viernes, 7 de octubre de 2016

Y el fuego aún quema

Buenas noches, renacidos. Es hora de que los niños se vayan a la cama, y no lo digo por cualquier cosa. Lo que viene ahora es una de esas pocas entradas en el que el amor se mezcla con otra cosa un poco más elevada. No hablo de ninguna montaña ni nada. Y, sinceramente, me gustaría que leyerais entre líneas esta entrada. Es mejor así, de verdad. Y bueno, ya de paso que presento este nuevo escrito, me gustaría nombrar e instar a leer un libro que ha hecho una pequeña grieta en mi corazón: after. Seguramente muchos ya habéis oído hablar sobre esta gran obra, y espero que muchos lo hayáis descubierto gracias a otras entradas en que también hablaba sobre la historia de Hardin y Tessa. Ellos han hecho un infinito en mi vida, un infinito que me gustaría que nunca acabase, pero que como todos los infinitos, tienen su fin. Ya, es un poco absurdo hablar del fin de los infinitos, pero bueno; yo soy absurda tal cual, y no me va tan mal.

Bueno, renacidos, el caso es que os animo a que probéis suerte en el caos de Tessa y Hardin, quizás os sorprenda. 

Y con esto, la banda sonora de "cincuenta sombras de grey" de Danny Elfman  (sí, lo sé, un cliché. Pero, jo, adoro los clichés) y el bonito dibujo de Sara Herranz, os dejo disfrutar de lo que queda de viernes.

¡Feliz y buenas noches! 

https://www.youtube.com/watch?v=b0ceRYaHXCo



Y empezaste despacio. Recitándome besos entre las costillas. Pintándome cosquillas con tus labios en mi oreja, con tus susurros en mi oído, con tus promesas en mi cabeza. Haciendo del teorema de Pitágoras, una ecuación menos entre mi triángulo recto de piel de gallina. Y seguiste conquistando nuevas tierras, probando nuevos pecados sin veneno, rezando en diferentes religiones. Recitando a Salinas. ¡Qué ironía! 
Y seguiste rápido. Contándome de tu cicatriz en el codo, cuando eras pequeño. De como odiabas el invierno y las despedidas. De cuan abiertas estaban todavía todas tus heridas. 

Y, entonces no pude evitarlo y me volví horizontal pegada a tu costado. Acostada en el vértice perdido de todo lo recto, de todo lo carnal, de todo lo matemático. Ganando carreras en mis medias, apostando cruces en tus piernas, que se descruzaban y se volvían a cruzar nerviosas, ansiosas de todo lo materialmente posible. Y era imposible ya evitarlo.

Levanté las manos en una atracción peligrosa que nos unía, casi suicida; donde la altura era lo que menos miedo me daba porque me agarrabas de la cintura. Y seguiste explorando y explotando como un sastre mi desastre, tocando lencería fina. Y yo me perdía en un guiño de palabras, en unos sonidos que no comprendía. Y aún no comprendo. Pero seguían. Seguían y seguíamos. Sin frenos, acelerados, con quitamiedos baratos. Parando el tiempo con un dedo, recordando que nosotros mandábamos. Y lo hacíamos. Una y otra vez, turnándonos. Cambiando de ángulos, de perspectivas, de triángulos. 

Recuerdo que apuntabas las constelaciones que te guiaban por mi espalda, que te hacían que mis lunares fueran como espadas y tú mi escudo. Eras un brujo cuando me hechizabas con caricias, con búsquedas de nuevos mares más salados, con pequeñas delicias. 

Juramos, al empezar, que tú harías de brújula y yo de guía. ¿Pero cómo guiar al amor por el deseo si son caminos a veces opuestos, que se encuentran paralelos? Quizás ahí estaba la gracia de hacerlo en vertical. Y nos saltaron los plomos de nuestro instinto animal. Éramos como dos locos de atar. Tratamientos recitados por un doctor fatal que no nos dejaba estar solos, que nos obligaba a unir nuestros lomos teniendo el colchón  como antojo.

Y no te frenabas. Usabas escaleras de doble sentido, trepando por mis horquillas, rozándome el ombligo.Y me devorabas sin tenedores, sin cuchillos. Usando de soporte una almohada y de plumas unos muelles que chirriaban mientras saltábamos a la comba. No me puse manoplas y me quemé viva. Ardimos entre las llamas que nos seducían. Y nos llamaban, cada uno por un nombre diferente, utilizando palabras indecentes como adjetivo de nuestra locura. Y nos perdimos deliberadamente. En unos susurros teloneros de nuestro teatro, bañados por el sudor de nuestra frente, de tanto recitar estrofas acompasados. Probamos distintos papeles pero ninguno fue tan ansiado y divino como el que al final el destino y la vida nos confiaron. 

Y no acabamos. Porque la noche nunca se fundió con el día, y muy posiblemente porque no te fuiste a por tabaco. De no ser por ello, nos hubiéramos dejado tiempo, posiciones y lamentos en el tintero. Pero al no ser así aún probamos nuevos métodos para conocernos más de lleno.

Y el fuego aún quema, 
Sin temer
 a las cenizas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario