lunes, 14 de diciembre de 2015

Una rosa del jardín

Buenos días, renacidos. Parece que el frío vuelve a hacer de las suyas y congela los pies de aquellos que intentan escribir algo en su blog. Supongo que no habrá otro momento de congelarlos que cuando se intentan poner a reflexionar. No me enfado, pero podríamos tener un respiro ¿no? que de este modo no hay quien se pueda inspirar y menos con examen de por medio. Por cierto, os pediría que proyectaráis todo el positivismo posible para que los astros se alineen bien y pueda aprobar esta asignatura. No me veo repitiendo de nuevo toda la tortura soportada hasta ahora... Gracias. 
Bueno, dejando de lado mis problemas personales -que seguramente son parecidos a los vuestros, renacidos- procederé a mi nueva entrada. Esta se llama una rosa del jardín. Es más bien como una pequeña historia, pero a la vez me recuerda -desde una personificación- a la historia de muchas personas. Personas reales que se encuentran en situaciones parecidas, en situaciones donde se cree que algo es perfecto por unos motivos preliminares -belleza externa, palabras adecuadas...-  y que después descubres el otro lado de la luna -sus grandes, y a veces, graves errores-. Quiero recalcar, que aunque pueda ser interpretada como una entrada que recuerda al tema del maltrato, no es mi intención. Mi intención es únicamente mostrar como las apariciencias van cambiando y como lo que quizás al principio es perfecto, después se va truncando. Cosas que pasan a menudo... De todos modos, si alguien desea interpretarlo como lo otro, está en todo su derecho pues las reflexiones son de los que la leen y no de los que la escriben. Debido a este matiz, recordar el teléfono contra el maltrato: 016. 

Como veis, en esta entrada encontramos un nuevo enlace, en este caso sobre Yiruma, uno de mis músicos favoritos. En especial, la canción es la que más me gusta de él y también la que creo más conocida: River flows in you. Es preciosa, así que os dejo renacer con ella y el escrito, junto con la imagen -hecha por mí- de la rosa que me recuerda a mi jardín del verano. 


https://www.youtube.com/watch?v=kG9KSWYg-Jc


Una rosa me hizo conocer la belleza de las noches estrelladas, de los abrazos con fuerza que desprenden todo el miedo y producen una amarga seguridad, de las miradas que sin pronunciar palabra lo dicen todo. Me ayudó a pedir deseos al firmamento, escuchar cuando me contesta el cielo y esperar una respuesta convertida en realidad, en esperanza. Me mostró cada uno de sus largos y sedosos pétalos, haciéndome ver la dulzura y ternura del mundo que nos envolvía, que nos seducía a seguir pisando el camino que ella conducía. Tras cada uno de los pétalos que ella me enseñaba y que yo conocía, crecíamos juntos, como si estuviésemos bailando un ballet de pasos insistentes sobre una cuerda floja, haciendo de trapecistas de los sentidos, de los sentimientos, del amor que nos iba acercando y uniendo. Me hizo prometer que mis lágrimas jamás le harían crecer; que mis daños, mis errores y mi dolor jamás serían fruto de su madurez. Yo le juré que así sería. Juntos pasábamos las tardes, observando crecer a las orquídeas, a las amapolas, a los girasoles. Ellas eran flores de otro jardín, de uno que no confeccionaba besos, ni abrazos, ni esas palabras sobre como nunca abandonarnos, sobre como intentar crear un muro que nos apartase del tiempo y de su terrible conjuro. Juntos pisábamos las horas de la noche, abrazados al calor y al frío que se evaporizaba entre risas, entre palabras, entre anécdotas bien contadas. Creíamos en la eternidad de la felicidad, en aquella amistad que habíamos plantado, en aquel para siempre que con una pala habíamos sellado y que duró un par de años.

 Pero cuando comencé a entrar más en su jardín, descubrí las espinas. Verdes y afiladas espinas que me hacían entender el lado oscuro de la luna, la traición que esconde la amistad, las mentiras, las verdades maquilladas y fingidas. Poco a poco, con mis lágrimas su cuerpo crecía más y más, se ensombrecía y se volvía más y más cruel, más y más doloroso. Sin darme cuenta, comencé a odiar cualquier otra estación que no fuese la primavera, por el miedo a perderle, porque temía que desapareciese. Confeccioné un invernadero donde juntos pudiésemos seguir sufriendo, pero sin separarnos por un segundo. Odiaba sus espinas pero necesitaba sus pétalos. Aquella rosa se volvió en mi víctima y verdugo. Aquella rosa era mi bendición y mi condena. Tras la profunda tristeza que fue transformando mi vida, que me atrapó en aquella burbuja, en aquel invernadero de sonrisas fingidas, comencé a cerrar los ojos para evitar ver el desastre. Con ellos en aquel modo, el dolor desaparecía, mi alma se sentía vacía pero sin heridas. Era como si la rosa ya no existiese en mi vida. 

Cuando los volví a abrir, la rosa ya no estaba. Había sido cortada por una hacha desde su raíz, de mi vida, para siempre. Sentí un vacío en el pecho cuando no sentí su tallo cerca de mi mano, pero poco a poco lo fui aceptando. Quizás porque de aquel modo evitaba el dolor de sus espinas, pero también, por desgracia, me alejaba de la dulzura de sus pétalos, de las palabras conjugadas por aquella seductora ternura.

El tiempo pasó, reflexioné, lo acepté. Empecé a pensar en lo nuestro, en aquella primavera que hubo durado años, que confeccionó mis días de verano. Ahora, después de tanto tiempo, he llegado a comprender algo. La belleza, por muy bella que sea, siempre estará envuelta en un retorcido dolor con forma de espinas y por mucho que intentemos taparlo con vanas palabras, la sangre siempre se derramará tarde o temprano.

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