sábado, 12 de septiembre de 2015

La vida desde un columpio


Buenas noches, mi siguiente entrada es una cruel interpretación de una cruel imagen. La razón de ella es intentar llamar a las cosas por su nombre. La crueldad también forma parte de nuestra realidad aunque no sea agradable para nadie. La imagen que encontraremos al final de la interpretación ha sido substraída de Internet y representa, bajo mi punto de vista, la negatividad más profunda o el mirar cada lugar desde dos perspectivas. Bien, con esto me refiero, que algo que puede ser representativo de la diversión, la felicidad y en especial, de la vida; también puede representar la tristeza, el drama y la muerte. Por ello, un árbol, fruto y símbolo de la vida en este planeta ha sido representado en esta imagen como un icono de la dualidad vida y muerte; infancia y madurez. Me gustaría, pese a que la he interpretado de una manera cruel, mostrar mi punto de vista sobre esta imagen y lo haré antes de interpretarla. 
Para mí, la vida es aquello que jamás podré terminar de agradecer. Cada uno de mi fallos, de mis decepciones y de mis más profundas aflicciones son parte de un lado que me hace valorar con más fuerza y determinación el otro lado. Pensad que seríamos sin poder llorar, sin poder padecer, sin poder emocionarnos. Sé que en muchos momentos, tirar la toalla no es que sea la mejor opción sino la única opción que creemos que existe, pero de verdad, la vida  y tú merece más que todo eso. Jamás podré expresar con palabras la gran importancia que le doy a cada una de las sensaciones que vivo. Vivir es como un sueño, un fantástico e imposible sueño que nos empeñamos en desprestigiar. Y siempre, pese a todas las cosas malas que puedan aparecer, agradeceré seguir sintiéndolas porque eso sólo puede significar una cosa, sigo viva.
Y después de esta breve explicación aquí va la interpretación de la cruel imagen. Deseo que detrás de las palabras encontréis el mensaje oculto que desprende esta historia y repito que no comparto la idea del abandono a la vida. Nunca lo haría porque amo vivir. 
También os dejo un enlace para si queréis leer la interpretación con música. Gracias y feliz sábado.



El mundo está repleto de historias y todas se pueden resumir en momentos. Cuando empezamos a vivir, emprendemos el camino. Caminamos hacia el parque, llenos de optimismo, de energía, de ilusión. Queremos divertirnos, sonreír, ser felices. Al entrar en él nuestros pies se encuentran con la cálida y suave arena. Una esplendida sensación se apodera de tu cuerpo. Nunca te has sentido así. El sol brilla más que nunca. Sonrientes buscamos lo que tanto ansiamos para continuar nuestro camino, y lo encontramos. Está un poco lejos. Hay que caminar, pero no nos importa. Lo hacemos, caminamos hasta él y lo miramos. Un simple y precioso columpio que se mueve ligeramente por el aire travieso que no le deja descansar ni un segundo. Entre sonrisas nos subimos en él. Al principio somos torpes, inexpertos con el objeto, pero poco a poco vamos entendiendo su funcionamiento. Es solo cuestión de impulso. esfuerzo y experiencia, como todo en esta vida. Con temor deslizamos nuestro cuerpo hacia adelante sin perder de vista el suelo, que aún sigue ahí. No volamos pero lo parece. El impulso se va haciendo más fuerte con el paso del tiempo. El columpio ya no es un simple columpio alejado de nuestra vida, ahora es nuestra vida. Subidos en él nos balanceamos. Hacia delante, hacia detrás. Siempre el mismo juego, siempre los mismos movimientos, nunca la misma velocidad. Aún somos pequeños pero algún día no lo seremos. Pero no pensamos en eso. No sirve de nada hacerlo. Seguimos visualizando el suelo, sabiendo que ahí sigue, que no se ha ido. El tiempo es eso que pasa mientras tú te columpias en aquel parque, en aquel árbol. El sol se va cambiando.  Ya no brilla tanto como siempre, pero el suelo sigue bien presente. Ahora hay más niños que juegan y son más jóvenes que tú. También los hay como tú y estos juegan a tus mismos juegos desfasados. Tus impulsos sabes que son cada vez más fuertes, más enérgicos, más desenfrenados rozando el límite. Vives por ese columpio, él y las sensaciones que te proporcionan te dan la vida. Aquello no es sano. Sabes que excedes muchas veces montado en él con o sin compañía. Al principio parecía solo una moda que seguir con los demás columpiadores, ahora no. Ya es parte de ti. Tus padres te castigan y no te dejan ir a verlo. Escapándote crees que lo consigues todo, pero poco a poco vas perdiendo la noción de que hay suelo debajo de ti cuando subes en él. Desde ahí arriba el mundo es fantástico y aunque está prohibido sigues haciéndolo. Te vuelven a castigar pero con el paso de los años ya no sirve de nada hacerlo. Poco a poco el sol va cambiando a peor. Hay unas pocas nubes que arruinan aquel cielo de cuando eras niño. En el parque sigues sin estar solo, pero ya no hay tantos como hace unos años, cuando te castigaban. Algunos han madurado y prefieren vivir siempre pisando la tierra. Tú te niegas a hacerlo, pero  los años no pasan desapercibidos. Tu cuerpo no deja de cambiar igual que tus impulsos sobre el columpio que son menos fuertes. Muchas veces lloras sobre él. Antes no lo hacías pero ahora lo necesitas. Cuando asientas tus pies sobre la tierra notas que algo ha cambiado. Has crecido demasiado. Ya no crees en que subido en él vuelas. Poco a poco ves que es solo un juego de críos, una insensatez. El parque tampoco es el mismo. El sol ya no deslumbra los juegos, los días. Es un parque solitario, triste, donde el frío parece borrar las ganas de jugar. Decides que ya es hora de dejar todo aquello en el pasado, en los recuerdos, junto con la felicidad de tu niñez y adolescencia. Trabajando lloras cuando ves a lo lejos aquel parque con su columpio vacío. Piensas que alguien debería hacerlo funcionar, que no es justo todo aquello. Tampoco crees que sea justo crecer pero te niegas a pensarlo demasiado porque te hace daño. Hace días que no deja de llover y no solo en la ciudad sino en tu corazón. Ya tus padres no te castigan porque se fueron; ya has olvidado la sensación de volar, de rozar las nubes con tus yemas; ya no te quedan amigos con los que jugar. Estás solo, todos se han ido. Junto con las responsabilidades viene el ahogo. Nada es como soñabas, nada es como imaginabas. Solamente piensas en el parque mientras ella te abandona, mientras ella se aleja de ti. Tu única ilusión. Pierdes el trabajo, la casa, y poco a poco la vida. Vives estancado en tus recuerdos, en aquellas sensaciones, en aquellos cambios. Sin darte cuenta comienzas a caminar. Tus pasos no son pasos cualquieras sino decididos, como lo eran tus impulsos sobre el columpio. Caminando entras en el parque que solamente se ilumina por un lado, pues las nubes tapan gran parte del lugar. El aire refresca el ambiente y proporciona un paisaje lúgubre, de despedida. Con las manos en los bolsillos y los pies bien puestos en la arena del parque te acercas al árbol. Miras tu columpio y recuerdas momentos, personas. Todo perdido. Sabes que por más que te subas nada volverá a ser como antes. El paso del tiempo no deja indiferente a nadie. Por eso te niegas siquiera a seguir intentándolo. Vacío de esperanzas, de ilusión, te acercas más y más al árbol, pero ya no te quieres montar en el columpio. Tus pensamientos van hacia otro lado, hacia otras opciones. Tienes una idea muy diferente a la de cuando eras niño. Ya no crees en nada, ni siquiera en el columpio que era la vida. Ahogado en sufrimiento, recuerdos y desilusión observas. Hay un niño que se columpia jugando en el parque y tú, en cambio, lo haces en aquella cuerda...



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