viernes, 11 de marzo de 2016

Siempre nos ha gustado jugar

Buenos días, renacidos. Marzo sigue avanzando pero por desgracia hoy es un día que amanece gris pese a luz que sale del sol. 11M... una fecha que nadie olvidará y menos aquellos que no vivieron para contarlo o para aquellas familias que viven para recordarlo toda la vida. Desde aquí un fuerte abrazo, aunque sé que no lo leeréis. Odio la frase "hay que tirar adelante" porque carece de sentido práctico. Sé que las cosas son mucho más difíciles de las que se pintan con esa frase y que la teoría siempre es mucho más fácil; pero ojalá consigáis ser felices aunque sea por mantener vivo los recuerdos y por vivir lo que queda de vida con positivismo o fortaleza. Un fuerte beso.

Y, bueno, hoy traigo otro relato sobre los juegos y la vida, como ellos van evolucionando con las etapas, con los años. La vida cambia, igual que los juegos que llevamos a cabo o los cuentos que vamos leyendo. ¡Quién me iba a decir a mí que aquella niña que leía los hermanos Grimm acabaría leyendo After! Pues nadie, pero quizás ahí está la magia. Renacidos, con esta entrada os adjunto la canción "Vuelves" de Rozalén. Quizás no tiene mucho que ver con la entrada, pero es preciosa y quiero que la oigáis. Sin presión, eh. Si queréis poner otra canción de fondo, totalmente de acuerdo. Libertad. Y, esto sí que la impongo porque no podéis poner otra foto a la entrada, adjunto la foto de 3msc, una película preciosa que me encanta.
¡Feliz viernes!

https://www.youtube.com/watch?v=RtxOajecGqU 




Siempre nos ha gustado jugar. Con siete años un tubo de papel higiénico nos hacía ganar, porque eramos nobles caballeros, porque nos convertíamos en guerreros de verdadJugábamos a las sirenas, a los piratas, a morir o matar. El juego parecía nuestra vida, el juego era realidad. No podíamos pisar la arena, porque entonces empezábamos a arder, como nieta lanzándose de un piso y abuela a punto de desfallecer. Reíamos cada vez que perdíamos, y perdíamos sin perder nuestras sonrisas, porque jugar no era como estudiar o como ir a misa. Jugar era divertirse, era romper con la reglas, veníamos al parque por la tarde después de comer la merienda. 

Con doce años los juegos empezaron a cambiar. Jugábamos en nuestro portal, a odiarnos por ser diferentes, por no hacer caso a lo que decían los demás. Empezaban nuestras rebeldías, empezábamos a discernir porque un chico y una chica no se podían ni oír. Es más. Empezábamos a cambiar, porque un chico y una chica no se podían ni mirar. Discutíamos todo el tiempo, pero aún podíamos hablar. Eramos amigos desde siempre, eramos amigos sin más. La consola nos unía, nos hacía permanecer al lado el uno del otro sin llegar a desobedecer aquella ley no escrita que prohibía con doce años tener ninguna amiga. 

Con dieciséis años cambiamos por completo, "tú no decías nada y yo lo respeto". Nos cubríamos las espaldas, porque no hacíamos las cosas bien, jugábamos a perdernos, nos perdíamos sin querer. Saltábamos vallas, no parábamos de correr, pero ya la arena no ardía sino que nos podía proteger. Más de una vez la liamos, por desobedecer aquello que nos decían los adultos y que no quisimos comprender. Huíamos de la policía, huíamos sin saber que algún día algo nos uniría más que un parque o una cárcel. Pasamos noches en ella, noches encerrados en prisión como pasaba en aquel juego cuando sin querer hacíamos más de un dos. No podíamos evitar reírnos de aquella situación, siempre nos había apasionado jugar y ahora nos gustaba la tensión. 

Con dieciocho años, ya casi todo nos unió. Dejamos los juegos a un lado y empezamos a jugar al amor. Las reglas las impusimos con vodka o con ron, no recuerdo bien los preparativos pero el columpio nos ayudó. El primer beso no fue con esta edad, recuerdo que él no tenía barba y yo no sabía que era besar. Teníamos catorce y fue todo pura casualidad, una botella vacía nos animo a empezar. Pero aquellos días eran cosa de otra realidad, ahora estábamos juntos y nos prohibimos jugar. Ya no era cosa de más jugadores, ya solo una pareja podía barajar las cartas sobre la mesa, el tablero hacia el mismo lugar. Pero al segundo jugador aquello no le terminaba de gustar y buscó ganar en otras cartas de diamantes, y ganó perder abrazado a su amante. Ya nada era como antes, las risas, la arena, las bromas y el parque. El juego les había seducido, ya todo era atrevimiento, ya nada eran suspiros. El trébol chivato convenció al primer jugador, confesándole que su amor había jugado con otras cartas de alrededor. Al principio se le hizo raro creer aquel rumor, pero un día en pleno verano vio como la nieve cayó. Sabía que iba en cabeza y que podía ganar pero decidió lanzarse de un tobogán para nunca más volver a jugar. La noticia cayó como polvo al segundo jugador, aquello acabó con su juego, aquello le arruinó. Ya no hubieron más trampas, sabía que todo había sido su error, pero por culpa de siempre vivir jugando, un jugador había perdido aquello que más había amado que era la vida que no se encuentra ni en fichas ni en soldados.

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