Renacidos, creo que esta pequeña introducción puede servir para renacer mil veces, porque conmigo ha pasado así. Ha sido un duro golpe esta semana, y solamente espero que la cosa mejore - el viernes comenzó a mejorar ya que, ¿adivinad, qué? hay otra loca suelta por la carretera -. Esta pequeña introducción va para todos aquellos que me entiendan, que hayan amado tanto a un animal que cualquiera palabra duela. Ojalá sus arañazos se hubieran tatuado en mi piel. ojalá.
Y bueno, aquí os traigo la entrada de Halloween. Espero que paséis unas fabulosas fiestas, que os las merecéis seguro. Os dejo una composición muy de estas fechas titulada Zombie de The Cranberries - canción que me encanta, de verdad - en versión cover por una persona que la canta de forma impresionante; y una fotografía de servidora.
¡Felices fiestas de Halloween!
https://www.youtube.com/watch?v=Yuh-pgsHSfQ
Desangraba sus pecados con cada palabra. Desgranandolos uno a uno, dejando huellas y cáscaras a su paso. Tenía cicatrices en su cuello, en su cara. La vida le había resultado dura, y quizás demasiado. Había intentado evitarla. Fracasando. Cambiando de trabajos, de rutinas, de estancias. Escuchando aullidos en su alma. A duras penas, se mutaba en otras pieles. Se despellejaba de punta a punta. De oreja a mirada. Se había vuelto el lobo que siempre devoraba, persiguiendo capuchas rojas, tragando manzanas envenenadas. Corría por calles estrechas que venían de pesadillas sinceras. Soñaba con duchas acuchilladas, sentencias fracasadas, espadas de acero oxidadas. Goteaba a botones, se enfadaba con su espejo pues su mirada había sido el agujero en el que tropiezas y desapareces. El cruel reflejo de aquel que no se puede ver en el espejo. La perseguían con aguaceros, con fusiles, con antorchas. Quemando iglesias, persiguiendo estrellas, saltando esferas. No tenía cuernos pero fue engañada. No tenía tridente pero pinchaba, cuando cumplía 16 años y lo hacía cada día, cada verano. Manchaba sus manos de negro, su cara de barro, sus pies de descaro. Estaba descalza de cintura para arriba, vestida desde la manga a la rodilla. Se le caían las cartas, los conejos, las estacas. Se rasgaba las mentiras a tiras, en medias verdades, calzando calcetines con cristales. Dormía en vertical, tumbada boca abajo, escuchando el susurro de los murciélagos sin ningún tipo de reparo. Su casa era de cera y vivía en paralelas. Recorría la Sabana africana en chancletas, arrastrándolas por la arena. Disimulaba las ojeras con alcohol barato en las heridas, con pesticidas como primer plato. Sus amígdalas eran de acero. Cantaban al fuego cuando quemaba y siempre lo hacía. Hería solo con nombrarla, quería ser recordada. Su piel translúcida, nunca sangraba, aunque sí sus oídos cuando estos escuchaban te quieros a pie de cama. Solo creía en aquello que veía. No respetaba a los muertos, ni a las palabras. Las utilizaba sin arrepentimiento, sin confesiones, sin lamentos. Visitaba los cementerios como aquellos que pasean sus perros por el campo, cogiendo flores y haciéndose coronas de lamentos. Para ella solamente había tres mandamientos: quererse a sí misma, respetarse cuando nadie lo hacía, y luego al resto. Pero lo último casi nunca lo cumplía y acuchillaba las mentiras en pinchos pequeños. Olía a llaga que escocía, a caída inminente, a agua bendita cogida de la pendiente. Y caía. Odiaba la sangre pero la adoraba. Quizás
por
eso
el hierro
siempre
la temía.
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