domingo, 20 de noviembre de 2016

Mírate en el espejo

Buenas tardes, renacidos. Hoy os traigo una entrada deprimente que muestra el carácter cruel y doloroso que tiene la sociedad. Una sociedad marcada por los estereotipos, por los metros, por los cosméticos y la crudeza de los cuerpos. A veces, parece que el valor de una persona se mide en una balanza, en un peso, en una talla. Y no es así. Existen espejos que te dicen cómo te sientes esa mañana o toda tu vida: fea, guapa, flaca, gorda. Y no sé cual de todas estas palabras es más cruel y despiadada. Todas tienen un doble hilo que está a punto de cortarse. Y creemos que el espejo es objetivo, que nos dice la verdad y que nunca miente. Cuando en realidad, es el único que siempre oculta el rostro de las personas. El espejo no te enseña como eres por fuera, sino como te sientes por dentro. Da igual que te hayas levantado con mala cara, si el día te sonríe, te verás guapa. Da igual que seas la belleza que todo el mundo espera ser, si no lo ves, serás fea hasta que mires con tus ojos hacia dentro. El espejo es subjetivo. No te mide por fuera, lo hace por dentro. Como pasa con la anorexia. La anorexia distorsiona la realidad, porque la realidad es distorsionada. Lo único que cambia es que añade hipérboles a sus pensamientos, y los mueve. Hace todo más extremo, más exagerado. Y duele. Pero todo no empieza porque sí. De pequeños creemos ser guapos, altos, perfectos. Y vamos creciendo escuchando palabras, comentarios sobre nuestros cuerpos; escuchando apelativos sobre las mujeres del telediario, sobre los presentadores, sobre concursantes que necesitan perder peso. ¿Perder peso? Y dejas de ver las golosinas como algo fantástico, como un tesoro, Lo ves como un pecado, un vicio que pasa factura. Esa factura la mides en la balanza, la cual te dice con números, con algo objetivo, aquello que no lo es y nunca lo ha sido. Y empieza a lloverte dudas, miedos y complejos. A todos nos pasa, todos tenemos. Por estatura, peso, color de piel, nacionalidad, voz, manos, nariz, pies, pestañas, tos, bostezos, por la manera de caminar, de reír, de superarnos; por nuestro barrio, nuestros padres, nuestros amigos, nuestros miedos; por nuestra tendencia sexual, política; por nuestras ideas, por nuestras aficiones...
Todo es objeto de burla y de complejo. Todo tiene su cabida en el medidor de la vergüenza o del miedo. Y sin querer, empezamos a decir las mismas palabras que ellos, a insultarnos igual. POR LO QUE SEA. TODO VALE. Nos insultan e insultamos. De forma explícita, implícita, a la cara o a escondidas. Y nos vamos tragando y tragando más la idea de que el único que siempre tiene la verdad es el espejito, como pasa en Blancanieves. Y del mismo modo que la bruja, cometemos locuras. Locuras por la belleza, por seguir las reglas, tendencias y ataduras. El holocausto del metro. 

Pues bien, mi entrada habla sobre ello, sobre los complejos. Esas malditas líneas que nos hacen deprimirnos y no ver nuestra belleza, aquella que traspasa la piel con una sonrisa.

Con esta entrada, pretendo hacer ver a las personas nuestros propios engaños, como nos martilleamos los dedos y nos pillamos las manos al meternos en berenjenales sobre la belleza. LA BELLEZA ES UNA FARSA, NO SE PUEDE COMPRAR NI VER, SOLAMENTE SENTIR. Así que siéntela cada vez que te mires el reflejo, la sombra o por el espejo. Si tú te quieres, lo demás no importa. Pero quiérete. Nada de tu cuerpo falta o sobra.

Pensad en ello, renacidos y ¡Feliz domingo!




Tengo un metro lo suficientemente largo como para medir todos tus complejos y te puedo asegurar que no encuentro las imperfecciones. Quizás las corté con las tijeras cuando me dijiste que te sobraba cadera y yo vi que te faltaban besos. Quizás desaparecieron cuando el exceso de mimos te hizo olvidarte por completo de esas arrugitas debajo de tus ojos. Yo no veo quilos de más, veo besos de menos. Y por eso voy sembrando te quieros por tu espalda descalza. No desvestida. Porque sigue vistiendo manías y complejos, porque sigues tapando la belleza de tu cuerpo con palabras manchadas a fuego. Y queman. Queman tus sonrisas y las vuelve cenizas, quema tus sábados volviéndolos negros. Haces ver que no lo sabes, pero tus huesos te gritan que pares, que no pulses el botón de debajo de tu vientre que enciende la fuente en la que nunca ganas. Y te ahogas en ella. Como en aquellas palabras que recortaste de la revista y las pegaste en tu muñeca, queriendo ser de porcelana, y siendo más frágil de lo que te hubiera dado la gana. Pero nunca lo haces, nunca ganas. Siempre te escondes en disfraces, en mentiras cobardes. Gritas pero hay alguien que te presiona la garganta, que no te deja respirar todas las cosas positivas que tienes y te hace vomitar sangre en forma de comida. Te vacías. Más como recipiente que como persona. Más como consecuencia que como causa. Y abandonas. Abandonas tus sueños y metas, tus esperanzas. Abandonas el mirarte en la balanza y prefieres hacerlo en el espejo, a oscuras, con lanzas en tus dedos, con dudas en tu cabeza. Y abandonas. Pero yo no lo hago.

Tengo unos brazos suficientemente fuertes como para borrarte los miedos, como para ayudarte a que te escondas en ellos y pases a otro mundo. Pases a otro mundo mientras yo recorro tu cuerpo dejando gotas de chocolate en tu torso desnudo. Cada vez que me dices que no te gustas, yo te subo hasta el techo porque no puedo a la Luna, para que veas lo grande que eres, hasta donde puedes llegar. Después te bajo al suelo, para que entiendas que solamente tú eres dueña y señora, y tú debes alcanzar el cielo. 

¿Un consejo, amor mío? Vive quemando las dudas. Dejando de vestirte a oscuras. Rompe cremalleras, cadenas y ataduras. No aceptes que te digan que eres una talla más o menos, vive sin freno. Pero con cordura, o sin ella; haz lo que tú quieras. Pintándote en el espejo sin miedos, sin vergüenzas, sin complejos. Dibujando tu reflejo en el agua, haz caras largas, pechos pequeños. Enrédate el pelo al tirarte por el tobogán. Grita desde dentro y explota por fuera. Que no te importen tus manos, manchate de barro por completo. Saca la fiera que llevas dentro. Come cuánto quieras sin el sabor ácido en la garganta. 

Sé feliz y conmigo a tu lado, no te harán falta espejos para decirte: lo guapa que estás esta mañana. 

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