lunes, 16 de noviembre de 2015

Debería, sí, debería.

Buenísimos días mis renacidos. Hoy gracias a vosotros sé que va a ser un día especial. El primer lunes que tomaré como un sábado, pese a las obligaciones, a los estudios y a la gran caminata que implica el inicio de la semana hasta llevar al finde. Tenemos 1003 visitas, una cifra que me ilusiona más cuanto más la pienso, cuanto más la visualizo. El paseo por las palabras, por los sentimientos y por las experiencias se está viviendo lentamente pero ya podemos decir que hemos llegado al segundo peldaño. Un peldaño que nos presenta una escalera enorme de nuevas ilusiones, sueños y momentos que jamás olvidaré y espero que jamás olvidéis. Este peldaño tiene fecha, 16 de noviembre de 2015, una fecha que no olvidaré. Gracias. 
Entrando en materia, mi siguiente entrada se titula "debería, sí, debería". Es una obra que nace a raíz de una bonita canción de Pablo López, un gran artista y con el que me siento muy identificada al oírle cantar. Con él, siento que las palabras renacen y toman otro significado. La canción de Pablo es "Debería", y por ello, se nota claramente que ha sido influencia de mi texto. Gracias Pablo. ¿No creéis que hoy estoy demasiado agradecida con todo? No dejo de dar las gracias aunque no es para menos (1003). Bueno, sin ser más pesada os presento mi siguiente entrada que tiene como inicio la canción de Pablo y una imagen que a mí me gusta mucho. Disfrutad del lunes y muchas gracias por todo, renacidos.






Debería haber impedido que las nubes tapasen tu cielo, aquel cielo que llenabas de gorriones dispuestos a picotear todas tus imperfecciones, todos tus delirios y ambiciones. Aquel cielo que me acogió a mí cuando huía del tiempo, de las cadenas que me atan a los segundos, de los ladrillos que construyen las horas pasadas, de las ventanas que encierran mis ansiados minutos a tu lado. Aquel cielo que me observaba mientras yo miraba el suelo, que me llamaba mientras yo escuchaba los ecos que trae el silencio, que fundía en cada beso los escombros de mi cuerpo. 

Debería haber aprendido de los errores. Reconocerlos como imperfecciones, como piedras del largo camino que trae la vida, y no pararme a recogerlos en medio de mi trayecto, en medio de aquel miedo insoportable de saber que después de mí ya no hay nada más. Debería no haberme guardado todos y cada uno de ellos en los bolsillos de mi alma, no haber cargado con su peso durante años soportando torrenciales que me anclaban más a la tormenta a causa del peso que llevaba, a causa de las piedras que soportaba, que aguantaba como aguanto mi vida, mis sueños, mi alma. Quizás si no lo hubiese hecho, no me hubiera ahogado en el mar de los problemas, donde el peso de los errores te sumergen en la profundidad de la depresión, de la obsesión, de la tristeza de una canción.

Debería haber bailado por la cuerda floja de mis deseos, de todos y cada uno de mis sueños realizados, de mis problemas contrastados. Sí, lo debería haber hecho, debería haber bailado un lento, un pegado, amarrado a la cuerda que me ataba a todo lo imaginario que nos atrapa y nos distorsiona aquello que es real, aquello que era solo suyo, aquel corazón que no latía sino estaba con el tuyo.

Debería haber cortado nuestros lazos, aquellos que nos ataban a un pasado, a unos recuerdos compartidos que dejaron de ser sólo tuyos para ser también míos y de ellos, del presente oprimido por el fracaso, por los jarrones derramados, por las flores que se mataron.

Me debería haber marchado cuando estaba a tiempo, cuando el tiempo estaba a mi lado, cuando tus ojos no eran sólo brisa de mayo, lluvia de Egipto, presa de un avaro.  Lo debería haber hecho al cruzar el puente, aquel que nos impedía avanzar hacia la muerte pero que nos engañaba haciéndonos creer que se acercaba, que nuestro fin llegaba y que finalmente te dejaba, me dejabas, y todo se acababa. 

Debería haber fraccionado mi orgullo, guardar los pedazos en la fosa de la esperanza, de la rabia que consume no poder tenerte cada día, verte solo entre semana, y esperarte siempre cuando la lluvia amaina. Quizás si lo hubiese hecho, si el orgullo no hubiese podido con lo tuyo, con lo nuestro, con lo suyo, hoy no estaría escribiendo esto, ni pensando en todo lo que debería. Porque yo debería haber hecho tanto mientras sólo pensaba en tu rostro mientras lo perdía, en quererte para luego olvidarte, en esperarte para nunca encontrarte. Y así pasaron los días, entre segundos que se mecen con el "quizás", el "hasta siempre", el "nunca volveré a verte". Y puede que por eso, por aquellas palabras que conjugaste mientras perdíamos apuestas al otro lado del teléfono, por aquellos suspiros que se evaporaban entre los silencios, sé que debería, debiste y debimos tanto. 

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