domingo, 30 de octubre de 2016

La chica del cabello como la sangre

Buenas noches, renacidos. Llevo bastante tiempo sin publicar nada, lo sé. Ha sido una dura semana, llena de altibajos. Se fue una de las cosas que más feliz hacía al mundo, una pequeña gatita que iluminaba más y más la vida, que hacía que el sol tuviese envidia. Con ella aprendí muchísimas cosas y entre ellas: que la vida es injusta. Es injusta porque tiende a unos las oportunidades que otros no pueden ni siquiera alcanzar. La vida decidió que sería una gata abandonada a su suerte, en un contenedor, que sería olvidada para siempre. La vida había decidido que no sería alguien especial, solamente otra víctima más de la humanidad. Pero no fue así. Consiguió sobrevivir y se hizo grande, de las cosas más grandes que vi - y eso que era enana, y eso que llegó solamente a tener 3 meses -. En fin, la encontramos ahí, presa del destino, de una sociedad que mata aquello que no le interesa. Pero vivió, hasta este pasado 26 de octubre en el que la vida, nos la arrebató. Juro que pensaba que así era, durante algunos días. Fue el viernes cuando comprendí que no se había ido tan lejos de nosotros, y estaba ahí. Estaba en los recuerdos, en las fotos, en los momentos, en las palabras y sobretodo, en mi alma. La sentí. Tan cerca aunque estuviese tan lejos. Sentí que seguía a mi lado, y así quiero sentirla siempre. Porque duele un poco menos, aunque solo sea un poco. Simba, te quiero. Ha sido horrible, de lo más horrible que he vivido, el que te hayas ido. Pero sé que estás ahí, y sabes que siempre estaré a tu lado; pequeña. Siempre juntas, abrazándome las heridas como solamente tú sabes. 

Renacidos, creo que esta pequeña introducción puede servir para renacer mil veces, porque conmigo ha pasado así. Ha sido un duro golpe esta semana, y solamente espero que la cosa mejore - el viernes comenzó a mejorar ya que, ¿adivinad, qué? hay otra loca suelta por la carretera -. Esta pequeña introducción va para todos aquellos que me entiendan, que hayan amado tanto a un animal que cualquiera palabra duela. Ojalá sus arañazos se hubieran tatuado en mi piel. ojalá. 

Y bueno, aquí os traigo la entrada de Halloween. Espero que paséis unas fabulosas fiestas, que os las merecéis seguro. Os dejo una composición muy de estas fechas titulada Zombie de The Cranberries - canción que me encanta, de verdad - en versión cover por una persona que la canta de forma impresionante; y una fotografía de servidora. 

¡Felices fiestas de Halloween!

https://www.youtube.com/watch?v=Yuh-pgsHSfQ




Desangraba sus pecados con cada palabra. Desgranandolos uno a uno, dejando huellas y cáscaras a su paso. Tenía cicatrices en su cuello, en su cara. La vida le había resultado dura, y quizás demasiado. Había intentado evitarla. Fracasando. Cambiando de trabajos, de rutinas, de estancias. Escuchando aullidos en su alma. A duras penas, se mutaba en otras pieles. Se despellejaba de punta a punta. De oreja a mirada. Se había vuelto el lobo que siempre devoraba, persiguiendo capuchas rojas, tragando manzanas envenenadas. Corría por calles estrechas que venían de pesadillas sinceras. Soñaba con duchas acuchilladas, sentencias fracasadas, espadas de acero oxidadas. Goteaba a botones, se enfadaba con su espejo pues su mirada había sido el agujero en el que tropiezas y desapareces. El cruel reflejo de aquel que no se puede ver en el espejo. La perseguían con aguaceros, con fusiles, con antorchas. Quemando iglesias, persiguiendo estrellas, saltando esferas. No tenía cuernos pero fue engañada. No tenía tridente pero pinchaba, cuando cumplía 16 años y lo hacía cada día, cada verano. Manchaba sus manos de negro, su cara de barro, sus pies de descaro. Estaba descalza de cintura para arriba, vestida desde la manga a la rodilla. Se le caían las cartas, los conejos, las estacas. Se rasgaba las mentiras a tiras, en medias verdades, calzando calcetines con cristales. Dormía en vertical, tumbada boca abajo, escuchando el susurro de los murciélagos sin ningún tipo de reparo. Su casa era de cera y vivía en paralelas. Recorría la Sabana africana en chancletas, arrastrándolas por la arena. Disimulaba las ojeras con alcohol barato en las heridas, con pesticidas como primer plato. Sus amígdalas eran de acero. Cantaban al fuego cuando quemaba y siempre lo hacía. Hería solo con nombrarla, quería ser recordada. Su piel translúcida, nunca sangraba, aunque sí sus oídos cuando estos escuchaban te quieros a pie de cama. Solo creía en aquello que veía. No respetaba a los muertos, ni a las palabras. Las utilizaba sin arrepentimiento, sin confesiones, sin lamentos. Visitaba los cementerios como aquellos que pasean sus perros por el campo, cogiendo flores y haciéndose coronas de lamentos. Para ella solamente había tres mandamientos: quererse a sí misma, respetarse cuando nadie lo hacía, y luego al resto. Pero lo último casi nunca lo cumplía y acuchillaba las mentiras en pinchos pequeños. Olía a llaga que escocía, a caída inminente, a agua bendita cogida de la pendiente. Y caía. Odiaba la sangre pero la adoraba. Quizás 
                          por 
                                eso 
                                       el hierro 
                                                     siempre 
                                                                   la temía.

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