domingo, 20 de septiembre de 2015

Los amantes miserables




Buenas tardes. Mi siguiente entrada consiste en una breve historia que lleva consigo una grata reflexión sobre el amor, las decisiones y el Destino. Para empezar me gustaría añadir el gran impacto que me produjo la imagen. Sólo con mirarla nacían millones de ideas, miles de sensaciones. Es curioso como una simple imagen puede llevar consigo tantas interpretaciones y expresiones, pero así son las miradas. Con ellas se puede gritar aquello que nunca dirías susurrando o hacer aquello que en la vida te atreverías a realizar. Espero que os agrade mi explicación y que jamás dejéis que una mala decisión o un error arruine aquello que tanto habéis amado. Muchas veces las decisiones se toman sin pensar en las consecuencias y ese es nuestro mayor error normalmente. Para empezar con la entrada, os he añadido un enlace de Youtube sobre música Soul, un genero que veo poco valorado en la sociedad actual. Feliz domingo.

https://www.youtube.com/watch?v=rS3O_T7woCs

El Destino... Uno no sabe qué poderoso puede llegar a ser cuando se lo propone. En cada vida, en cada viaje que emprendemos hacia el paso del tiempo, deja su pequeña huella o su enorme marca. Se tinta bajo la piel involuntariamente utilizando un infinito y delgado pincel. Aparece por primera vez en forma de un trazado largo y espeso, pero no eterno. En él aparecen algunos puntos que hace desequilibrar la continuidad de la línea, que la hace desestabilizarse; pero tarde o temprano vuelve la calma a aquel trazo, aparece de nuevo la serenidad. Existen curvas, círculos, espirales e incluso enredos en aquella línea. Es el Destino. Él es quien decide confundirnos constantemente en nuestro camino y juega con su arte bajo nuestra piel. Para él no es más que eso, un juego, una partida más que debe disputar contra nuestra voluntad, contra nuestro deseo. A él siempre le gusta ganar, sentirse vencedor, superior; y casi siempre lo consigue. Solamente tiene un adversario mejor que él. Solamente tiene un enemigo capaz de derrotar todas sus jugadas, todas sus trampas y todas sus estrategias: la muerte. Cuando ella despierta, cuando ella aparece en aquel juego, siempre gana. Algunas veces alerta de su presencia, de su próxima jugada, de su gran y radical ataque; pero la mayoría de veces se acerca por la espalda, silenciosa, discreta y ataca en un contraataque implacable, determinante.  Como contra partida la ficha cae, deja de jugar. Se acaba la partida. Pero no siempre se puede culpar a la muerte del fin de dicha partida. Muchas veces, son las propias fichas las que buscan acabar con ella, dejar de jugar. Hay veces que vivir en la más profunda miseria te hace desear aquello que iguala a toda persona, aunque ello signifique perder para siempre. 
Dos personas conectadas por un gran y mágico hilo que les unía mientras que les mantenía alejados, pensaron en ello muchas veces, en dejarse vencer. Habían nacido en dos ciudades cercanas, en el vientre de dos familias humildes en cariño y en dinero. En sus casas no se configuraba la palabra amor. La gran desgracia que les había ido acompañando durante todas sus vidas les hubo confeccionado un corazón de hierro. No creían en la felicidad, en el amor, en la suerte. Trabajaban duramente. Él lo hacía bajo la cruel capa del polvo teniendo como única compañía un pico y una pala. La contaminación y la oscuridad absorbente le hacían encontrar constantemente razones para escapar, para alarga aquel hilo que él desconocía que existiese, para huir. Salía cada mañana tras el canto de un pequeño y alborotado pajarillo, y regresaba tras la aparición de la luna en el frío e inmenso cielo. Ella conseguía vivir yendo de casa en casa cosiendo con sus delicados y huesudos dedos, limpiando con su eterna energía, y cuidando y encontrando constantemente motivos para volar, para alargar aquel hilo que ella desconocía que existiese, para soñar. Salía cada mañana tras la aparición del sol y regresaba cuando el canto de un alegre y dormido pájaro le avisaba. Todos los días eran iguales, solamente la lluvia cambiaba sus perspectivas, sus vidas. Varias veces decidieron acabar con aquella partida, desistir, pero el tiempo y el destino les empujaba a seguir creyendo en el poder que ejercía la vida sobre ellos. La esperanza aparecía en pequeñas dosis. Y entonces continuaban. Trabajaban, lloraban, sufrían. Pocas veces cantaban. Muchas más veces bailaban. Aquello les hacía olvidar la crueldad que les había tocado vivir, les hacía soñar. Entre sus pies bailaban las esperanzas, las ilusiones. El Destino se admiraba cuando los veía de aquella manera. 
Sus vidas eran como dos vías paralelas que continúan un camino eterno y difuso. Vivían situaciones iguales, tenían reacciones exactas. Eran como almas gemelas, dos mitades de una misma pieza. Eran un puzzle sin resolver. No obstante nunca se encontraban, pese al gran hilo que les unía. Ambas caminaban y encaminaban sus vidas de forma individual, sin prestar atención a la otra punta del hilo. Era imposible imaginar que ambas vidas coincidiesen sobre un mismo camino. Era sentencia que vivirían de forma similar con trazados idénticos, pero separados.

El hilo y su nudo, formados por la delicada sensibilidad de una araña, eran únicos. Ella cada día la anudaba más y más con la intención de evitar una separación mayor que la que ya ejercía la vida sobre ellos. Sentía empatia por ellos, por sus vidas, por sus desgracias. Por esta razón, cada vez que sus vidas se alejaban, la araña acortaba más la distancia entre ambas. Utilizando toda su fuerza e ingenio enredaba más el hilo. Ella sabe lo complicado que es buscar la esperanza cuando la realidad se empeña en hacerte desvanecer. Un día, armada de valor y con la inexorable ayuda del Destino, decidió acortar de forma radical el hilo. Ambas miserables vidas se encontraron, desbloqueando toda posible defensa que les manteniese alejados. El Destino tiene una fuerza tan inimaginable cuando se mezcla con el amor... Las miradas que conectaban a ambos amantes parecía mucho más fuerte que la que les unía desde su nacimiento. La música envidiosa de no ser la única protagonista de aquella escena subió su intensidad. Sus corazones también elevaron la intensidad cuando ambas manos se rozaron. Si alguno de los dos hubiese decidido mirar hacia el suelo mientras danzaban hubieran descubierto los nudos que se habían formado en sus piernas y que les mantenía tan cercanos. El cruel trabajo que absorbía los pulmones y caducaba al pobre muchacho acercándolo más y más hacia el agujero infinito de la muerte, se esfumó. Ya no era capaz de romper aquel hilo que le ataba a la vida, que le ataba a ella.
El hilo que les había unido cada día les acercaba más. Parecía casi imposible que aquello sucediese. Entre los pétalos de la primavera, los amantes conocieron qué era el amor. La fragancia que desprendían las amapolas les hacía dormir abrazados, soñando un para siempre propio de los cuentos de niño. Del mismo modo que lo hacía el hilo, sus trazados iban creciendo y ramificándose en grandes y majestuosas plantas. Él era un roble, ella un rosal. La música les acompañaba en sus recorridos. Durante un tiempo olvidaron qué era el sufrimiento, la miseria absoluta. Trabajaban duramente pero ilusionados por el reencuentro. Bailaban bajo la lluvia, sobre la tierra, entre las plantas. Durante un tiempo ni imaginaron que aquello seguía siendo un juego disputado entre el Destino y sus adversarios. De vez en cuando conocían la crueldad de las noches de invierno. Gritos, relámpagos, reproches. La vida nunca es fácil y menos cuando la vives enamorado. Poco a poco las cosas fueron cambiando. Tras cada pelea, la araña se cansaba más y más de anudar sus vidas, de mantenerlas juntas. Un día se cansó. Como espuma saliendo del mar, desapareció. Alguien de inexpresable talante y de inombrable identidad cuya tijera era lo bastante afilada y cruel para hacerlo, cortó el hilo.

La historia de ambos amantes se hizo eterna, pero ellos jamás  lo supieron. Con el paso de los años crecieron, se olvidaron, cambiaron. Ya no creían en la esperanza sino en acumular. Ya no creían en el poder del baile, sino en la importancia de caminar. Sus trazados bajo la piel estaban llegando al final, la partida ya era demasiado larga, demasiado pesada. Paseando su tristeza por una fría y silenciosa calle se cruzaron, y sus hilos gritaron para unirse de nuevo, para abrazarse, para reencontrarse; pero jamás lo hicieron, jamás regresaron a formar sólo uno. Sus decisiones les mantuvieron alejados para siempre.

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