello tenía fecha de caducidad, de emisión, que el para siempre se escribía con mala letra y falta de cohesión, que entre tu pecho y el mío solamente apostaba un corazón. Sé que me precipité en los tráilers, diciéndote te quiero antes de ver rodada la última escena, antes de haber acabado la ronda de mentiras y esperando que tú creyeras que aquella confesión era una más de todas ellas. Pero yo no pude evitar ser sincera, decirte que te necesitaba cada noche como si fuéramos brujas quemadas en la hoguera. Conociste mi tapadera, mi plaqueta convertida en la escena definitiva, en el parón para ir a comer o a estirar las piernas. 

Al principio te resultó divertido, una fan más a la que alimentar con coqueteos, con apuestos encantamientos, con papeles de como actuar hasta en la escena del beso. Yo me limité a aceptar tus frágiles sentimientos, imaginando que con el tiempo las cámaras dejarían de rodar nuestras vidas y nosotros conseguiríamos ser felices como los protagonistas. Yo acepté los agradecimientos finales al final de cada día, aunque no conocía la mitad de los nombres y la otra mitad ni la oía.  

Pero, ay, bendita mi suerte. Me convertí en tu personaje, y tú en el actor que interpreta las constelaciones, que paraliza mi piel con cada arreglo de sonido, con cada modelaje. La culpa fue del tiempo, de no esperar a que acabase mi papel en todo esto y obligarme a confesar mis sentimientos. Sé que me ruboricé y tú deseaste que no lo hubiese hecho. Éramos dos simples actores, pero yo no pude evitar quemar mis apuntes, mis intervenciones y besarte en cada secuencia que aparecíamos juntos para desaparecer separados.  

Sé de sobra que cuando el cine se llene, mi alma se vaciará para siempre. Pues quedaremos el uno con el otro como simples compañeros que exageraron sus sentimientos. Pues quedaremos como dos impostores que vendieron su tiempo a cambio de dinero, de fama y de sonrisas en forma de aplausos.

Quizás exageré el sabor a palomitas pues no eran tan saladas como aquel mar que deseaba visitar a tu lado, como aquella espuma que me recordaba a tu cabello dorado. 

Quizás exageré el sabor del refresco pues no era tan dulce como aquellas palabras que apuntabas entre reglones, como aquellas formas que pudiste haber utilizado para conseguir más seguidores - yo entre los más usurpadores-.

Y si digo quizás no es porque me dé miedo admitir que me equivoqué, que taché en rojo las únicas verdades que me esforcé por aguantar. Sino porque el quizás deja siempre una puerta a mitad de camino entre lo que nunca hemos sido y lo que de verdad será.

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