miércoles, 25 de noviembre de 2015

Sé tu propia historia.

Buenos días, aunque esta sea una de esas mañanas que deberían ser tachadas y guardadas en el pozo del olvido. Sí, en efecto, hoy es el día declarado por la ONU contra la violencia de genero, y aunque creo que está bien demostrar la importancia que tiene acabar con esta lacra para la sociedad, desearía que no existiese. Lo desearía porque de este modo, significaría que no habría este tipo de asesinatos, este tipo de horribles y atroces muertes que se realizan año tras año, día tras día, en una casa y en otra. Hechos como este, que se repiten y repiten sin apenas remedio, me hacen creer menos en la humanidad y en su bondad infinita. Ningún otro animal, más que el hombre, mata por razones de superioridad de genero, por razones calificadas como "amor" que siempre "daña", por explicaciones tan repugnantes. Tras cada historia, tras cada nuevo caso me arde la sangre por las injusticias, la tristeza y la rabia. La fuerza, la violencia y la sangre nunca pueden ser razones para nada, nunca pueden ser justificables. Aquel que mata o pega a una mujer no deja de ser hombre, sino que deja de ser todo para pasar a nada, a ser aquello que fue y dejó de ser. El amor nunca puede ser motivo de una muerte, porque eso no es amor, no es cariño, no es nada. Los nombres de tantas víctimas de estos crueles asesinatos seguirán manchando los muros de la humanidad, seguirán firmando los días de horribles pesadillas y bañando las estrellas de hechos atroces contra la vida y la justicia. Mi entrada, en cambio, va hoy para todas aquellas que son capaces de frenar esta barbaridad, para todas aquellas que con gran valor y lágrimas en los ojos llaman al 016 y consiguen evitar que su nombre caiga en manos de un asesino más. Princesas, sois lo que sois por aguantar tacones y una corona, no por aguantar insultos y desprecios. Ser fuertes, y todas lo seremos por vosotras. Os adjunto con la entrada la canción "que nadie" de Malú y Manuel Carrasco, que para mí es un símbolo para entender y evitar que nadie calle tu verdad:





Ella era insegura. El nacer en una ciudad donde la tristeza parecía un sentimiento inconcebible no hacía más que afligir y empequeñecer su corazón. Su vecindad paseaba rutinariamente la sonrisa cada mañana, por costumbre, por necesidad. Ella lo envidiaba. El sufrimiento que su endeble corazón soportaba a menudo, fragmentaba a la joven en pequeñas piedras, piedras tan frías y duras como lo son con las que se construyen los altos y poderosos muros. Toda ella era un muro. Un muro doloroso que parece proporcionar la entrada al padecimiento, a la ira. Aquel muro estaba cubierto por una gruesa capa de enredaderas donde se guardaban todas las actitudes que ella necesitaba, pero que no alcanzaba. En su interior revivía a cada segundo el retrato de la noche estrellada. Remolinos en su cuerpo la confundían, la asustaban, la desestabilizaban. Cuando caminaba su cuerpo desprendía vulnerabilidad, fragilidad, miedo. Temía todo aquello que le rodeaba, pero era por una razón que ella jamás confirmaría. Se lamentaba de haber nacido, de que alguien le hubiese creado. Habían fabricado con sucias y terribles manos una figurita de cristal que paseaba su tristeza y melancolía por las calles. Lo hacía pintada con manchas que había impuesto su libro, porque en su vida siempre avanzaba acompañada de un libro, un cruel y terrible libro que relataba la supervivencia propia y la tortura proyectada. 

Cada minuto parecía un golpe seco e incesante del tiempo sobre su existencia, que hacía desequilibrar su estabilidad sobre aquella cuerda que representaba la vida, su vida. Pero no era el tiempo quien movía su cuerda, sino el libro que ella más amaba.
Era débil, muy débil. Siempre le había gustado empaparse de todo tipo de historias y poemas que hablasen por sí mismas. pero que no necesitasen portadas para ser mejores. Ella no creía en las portadas. Cuando le conoció a él entendió porqué. Nadie le animaba a su compra. Todo el mundo parecía repudiar a aquel libro, intentar que eligiese otro con una tapa menos dura y con una tinta menos agria. Pero ella, presa del amor, de los sentimientos que renacían cuando lo leía, no escuchó a nadie. Comprando aquel libro se olvidaba de todos los que existían a su alrededor. La prohibición de hacerlo fue como un recordatorio de aquello que ella creía que quería. Con el tiempo aprendió a  identificarse con el libro, pero cuanto más leía más se entristecía su pobre alma. Ella era débil, pero no tonta. Las prohibiciones que ejercía aquel libro sobre su vida comenzaron a limitar demasiado su pensamiento, su corazón. Ya no era ella, era parte del prólogo. Comenzaba a obsesionarse con aquel libro. Cuando paseaba lo hacía abrazada a él, dejando que su crueldad invadiese su brazo, su pecho, su cuerpo. Aquel libro había dejado manchas de pintura en su cara y en su brazo. A elección del libro debían de ser moradas. Con el tiempo la muchacha dejó de leer cualquier otro que no fuese él. No tenía permitido ni enterarse de las noticias a través de un periódico, ni siquiera leer sus propios escritos. La gente la observaba mal. Sabían lo que le ocurría pero nadie dijo nada. Ella necesitaba aprender, avanzar, acabar con aquel libro que le entristecía y le hacía sentirse débil, tan débil. Pero no tenía a nadie. Ya no le quedaba ni las letras. Todo parecía girar entorno a aquel libro. Las horas eran crueles azotes, los minutos eran largas desesperaciones, los segundos inacabables manchas. A veces se sentaba y pensaba. Durante unos días, se olvidó de como se hacía, de como se pensaba. Todo era demasiado para ella. Debía de acabar con aquello. Pero desconocía como hacerlo. Grandes fueron las ideas que perturbaron su mente aquellos días. Quemar el libro sería imposible, desaparecer inconcebible, difundirlo la mejor opción. Buscaba el momento oportuno, el momento en que el libro no fuese consciente de aquella cruel traición que él mismo había fabricado con sus manchas, con sus insultos, con sus desprecios. Cada vez estaba más segura de aquello aunque el miedo paralizase su piernas para correr y sus manos para defenderse. Marcada por las manchas y por la tristeza que desprendía el libro lo hizo, llegó a su destino, a una papelería que con justicia calificaba a los libros. Cuanto más pensaba más asustada estaba. Había llegado a temer aquel libro aunque lo amase. Las manchas y el alma destrozada de la joven eran la sentencia más que evidente. Los minutos ya no eran azadas, sino desahogos. Alguien le escuchaba, alguien le ayudaría, alguien le entendía. Le explicaron que aquello no era amor; que el amor no duele, no teme, no hiere. Poco a poco ella fue entendiendo. Y aunque era débil, muy débil, vendió aquel libro que tanto quería. 

Cuando comenzó a despertar del desenlace de aquel fatídico libro se dio cuenta de que muchas veces las cosas que más queremos son las que más nos dañan, pero también comprendió que antes de cualquier cosa debía de amarse a sí misma. No hubieron más libros dramáticos en su vida, pero un simple libro puede marcar una vida para siempre. Ella decidió vender aquello que le hacía daño y siendo valiente ahora es capaz de leer de nuevo. Jamás permitas que alguien te corte las alas o te obligue a hacer aquello que no deseas. Eres alguien y eres especial. No dejes que te hagan ser un prólogo de tu propia vida. Sé tu propia historia.


2 comentarios:

  1. Preciosa entrada para un dia como hoy. Todas estamos con vosotras.

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  2. Di que sí, ningún mal libro puede dañarnos la lectura.

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