domingo, 23 de octubre de 2016

Arriesgarse

Buenas tardes, renacidos. Llevo tantos días con ganas de publicar algo pero sin conseguir algo lo suficientemente bueno como para mostrarlo... En fin. 
Me gustaría, antes de nada, recomendar la saga After de nuevo. He acabado mi viaje por la vida de Tessa y Hardin, y solamente puedo decir que ha resultado embriagador e increíble. Su relación, su tormentosa y cruel relación, nos hace reflexionar sobre el amor, la obsesión y sobre nosotros mismos. Es precioso ver cómo evolucionan, cómo se aman y cómo son capaces de buscar el lado bueno de las cosas. No es justo decir, como he leído por algunos sitios, que After fomenta las relaciones tóxicas. No estoy para nada de acuerdo. After te enseña la realidad de estas relaciones,  y te muestra realmente lo crudo que es. Yo tampoco pretendo con mis escritos que la gente muera en el río por perseguir a una sirena - cómo explico en una de mis historias - o que odien. Yo no pretendo hacer que con lo que escribo se repitan patrones, solamente que se lea y se sienta. Y eso hace Anna Todd. Por ello, me siento enfadada cuando se critica algo por el mero hecho de criticar.

Bueno, dejando de lado la fantástica historia de After, os presento mi nuevo escrito. Es algo extraño y me gustaría saber vuestra opinión al respeto. 

Hoy tengo poco más que decir así que os dejo con mi entrada. 
¡Pasad un fantástico domingo!



Y todo comenzó en marzo. Vestías con jerseis apretados de pelusas que se perdían, con los bolsillos por fuera. Olías a despedidas, a cenizas esparcidas por la tierra mojada, por tierra de nadie, por tierra prometida. Llevabas dos botones desabrochados en tu chaqueta cuyo hilo se desprendía por la acera, mientras caminabas. Habías decidido salir de casa temprano, tomar un café en un atajo, malgastar el tiempo en vano, con el vahó en las gafas. Te sentaste cerca de la barra, con el periódico doblado. Tu mano pasaba las hojas mientras las horas te pasaban a ti factura. Ese mismo día habías decidido vivir. No había sido una idea fácil de asumir. Estabas cansado de la rutina, de sobrevivir en los márgenes de una vida que no te dejaba sentirla y te obligaba a cumplirla. Siempre pensaste que estudiar, trabajar y pagar era lo que querías, que aquella era tu meta en la vida. Pero te equivocabas. Las marcas que contaban las horas debajo de tu reloj, todo lo explicaba. Eran finas, secas y cicatrizadas. Te recordaban que no eras feliz, que nada te llenaba. Habías decidido acabar demasiado pronto, cansado de un mundo que no se ajusta a tus deseos o antojos, que no es justo, que se limita a obligarte y a despojarte de aquello que más anhelas. Todo te enfurecía. Ver la televisión y su absurda realidad ficticia; caminar o ir en coche hasta la oficina; tener que llamar a tu madre mientras cocinas; no conocer a nadie que te encienda la vida. Y aquello último era lo que más te deprimía. Visitaste decenas de páginas para tener citas y cenas con mujeres. Vivían en calles paralelas a la tuya, no pensaban que la vida era una trampa. Ellas parecían dispuestas a aceptarte, pero no a conocerte y quererte realmente. Nunca congeniabas. Y por eso, ahí estabas. Doblando y desdoblando miradas con alguien a quien no conoces de nada, pero que te observa de lejos. Yo no sabía que tú eras vino añejo y yo sangría destilada. Te miraba tomarte el café con las cejas levantadas, viendo como pasabas las páginas de tu periódico con cara de lástima. Odiabas las desgracias ajenas, te apenaban. Oír hablar de desahucio, de maltrato, de prisiones contra inocentes, de presos en cárceles que no tienen barrotes... Caías en la trampa de las noticias más amargas, en el morbo de la prensa. 
Recuerdo cómo pedías una tostada con mermelada, cómo no sonreías ni siquiera con el gracias más amable del mundo. Yo vestía con corbata, prisionera de mi uniforme. Tú parecías disconforme con aquella atadura que obligaba al hombre a postrarse, a volvernos inferiores. 
Retuve cada centímetro de tu cuerpo mientras comías, absorto en tus pensamientos, sin imaginar que se caían más hilos de tu jersey amarillo. Y no eran sólo de tu ropa. Lucías libres, sin cadenas, sin ataduras ni reglas. Habías dejado el trabajo la tarde antes, habías comprado un billete que sobresalía de tu mano donde el destino a Ninguna Parte parecía complicado. Y lo era. Ni tú mismo sabías qué lugar te esperaba. Y mientras limpiaba la barra, te escuchaba tararear. Era hermoso. Y más lo fue cuando me pediste  la cuenta:

-Hola, camarera, te pediría cuánto me ha costado, pero no llevo dinero ni pienso buscarlo. No se asuste, no voy a ser ningún inconveniente. He venido expresamente para decirle que se venga conmigo. Sé que suena extraño y que no me conoce. Pero me ha mirado como nunca antes lo han hecho y creo que juntos podemos llegar lejos. ¿Qué me dice, se viene a Ninguna Parte?

Me fue imposible negarme, abandonarme a la idea de no guiarme por mis impulsos. Y gracias a eso, ahora puedo escribir este discurso disfrutando de las vistas que tiene el maravilloso viaje a Ninguna Parte.

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