lunes, 2 de noviembre de 2015

Me llaman, llamo y me dejo llamar

Buenos días, ya es noviembre y aunque ayer también lo fue no he caído en la cuenta de que comienza un nuevo mes hasta que ha empezado de nuevo la semana. Por suerte, empieza cargado de lluvia, empapando los cristales con ilusiones, sueños y nuevos comienzos. Espero que aquello que dejaste para mañana sea conjugado hoy, en este dos de noviembre o en lo que queda de mes. Espero que aquello que esperabas conseguir en tu pasado, aparezca en tu presente, en tu futuro inacabable. Y bueno, después de este pequeño empujón de animo para empezar la semana os presento mi nueva entrada titulada: "Me llaman, llamo y me dejo llamar." En esta pretendo mostrar la gran mayoría de portadas que adjudicamos a las personas, las etiquetas que colocamos a cada uno de ellos. Estas etiquetas en la mayoría de casos condiciona la vida de jóvenes, adultos y ancianos. A veces, los paraliza y les obliga constantemente a romper con ellas, a demostrar que son prejuicios sin sentido, ideas absurdas que alguien invento. Negaos a colocar carteles a las personas, a inventaros falsos mitos sobre su forma de actuar, de hablar, de ser. Cada uno es como es y no necesita ser llamado de ningún modo. 

Para la lectura de esta entrada os he añadido la banda sonora de una de mis películas favoritas "El laberinto del Fauno". Esta película me enamoró desde que la vi y creo que nadie puede vivir sin haberla disfrutado. Por otro lado, he puesto una pintura de Leonid Afremov, uno de los mayores artistas que sabe captar los colores y las sensaciones en sus obras. Feliz lunes y renaced entre palabras.

https://www.youtube.com/watch?v=JktNRlNTfMs





Me llaman, llamo y me dejo llamar; de muchas formas, con variados estilos, de todas las maneras. Hay quienes me llaman a gritos, escupiendo palabras injuriosas y crueles por aquellos labios que antes me llamaron susurrando, evitando ser oídos, a escondidas. También los hay que me llaman sin hablar, sin usar palabras, encadenados al silencio inoportuno de una caricia, de una brisa, de un quizás. 
La vida me llama muerte, mi muerte llama a la vida y yo busco la vida que llame a la muerte. Constantemente soy llamado por mis sueños, requeridos por cada uno de ellos. Intentan atraparme, hacerme caer en sus finas redes de fantasía y ficción, encerrarme en su prisión. Pero no lo consiguen, porque me llaman realidad. Me llaman ese botón que se acciona cada día al aterrizar tus suaves pies sobre el suelo, esa ley que nos impide volar, conseguir, realizar. Me llaman intento porque nunca desisto, porque persisto y porque nunca me rindo.  Me llaman música, porque cautivo, enamoro y sueño. Me llaman diente de león, vela y estrella fugaz porque en mis manos tengo tus deseos y los distorsiono, manipulo y esculpo. Me llaman oportunidad, casualidad y maldad. 

Me llaman desde muchos sitios. Desde un escarpado y temible acantilado que va a parar a tu sonrisa, que se desvanece con los días y que sueña con tu vida. Desde un pasado que parece llamarme incesantemente para que te regrese y  regrese al presente de tus palabras, para que te atienda, te mime y te ilusione. Me llaman desde un dibujo que se escapa del folio, que trasgrede los margenes, que se niega a seguir las leyes. Desde un todo que nace de la nada y una nada que aparece del todo. Me llaman desde la niebla, desde otras tierras, desde la idea. Soy llamado desde el futuro inoportuno de tus desdenes, desde el presente inacabado de tus lágrimas, desde el pasado infinito de tus miradas.  

Me llaman infinito porque sé donde, cuando y por qué muero. Me llaman mar, océano y río porque fluyo entre las palabras y no me dejo llevar por el agua, por las miradas. Me llaman frío porque congelo, me llaman fuego porque caliento. Me llaman tiempo porque nunca termino, porque limito, porque reprimo, porque hago de tus días una línea marcada por el destino.  Me llaman caos porque destruyo, construyo y siempre vuelvo a destruir para no limitarme a sólo construir. Me llaman publicación, erupción y error.  Me llaman cielo, infierno, miedo y seguridad. 

No me dejo llamar crueldad, tortura, falsa cultura. Me niego a llamarme de este modo, porque no tengo nada que ver con la masacre, con el hambre, con la sangre. No me llamo torero, sicario, terrorista; me llamo bombero, voluntario, veterinario, dentista. Esos son los verdaderos artistas, los que llevan la bondad en su vida y en la que les rodean. Los que no bombardean las flores, las calles, sino que las mira, las cuida y las protege. Me llamo como ellos, a escondidas, sin reconocimiento, pero con orgullo, felices, sin olvidarse de los suyos.

El sol me llama noche porque desconoce su forma, sus manos, su derroche. La luna me llama día porque sabe que resplandezco, que brillo como los diamantes, como los amantes que se enamoran al alba. Los problemas me llaman solución porque acabo con la discusión, con la preocupación y busco encontrar ese punto de satisfacción. Las soluciones me llaman problema porque acabo con la armonía, con la sonrisa, y lleno la vida de tristeza, reproches y objeciones. 

Me llaman, llamo y me dejo llamar; sin anestesias, sin preguntas, sin respuestas. Me llaman por llamar, llamo sin llamar. Acepto las etiquetas, los nombres, a los hombres. Acepto que me llamen, llamar y que nunca cese este ridículo circo de llamar cada cosa por su nombre aunque cada nombre no tenga adjudicada su cosa.



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