Bueno, y ahora volviendo al blog que no tiene nada que ver con mi vida (aunque en parte sí), hoy os he traído una entrada que habla de llorar. Sí, ya sé que es un poco triste y todo ese rollo, ¿pero acaso la tristeza no forma también parte de nuestra vida y de nuestra felicidad? Es indispensable estar triste de vez en cuando para apreciar la felicidad. Siempre hay dos caras en todo. Siempre. En fin, con esta entrada os adjunto un conjunto de canciones de Ludovico Einaudi. Espero que os encante la entrada y el álbum. ¡Feliz juernes, renacidos!
https://www.youtube.com/watch?v=OWKgHFFKA-c
Y llorar. Llorar permitiendo que tus cadenas se apiaden de tu piel, que tu melena esconda los resquicios de aquel corazón inexistente, fiel y sensible que una vez dio cobijo al calor más puro y que ahora no sale del apuro con fragmentos de hielo entre los muros. Llorar, permitiendo no creer en los pétalos de rosa, sino en la sangre que se amontona cuando tu muñeca pasea su corona por las espinas que esperaban tu llegada, tu derrota. Llorar pereciendo siempre en la batalla librada entre tu corazón y tu alma. No buscando respuestas en la cabeza, sino en las murallas que separan tu cuerpo del de otra calma, tormenta, arena que se derrama. Prometer con tus lágrimas no volver a caer en el asombro de palmeras sumergidas en lluvias de aceite y de lodo. El calor no siempre quema, el agua no siempre moja, las lágrimas no siempre son respuestas de una aflicción convertida en plomo. Hay veces que sirven como desahogo del mar que te ahoga, que no te permite tomar atajos, nadar a contra corriente o servir como pez que se convierte en un escudo de la verdad que flota. Otras te sumerge más en el país de las chimeneas sin humo, sin fuego que les haga existir, ni ladrillos que le atornillen a su propio vivir. Un país donde el dolor nos reconstruye por completo, nos hace ir creciendo con crueldad en los huesos, veneno en la piel y amuletos con un único objetivo que nunca nadie ha sabido comprender: el dolor como vida, la vida como el dolor en forma de mente suicida.
Pero llorar al fin y al cabo siempre tiene un motivo, una razón, un porqué. Puede significar la muerte convertida en deshielo del corazón o el arder de aquel órgano que decimos que nos hace sentir títeres sin cabeza entre bombardeos a pie de cañón. Pero también tiene sus fases. El querer no llorar aguantando el nudo que casi nos asfixia sin piedad; el dejar caer una lágrima como si fuera una nada más; el quitarte las que cuelgan de las pestañas hacia el abismo de tu palpitar; borrar las que llegan a las mejillas y deciden ponerse a tomar el sol, relajándose por completo viendo que han salido sin temor; y, poco a poco, desintegrarse entre lágrimas de sal que parecen llevar ácido mientras caen obligándonos a arrugar la cara, a sentir el dolor.
Llorar. No hay sentimiento más humano que podamos realizar. Nos hace descansar, desfallecer, dejar de soñar o empezar a perecer. Nos trae ideas absurdas sobre continuar o perder la partida. Nos hace ser valientes o nos hace ser suicidas. Llorar. Descansado por fin de tanto aguantar, ahogándote en lágrimas de sal, sentimientos que queman y dejando heridas que nunca saldrán. Porque hay cicatrices que aparecen después de tanto llorar, pero ni las sonrisas más profundas, ni las carcajadas de cristal conseguirán borrar algún día cuanto llegaste a llorar.
K bonito amor!!!!
ResponderEliminarMuchas gracias! Me alegra que te guste, pero en especial, ¿por qué?
ResponderEliminar