miércoles, 4 de noviembre de 2015

Te olvidas de tantas cosas...


Buenos días, hoy es cuatro de noviembre de 2015 y mi entrada nace a raíz de una serie de imágenes presentes en nuestra vida cotidiana que me hacen reflexionar sobre la importancia de las decisiones y el camino que escogemos. Mi entrada habla sobre las drogas y la gran perdida de velas humanas que implica ello. Esto se debe, a que en un primer momento, la toma de contacto con las drogas es una simple experiencia, broma o diversión,  pero con el paso del tiempo, la importancia recae gravemente hacia las personas que lo consumen y a la vez, hacia las personas que lo rodean. Quiero partir de la base de que nunca he probado las drogas y siento que he vivido todo lo que tengo que vivir, sin contar con las miles de experiencias que me quedan por recolectar. Pongamos de ejemplo, que una persona nace y necesita obligadamente confeccionar una lista con las cosas más importantes que hacer en su vida. Mi lista para esa nueva persona sería: nacer, reír, trepar, cantar, bailar, probar una gran cantidad de deportes y comida, estudiar, salir de fiesta, asentar la cabeza, llorar, enamorarse, viajar, desenamorarse, trabajar, cuidar (animal o persona), equivocarse, arrepentirse, cumplir sus sueños, bromear, volverse a enamorar y morir. Como podéis comprobar en ninguna parte se encuentra el verbo "drogarse" y estoy casi segura que si un niño naciese nuevo, nadie explicaría que probar las drogas es algo necesario. Partiendo de esta base las drogas no son necesarias; pero en cambio hacen mucho daño cuando se consumen. No me refiero a la primera vez y única. Me refiero a la costumbre, a la necesidad, a la dependencia. Es una cruz en nuestra sociedad porque lo peor es que es algo que se busca, que se ansia y que finalmente confecciona sus vidas. Antes de dar paso a mi entrada, quiero recalcar mi total tolerancia a los consumistas, pero mi claro posicionamiento hacia el otro lado. Feliz día y no permitas que nada ni nadie maneje tu vida.





Buscas la muerte en cada uno de tus actos. Amas aquello que te está matando lentamente, que te ciega, que te atormenta, que nos aleja. Sueñas con alcanzar las estrellas y con lo que tienes entre tus dedos sientes que te acercas a ellas, que las rozas, que las besas. Pero realmente no te acercas a ellas. Solo te vas consumiendo en tus vicios, en tus deseos inoportunos, en tus triunfos convertidos en humo que inhalas, que te atrapa y acorrala, que te arrincona y aprisiona. Caes en tu propia trampa, en tu propia jaula invisible cubierta por tus miedos e inseguridades. Añades que lo haces por evadirte, por volar, por no continuar en un mundo de hipocresía, de dolor y rabia. Por descubrir aquello que se cierne después de las montañas heladas de las dudas, de los mares inexplorados, de las islas desérticas de tus esperanzas. Explicas que es temporal, que es un sueño con zapatos de cristal, que se convierte en ilusionista de tu vida, en mago que hace desaparecer tus conflictos. Pero cada día se vuelve más necesario para respirar, para avanzar, para continuar. Pero cada día te convierte más y más en esclavo de su atracción, de su imán que te recuerda que nada es posible sin fumar, que nada alcanzarás sin rozarlo, sin poseerlo, sin ansiarlo y amarlo. Crees que con cada suspiro convertido en humo perfumado conseguirás romper tus cadenas, acabar con tus preocupaciones, cumplir tus metas. Crees que con cada color que se inyecta en tu piel vivirás más feliz, esquivando más tus errores y tus miedos, escupiendo tu deshonra, evitando las promesas rotas. Día a día tejes tu tela de araña y la llenas de insectos que caen en tus redes, que mueren atrapadas en ellas como lentamente tú estás muriendo. Pero no eres consciente. Piensas en que uno más no te hará nada, que eres inmune a ese dolor que paraliza tu vientre, que con él te harás más fuerte. Piensas que con ello eres feliz, que creas un universo mejor que el Nunca Jamás, que viajas a rincones donde las sirenas no saben cantar, donde los niños ríen sin parar y donde los problemas vuelan hacia la eternidad. Sin creerlo tiras la llave de tu vida al mar y un pez hambriento de buscar alimento durante días la encuentra al naufragar, se la queda, la esconde y finalmente se la come sin más. Imaginas que con cada inhalación tu mundo real desaparece y atrapa tus problemas en una coraza imposible de traspasar, que nadie jamás encontrará. Pero te olvidas que en ese mundo sigo yo, y él, y ellos, y nosotros. También que seguías tú y que podías seguir en mi mundo, en el tuyo, en el de ellos y en el de nosotros. Te olvidas que continuamos en pie, esperando ver tu siguiente jugada para abandonar o continuar, para abrazarte u odiarte, para ayudarte o desistir. Te olvidas que hay fronteras que no se deben traspasar, que los miedos existen para que se puedan afrontar, que una bala nunca te hará mejorar y menos si esta es invisible a tus ojos y aparece en forma de paloma blanca buscando paz y tranquilidad. Te olvidas que todavía hay quien te quiere, te necesita, te perdona. Pero que te quieren, te necesitan y perdonan en base a tus acciones, a tus decisiones, a tus aciertos y errores. Que no piensan en el interés ni en conseguir más de ti que una sonrisa, una broma o un "lo sé, no lo hice bien". Te olvidas, a la vez, de que aquello no te sirve para nada, que lo único que te hace es enfermar, desconfiar, ansiar más y más, romper las ilusiones en mil pedazos y hacerlas volar. Te olvidas que ello no te quiere, que solamente te quiere ver acabar. Acabar con tu vida, con tu futuro, con tu cuerpo, y con el mundo. Acabar con tus amistades, con tus sensaciones. Puede que temporalmente, también acabe con tus decepciones, pero sin quererlo decepcionas a tu vida, a tu alma, a tu familia. Aquella que solamente te quería ver crecer, soñar, abandonar tu niñez, volverla a revivir, sentir, sufrir y finalmente siempre sonreír. Aquella que te dio pies para caminar y te privo de alas para volar con el único objetivo de no chocar con las nubes, de permanecer de pie ante las crudas decisiones. Aquella que no quiso verte así, anclado a una necesidad que te mata lentamente. 
Te olvidas de que te quiso, de que te podía seguir queriendo, de que hay quienes te quieren, te seguirán queriendo y de que hay quienes te dejarán de querer. No por tus vicios, ni por tus errores, sino por tus palabras llenas de mentiras, de crueles ambiciones, de abandonos. 
 Sin querer queriendo, te olvidas de tantas cosas y no te acuerdas de muchas otras, como que el para siempre se rompe con la desconfianza, con las reglas incumplidas y con las malas palabras. O como que la amistad es eterna pero en un mundo de lealtad, de cariño y de seguridad. Y que tu vida no depende de una decisión entre sí o no, entre cogerlo o dejarlo, entre ansiarlo y repudiarlo. Te olvidas de tantas cosas...

Y sin querer, aunque aún no lo sepas, te olvidarás de muchas cosas más. Te olvidarás de mí, de lo que fuimos, de lo que soñamos, de lo que pedimos a las estrellas tantas noches, de lo que yo nunca olvidaré. Te olvidarás de ellos, de tus risas, de tus miedos. Te olvidarás de las lágrimas de tus padres, de la impotencia de ellos, que irán lentamente al cubo de los deshechos, como fueron las fotografías, los sueños, las promesas, los siempre eternos. Sé que quizás en este momento te estés consumiendo lentamente una vez más, pero si una pequeña parte de tu corazón, aquel corazón que me brindo tanto calor en días de invierno, sigue atado a esta tierra, grito para que vuelva y acabe con este demonio que algún día apareció para hacer desaparecer todo lo que éramos y lo que podíamos seguir siendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario