miércoles, 9 de diciembre de 2015

Aprendí sobre el concepto hogar

Buenos días, renacidos. Creo que uno de los mejores augurios para iniciar un nuevo día, es poder contemplar la Luna mientras sales a la calle. Claro que esto es más posible si se sale más temprano. En mi caso es fácil, ya que, por ejemplo, hoy me he despertado a las seis de la mañana y a las siete y media ya había salido a la calle. En esta, entre el frío que se acerca durante esas horas, he podido contemplar la Luna, o lo que queda de ella. Gracias a ello, puedo decir que la Luna no es más que una delgada y pequeña sonrisa sobre el cielo que llena de positivismo este miércoles nueve de diciembre -día de volver del puente, renacidos-. Creo y espero que este puente lo hayáis disfrutado al máximo, que hayáis aprovechado para hacer aquello que queríais como salir con los amigos, ver a la pareja, ir al cine, ir a esquiar, visitar a la familia y leer renacer entre palabras. ¡Espero que esto último se haya encontrado en la lista de todos! Sin presión, ni nada, eh jajaja.  

Bueno, sin ir más allá, hoy os traigo una nueva entrada que se llama Aprendí sobre el concepto hogar. Esta, fue creada a partir de una frase que confecciona mi álbum de fotos. Sí, lo sé, es extraño que en un álbum haya frases de renacer entre palabras, lo sé. Pero, qué se le va hacer... soy así. Bien, pues a partir de esa frase -que no diré para no adelantar las ideas de la entrada- he confeccionado esta reflexión. La considero una entrada corta, familiar y positiva que se adecua mucho a este contexto de proximidad navideña. Con ella encontramos la canción Mi única verdad de Maldita Nerea, que si bien no tiene mucho que ver con la entrada, me parece muy adecuada para el día de hoy, lleno de luz. Y también la imagen de lo que es para mí, parte de mi hogar.
Espero que os agrade y que algún día se os ocurra comentar algo, que parece que no tengáis nada que decir y sé que no es así. 

https://www.youtube.com/watch?v=zx6Fycw5Mjo





Y aprendí que llamamos hogar a un lugar frío y distante que confecciona facturas, desgastes y cascaras de nuez por todas partes. Que encuentra telarañas en rincones oscuros y monstruos durmiendo en el sótano de nuestras inseguridades, de nuestros miedos, de nuestras cobardes y existenciales vidas. Aprendí que le llamamos hogar sin atender a las necesidades que deja sin cubrir, creyendo que cubre todas, creyendo que somos inmunes a todo lo que se encuentra fuera. Quizás, es cierto, que nos ampara del frío, que nos proporciona cobijo y nos invita a refugiarnos en su cueva de espejismos. Es verdad que con todo eso nos crea un abrigo, hecho a medida, cosido por los muebles de tu salón y las motas de polvo que se acumulan en tu habitación. Pero se olvida de lo más importante, se olvida de infligir cariño, abrazos y ropajes formados de caricias insospechadas y sueños de color escarlata. Se olvida de crear cojines con plumas salvaerrores, que protejan no sólo de las lágrimas, sino también de las decepciones, de los escombros que se forman bajo tus ojos y que las mantas no recogen. Con su magia, con su truco, hace que te olvides de las pequeñas o grandes piedras que coloca bajo el felpudo para que tropieces y caigas averiguando que como en casa no estarás en ninguna parte, que nadie más va a amarte. 
Aprendí que llamamos hogar a la pecera que nos absorbe el sol, que nos dosifica el alimento y que si no nos damos cuenta, hace que nos pudramos allá dentro. Lo llamamos sin buscar un atajo, una solución, un remedio casero que acabe con todo su dolor, que nos traiga de nuevo el viento que dispersa y que aparta de nuestra vera. El mismo que trae consigo aromas a primaveras, flores en forma de llaves que podemos utilizar para salir de su enjambre, el que nos succiona la miel y no nos permite ver más allá, tras de aquel panel.

Lo seguimos llamando aún a sabiendas que sus muros no nos protegen del peligro, sino que nos privan, nos libran, de la sabiduría, de los aprendizajes forzosos que se aprenden al traspasar su puerta, al llegar a la vida.  

Y un día, cuando os conocí, aprendí que llamamos, de forma equivocada, hogar a un lugar frío y distante, sin darnos cuenta de que juntos éramos mucho más. Juntos éramos lugar, éramos amor, éramos amistad, sueños, esperanzas, cariños y compasión, éramos lo que yo llamo un hogar.

1 comentario:

  1. Me ha parecido divina la entrada, pero no consigo ver las telarañas jajaja.

    ResponderEliminar